San Agustin (Sermón 350, 2-3)
El amor por el que amamos a Dios y al prójimo, resume en sí
toda la grandeza y profundidad de los demás preceptos divinos. He aquí lo que
nos enseña el único Maestro celestial: amarás al Señor tu Dios, con todo tu
corazón, con toda tu alma, con todo tu entendimiento; y amarás a tu prójimo
como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la Ley y los profetas
(/Mt/22/37-40/Ag). Por consiguiente, si te falta tiempo para estudiar página
por página todas las de la Escritura, o para quitar todos los velos que cubren sus
palabras y penetrar en todos los secretos de las Escrituras, practica la
caridad, que lo comprende todo. Así poseerás lo que has aprendido y lo que no
has alcanzado a descifrar. En efecto, si tienes la caridad, sabes ya un
principio que en sí contiene aquello que quizá no entiendes. En los pasajes de
la Escritura abiertos a tu inteligencia la caridad se manifiesta, y en los
ocultos la caridad se esconde. Si pones en práctica esta virtud en tus
costumbres, posees todos los divinos oráculos, los entiendas o no.
Por tanto, hermanos, perseguid la caridad, dulce y saludable
vínculo de los corazones; sin ella, el más rico es pobre, y con ella el pobre
es rico. La caridad es la que nos da paciencia en las aflicciones, moderación
en la prosperidad, valor en las adversidades, alegría en las obras buenas; ella
nos ofrece un asilo seguro en las tentaciones, da generosamente hospitalidad a
los desvalidos, alegra el corazón cuando encuentra verdaderos hermanos y presta
paciencia para sufrir a los traidores.
Ofreció la caridad agradables sacrificios en la persona de
Abel; dio a Noé un refugio seguro durante el diluvio; fue la fiel compañera de
Abraham en todos sus viajes; inspiró a Moisés suave dulzura en medio de las
injurias y gran mansedumbre a David en sus tribulaciones. Amortiguó las llamas
devoradoras de los tres jóvenes hebreos en el horno y dio valor a los Macabeos
en las torturas del fuego.
La caridad fue casta en el matrimonio de Susana, casta con
Ana en su viudez y casta con María en su virginidad. Fue causa de santa
libertad en Pablo para corregir y de humildad en Pedro para obedecer; humana en
los cristianos para arrepentirse de sus culpas, divina en Cristo para
perdonárselas. Pero ¿qué elogio puedo hacer yo de la caridad, después de
haberlo hecho el mismo Señor, enseñándonos por boca de su Apóstol que es la más
excelente de todas las virtudes? Mostrándonos un camino de sublime perfección,
dice: aunque yo hablara las lenguas de los hombres y los de ángeles, si no
tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Y aunque tuviera
el don de profecía y supiera todos los misterios y toda la ciencia; y aunque
tuviera tal fe que trasladara los montes, si no tengo caridad, nada soy. Y
aunque distribuyera todos mis bienes entre los pobres, y aunque entregara mi
cuerpo para ser quemado, si no tengo caridad, de nada me aprovecha. La caridad
es paciente; es benigna; la caridad no es envidiosa, no obra precipitadamente,
no se ensoberbece, no es ambiciosa, no busca su interés, no se irrita, no
piensa mal, no se goza con el mal, se alegra con la verdad. Todo lo tolera,
todo lo cree, todo lo espera, lo soporta todo. La caridad nunca fenece
(/1Co/13/01-08/Ag).
¡Cuántos tesoros encierra la caridad! Es el alma de la
Escritura, la virtud de las profecías, la salvación de los misterios, el
fundamento de la ciencia, el fruto de la fe, la riqueza de los pobres, la vida
de los moribundos. ¿Se puede imaginar mayor magnanimidad que la de morir por
los impíos, o mayor generosidad que la de amar a los enemigos?
La caridad es la única que no se entristece por la felicidad
ajena, porque no es envidiosa. Es la única que no se ensoberbece en la
prosperidad, porque no es vanidosa. Es la única que no sufre el remordimiento
de la mala conciencia, porque no obra irreflexivamente. La caridad permanece
tranquila en los insultos; en medio del odio hace el bien; en la cólera tiene
calma; en los artificios de los enemigos es inocente y sencilla, gime en las
injusticias y se expansiona con la verdad.
Imagina, si puedes, una cosa con más fortaleza que la
caridad, no para vengar injurias, sino más bien para restañarlas. Imagina una
cosa más fiel, no por vanidad, sino por motivos sobrenaturales, que miran a la
vida eterna. Porque todo lo que sufre en la vida presente es porque cree con
firmeza en lo que está revelado de la vida futura: si tolera los males, es
porque espera los bienes que Dios promete en el cielo; por eso la caridad no se
acaba nunca.
Busca, pues, la caridad, y meditando santamente en ella,
procura producir frutos de santidad. Y todo cuanto encuentres de más excelente
en ella y que yo no haya notado, que se manifieste en tus costumbres.
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