Francisco Javier Bernad Morales
Con motivo de la celebración del Día de Conmemoración de las Víctimas del Holocausto, quiero compartir con ustedes una breve reflexión sobre aquel acontecimiento.
El nazismo, como toda ideología racista, se fundamenta en la convicción de que la especie humana se divide en razas dotadas por naturaleza de capacidades y aptitudes diferentes, lo que permite jerarquizarlas. Según esta visión, ampliamente compartida por los europeos y los eurodescendientes, a los blancos puros les correspondería el grado más alto de desarrollo racional y moral, en tanto que el resto de los pueblos se hallarían más próximos a la animalidad, sujetos a impulsos y pasiones que difícilmente alcanzan a controlar. De esta manera se justificaban las pretensiones de dominio sobre los territorios eslavos, cuyas poblaciones se suponían mezcladas con elementos asiáticos. Sin embargo, la visión nacionalsocialista de los judíos va más allá de lo que podríamos denominar racismo clásico. Para Hitler los judíos, según expone en Mein Kampf, no constituyen meramente una raza inferior, sino que, en una concepción totalmente maniquea, son el reverso del ario. Mientras que este encarna las fuerzas luminosas y creativas, el judío es el elemento oscuro y destructor, que se enfrenta con el primero en un combate escatológico que solo puede concluir con la destrucción de uno de ellos. El judío, por su propia naturaleza, sin que en ello intervenga su voluntad, segregaría, del mismo modo que los microorganismos producen toxinas, los elementos disgregadores de la sociedad. La lista de estos es amplia y contradictoria. Incluye el igualitarismo, la compasión, el feminismo, la democracia, la pornografía, la prostitución, la homosexualidad, el capitalismo financiero, el socialismo, y también, aunque eso a menudo se ocultara de cara al exterior, el cristianismo. Todos ellos serían fruto de la naturaleza del judío como la peste lo es de la bacteria Yersinia pestis. Por eso el trato dado a los judíos es distinto. Mientras que el Generalplan Ost contempla, mediante la muerte y la deportación, una drástica reducción del número de eslavos y la ocupación de sus tierras por colonos arios; para los judíos no se prevé otra cosa que la aniquilación total. La derrota de Alemania fue vivida por el núcleo nazi más ideologizado como el triunfo del mal. Así lo sintieron el ministro de Propaganda Joseph Goebbels y su esposa Magda, hasta el extremo de que envenenaron a sus seis hijos antes de suicidarse. Como ella había escrito pocos días antes del crimen: «Nuestra magnífica idea se hunde, y con ella todo lo hermoso, admirable, noble y bueno que he conocido en mi vida. Vivir en el mundo que viene después del Führer y del nacionalsocialismo ya no vale la pena» (Carta de Magda Goebbels a Harald Quandt, 28 de abril de 1945).