Nolasco
Paskal Msemwa
Introducción
Aunque la doctrina sobre la Iglesia no es el núcleo del
Cristianismo, en perspectiva
católica, el hecho de ser Iglesia
pertenece a la economía de la salvación como uno de sus elementos intrínsecos.
El carácter de misterio designa a la Iglesia
en cuanto que provine de la Trinidad. El lugar teológico de la Iglesia
es el tercer artículo del símbolo de Fe en estricta dependencia de la
Cristología y de la neumatología. Ahora bien, en el ya referido tercer artículo
del credo confesamos: “Creo en la Iglesia que es una, santa, católica y
apostólica”. La unidad, la santidad, la catolicidad y apostolicidad son señas
de identidad de la Iglesia fundada por Cristo. Sin embargo, desde los comienzos,
estos elementos intrínsecos y característicos de la Iglesia se han interpretado
y comprendido de manera diferente y hasta divergente, lo que ha causado enfrentamientos
y rupturas. El Concilio Vaticano II da testimonio de ello al afirmar que: ya desde los comienzos surgieron escisiones
en esta única Iglesia de Dios… y en siglos posteriores nacieron descensiones más
amplias y comunidades no pequeñas se separaron de la plena comunión de la
Iglesia Católica (UR I,3).
La historia de la Iglesia está, sin duda alguna, sembrada de
divisiones; aunque frente a ellas no han faltado exhortaciones a la unidad. Siempre
ha habido pastores celosos fieles a las palabras de Cristo, que con sus voces
potentes y sus escritos han trabajado en bien de la unidad. El presente
artículo se sitúa en ese contexto. Pretende presentar el fenómeno del donatismo
y la división de la Iglesia del Norte de África los siglos IV-V. Para ello
comenzará indagando las causas de la división limitándose al factor religioso (traditio). Luego, presentará brevemente las
tesis eclesiológicas del donatismo. Finalmente mostrará el empeño singular de
San Agustín en el combarte contra los donatistas para defender la unidad de la
Iglesia. Desde ahí, la lección: ¿qué puede aprender la Iglesia hoy en su lucha
por la unidad eclesial? Ya que lograr la unidad visible de la Iglesia sigue
siendo el reto desafiante que hunde sus raíces en el mismo deseo Cristo en su
oración: “Que todos sean uno para que el mundo crea” (17,21).
1.
EL DONATISMO: SU HISTORIA
El diccionario
San
Agustín a través del tiempo describe al “donatismo” como el movimiento
cismático que se produjo en la Iglesia del norte de África en algún momento
entre los años 308 y 311, cuando no hubo acuerdo para cubrir la sede de Cartago
y grupos enfrentados eligieron como obispos a Mayorino y de Ceciliano
. El
cisma dividió a la Iglesia de África del Norte durante los siglos IV-VII. Algunos
han ido lejos hasta calificar el donatismo como un complejo fenómeno religioso
y madre de todas las divisiones
. El
cisma tomó su nombre de Donato, sucesor de Mayorino. La división preocupó
gravemente a Agustín durante gran parte de su episcopado y no se había
extinguido aun en el momento de su muerte en el año 430.
Es cierto que no hay unanimidad sobre los acontecimientos
históricos que dieron origen al donatismo, ya que la interpretación del
movimiento ha sido objeto de controversia entre los especialistas modernos
.
Sin embargo la mayoría señalan que, la división tuvo sus raíces en las
condiciones que predominaban en la Iglesia africana durante la última persecución
contra los cristianos por el edicto del emperador Diocleciano en los primeros
años del siglo IV, y especialmente a
partir del momento en que cesó tal persecución
. Esta
—corta, pero durísima persecusion— fue suspendida a principios del año 305. Durante
ella, el emperador había ordenado a los cristianos, bajo pena de muerte entregar
(
traditare) a la autoridad civil los
libros y objetos sagrados e incluso los templos para su destrucción.
Los cristianos reaccionaron con diferentes grados de
determinación ante las medidas adoptadas contra ellos por las autoridades
civiles. Algunos, prudentes, cumplieron el edicto sin más; los hubo que para
limpiar su conciencia entregaron los libros heréticos en lugar de la Sagrada
Escritura, y también hubo fanáticos rigoristas radicales que prefirieron enfrentarse
a la pena máxima antes que ceder en lo que para ellos constituía una traición a
la fe cristiana.
De hecho, tras la cese de persecución, se revelaron
tensiones dentro de las comunidades cristianas. Es decir, hubo acusaciones
mutuas entre los cristianos de tendencia moderada y rigoristas. Las facciones
rigoristas y fanáticas consideraban que la entrega (traditio) de ejemplares de las Escrituras a las autoridades por el
clero era apostasía y consiguientemente rechazaban a quienes lo habían hecho. Estos
no podrían pertenecer a la Iglesia y mucho menos ejercer autoridad legítima
dentro de ellas. Eso quiere decir, el
simple hecho de entregar (traditare)
cobra ahora otro sentido, que se traduce en términos de traición. Los traditores se convierten en traidores.
Este conflicto entre los grupos opuestos se hizo patente en la
sede de Cartago (311-312) a la muerte del obispo Mensurio
,
quien había adoptado una actitud prudente y conciliadora durante la
persecución. Uno de sus diáconos, Ceciliano, que había compartido sus puntos de
vista fue elegido como su sucesor. Algo que no fue bien acogido por los
rigoristas, que lanzaron contra él diversas acusaciones, entre ellas la de haber
sido consagrado por obispos culpables de
traditio.
Surge así un problema teológico sobre las condiciones necesarias para
determinar la legitimidad de un acto eclesial
. Los cristianos rigoristas encabezados por el
obispo Secundus de Tigis, primado de Numidia, convocaron otro concilio que
condenó la ordenación de Ceciliano por haber sido conferida por los
traditores, y procedieron a elegir a uno
de los suyos, Maiorinus como primado de Cartago, lo que da lugar al cisma en la
iglesia africana, que queda dividida entre dos obediencias enfrentadas. Optato
de Mileto y San Agustín consideran este cisma como “
levantar el altar contra altar”-
altare contra altare o episcopus contra episcopum.
Este será largo comienzo de la dolorosa escisión de la Iglesia de África.
Una experiencia que vivirá Agustín como pastor de la iglesia de Hipona y ante
la que reaccionará luchando enérgicamente para restablecer la unidad a través
de un diálogo basado en la verdad y en la caridad. Ahora bien, ¿cuáles son los
principios teológicos de cisma donatista?
2.
LA TEOLOGIA COJA DE LOS DONATISTAS
Se ha discutido mucho sobre la importancia del cisma
.
Optato de Milevi y Agustín de Hipona,
que proporcionan la mayor parte de la información acerca del donatismo en su
época clásica, el siglo IV, consideraron que aquel estaba motivado por el
propio interés, la intriga y, sobre todo la falta de caridad
.
No obstante señalaron también las cuestiones teológicas suscitadas por los cismáticos.
Indico a continuación de las tesis principales de la teología donatista que se
reducen a un problema esencialmente eclesiológico y sacramental
.
Cabe indicar que los donatistas fueron herederos de San
Cipriano y del montanismo representado por Tertuliano. De este último aprendieron
con radicalidad que la Iglesia es morada del Espíritu Santo. La naturaleza
espiritual de la Iglesia es el fundamento y condición de todos sus miembros y la
santidad de los ministros es imprescindible para la validez de los sacramentos
(bautismo, ordenación). Como Tertuliano, los donatistas seguirán a Cipriano al
afirmar que la Iglesia es íntegra y pura; de hecho ningún sacerdote en pecado
mortal podrá administrar válidamente un sacramento. Añadirá más todavía, que
fuera de la Iglesia no habrá bautismo válido, y quienes lo reciban de herejes y
cismáticos tendrán que ser rebautizados
.
El problema eclesiológico de los donatistas se hallaba en la
respuesta a la pregunta: ¿cuál es la verdadera naturaleza de la Iglesia de
Cristo? Y, ¿dónde reside dicha Iglesia? Hay que señalar que los donatistas no
ignoraban que al principio la Iglesia había sido universal, extendida hasta el
ultramar. Lo que ocurre es que al mismo tiempo se obcecaban en afirmar que a
raíz del cisma había quedado circunscrita a los límites de África. Los cristianos
de Roma y países extranjeros habían acabado perdiéndose al convertirse en
cómplices de los
traditores católicos.
De hecho, para los donatistas, el concepto “
integridad”
era más importante que el de la “
universalidad”
en cuanto prueba del catolicismo. Por tanto, los únicos cristianos verdaderos eran
ellos. Ellos constituían la sola, única y verdadera Iglesia de Cristo. Y a la
luz de la Sagrada Escritura, pretenderán concluir incluso que las características
de la verdadera Iglesia católica residen solo en la Iglesia nacional y
autónoma, la única rama verde de la Iglesia universal, la de Donato. La Iglesia
de los mártires, intacta y pura
. De
hecho la norma de bastante obispos del partido era que un donatista jamás debía
saludar a un católico, ni responder el saludo de este, ni permitirle usar la
palabra hermano, ni darle su hija en matrimonio, ni prestarle ayuda. Como
indica Agustín mismo en un famoso pasaje que cuando él llegó a Hipona, el
predominio donatista sobre los católicos era tan grande que el obispo local,
Faustino había prohibido amasar pan para los católicos
. Había
que conservar la incolumidad y, de acurdo con la Sagrada Escritura, mantenerse por completo al margen del trato social con
los católicos para no contaminarse. De todos modos, resulta difícil comprender
una Iglesia autocalificada no solo de santa, sino de santos, pudiera llegar a
tales extremos de odio anticatólico.
Desde la eclesiología, postulando como una sola y única iglesia,
la de ellos, (los donatistas) y considerando por consiguiente heréticas a la
demás, incluida la católica, pensarán lo mismo del sacramento. Los donatistas entendían
que hay un solo bautismo valido, el administrado por su propia iglesia, puesto
que solo ella tiene potestad de purificar y santificar, al ser la única en que
habita el Espíritu Santo. Tras sostener que los sacramentos dependían de la
Iglesia y afirmar que los suyos eran los únicos válidos, reprobaban todo lo que
venía de fuera. De ahí su insistencia en la r
ebautizacion
de los que querían entrar en su comunidad procedentes del exterior, así mismo
su rechazo de la consagración episcopal efectuada por
traditores.
Todo ello quiere decir que no reconocían validez a ningún
sacramento de la Iglesia Católica sobre todo el bautismo y el orden. Cabe
subrayar que eran la pureza y la santidad del ministro lo que los cismáticos
reclamaban como rasgos esenciales del concepto de la Iglesia. Unos rasgos que
la Católica habría perdido al mantener en su seno a los traditores. Como únicamente la Iglesia donatista contaba con esa
eclesial puritas ella sola era, en
consecuencia el sujeto inmediato
verdadero y sensible de los actos sacramentales. La teología donatista era
peligrosa y por eso, Agustín dedico tanto esfuerzo a combatirla y presentar una
eclesiología más ecuménica.
3.
SAN AGUSTIN FRENTE AL
DONATISMO
La división de la Iglesia en África causada por el cisma
Donatista fue para San Agustín una dolorosa experiencia. Su propia diócesis de Hipona estaba casi completamente en manos de la
facción donatista cuando fue elegido y ordenado obispo. El santo Obispo de
Hipona luchará energéticamente para restablecer la unidad de la Iglesia en
Norte de África. El donatismo dejó una marcada huella en su vida y en sus
obras. De hecho una parte considerable de sus escritos están dedicada a la
controversia con los donatistas
.
Los restantes tampoco están exentos de su influencia.
El cisma donatista fue para San Agustín la ocasión de investigar
más profundamente la naturaleza de la Iglesia y de presentar una exposición más
exacta de la misma
. San Agustín afirmará categóricamente que solo
hay una única Iglesia de Jesucristo que es santa, católica y apostólica
.
Pero no en sentido exclusivista como el de los donatistas. Para refutar el
concepto “exclusivista” de la eclesiología donatista, San Agustín explica que esta
una y única Iglesia existe en dos estados diferentes:
eclesial qualis nunc est y
Ecclesia
tunc erit o sea eclesia communio sancramntorum y Societas sanctorum.
Es decir, La Iglesia presente como comunión de sacramentos y la Iglesia del futuro,
la de los santos. Para el Santo de
Hipona, de la misma manera que solo hay un hombre aunque hoy sea mortal y
mañana inmortal en la vida futura; lo mismo es la Iglesia no hay dos Iglesias,
sino dos tiempos (presente y escatológico) de una misma única Iglesia. De esta
manera Agustín fue capaz de resolver el problema de los pecadores y su
pertenencia a la Iglesia y a la vez el del ministro y el sujeto de los
sacramentos.
San Agustín defenderá la unidad de la Iglesia partiendo de
la Sagrada Escritura
,
dando lugar con ello a un argumento teológico compacto y de gran alcance. Según
nuestro autor, la Iglesia está compuesta por todos los hombres que han
escuchado y secundado la llamada de Dios. La unidad eclesial se realiza siempre
cuando los fieles forman juntos un solo cuerpo y guardan la unidad del Espíritu
por el vínculo de la paz. Una paz que consiste en la reciproca compresión en la
concordia y cuyo principio es la caridad
.
El Espíritu Santo es en este sentido el alma y principio que anima y dirige la
unidad espiritual de la Iglesia. Dicho de otra manera, es la acción del
Espíritu Santo lo que hace posible en la iglesia la paz y la caridad que la congregan y unen en un
solo Pueblo de Dios. Para San Agustín, por tanto, el primer sujeto de toda
operación santificante de la Iglesia es Dios, que actúa en Cristo por el medio del Espíritu Santo.
La gran aportación eclesiológica de San Agustín fue
presentar una síntesis armoniosa entre la dimensión trinitaria como esencia de
la Iglesia donde se entroncan sus notas de unidad, santidad, catolicidad y
apostolicidad. Es decir, comprender la Iglesia en cuanto Pueblo de Dios y
Cuerpo místico de Cristo animado por el Espíritu clave para la unidad, paz y
comunión de la comunidad Eclesial. Y la unidad eclesial es fomentada por los
Sacramentos.
Los sacramentos fueron otro campo de batalla entre Agustín y
los donatistas. El santo de Hipona desarrollará la teología de los sacramentos estrechamente
relacionada con su eclesiológica
. En
contra los donatistas, el obispo de Hipona distingue el sacramento en términos
de su origen, su uso y sus efectos, entre gracia sacramental y gracia en sí,
entre
potestas y ministerium.
Para Agustín Cristo es quien instituyó los sacramentos. La Iglesia los
recibió como un don precioso y en calidad de tal los conserva. Los sacramentos
son santos con santidad que dimana, de Cristo, su autor, sobre la que en nada
puede influir la moralidad del ministro, ya que la santidad sacramental no depende
ni del ministro ni de quien recibe el sacramento. Son santos porque su autor es
santo, de hecho en nada puede ser
cambiada por el uso que de ellos haga el ministro o por la mayor o menor
santidad de este. Es decir, la santidad de los sacramentos no depende del
ministro como insistían los donatistas. El ministro del sacramento obra como
instrumento de Cristo; no es él sino
Cristo quine da eficacia al sacramento.
Esto es, cuando Pablo o Pedro bautiza, siempre es Cristo quien bautiza. Con tal
que el bautismo sea debidamente administrado como sacramento de la Iglesia, la
indignidad del ministro no obsta a su validez. De aquí procede a conceder que
el bautismo conferido por un donatista
es válido y que el que lo ha recibido, si va después a la Iglesia Católica no
ha de ser rebautizado. Por eso San Agustín tajantemente rechaza la práctica donatista
de rebautizar a los cristianos
.
Para Agustín está claro que los sacramentos son de Dios, de
Cristo y de la Iglesia, en el sentido de que esta los ha recibido de Cristo
como un don divino. Dicho de otra manera, Cristo es el agente principal que
comunica la santificación sacramental y, por consiguiente, el pecado posible
del ministro humano no causa la nulidad del sacramento administrado ni mancha a
la Iglesia en cuyo nombre y seno se administra, al contrario de lo que opinaban
los donatistas. Eso sí, el sacramento solo no es suficiente, se requiere la
gracia que el Espíritu Santo comunica a través de los sacramentos. De hecho
para Agustín la plena eficacia sacramental solo se alcanza en la Iglesia
.
4.
CONCLUSION: LA DIMENSION ECUMENICA DE LA CONTROVERSIA
DONATISTA
Hagamos una conclusión de este estudio reafirmando que la
defensa de la unidad eclesial fue la causa por la cual san Agustín luchó
incasablemente contra el donatismo. La doctrina que san Agustín opuso a los
donatistas puede servir aún de modelo hoy para la defensa de la unidad de las
Iglesias. Los argumentos empleado por San Agustín contra sus adversarios, los donatistas:
La verdad en la caridad, el vínculo fraterno que hunde sus raíces a la fe común
en Cristo, los sacramentos, la Sagrada Escritura como testamento de Dios y
árbitro de la herencia común, la unidad, santidad, catolicidad y apostolicidad
de la Iglesia para una misión común que garantiza la credibilidad del Evangelio son temas que sobre
los que el movimiento ecuménico hoy puede encontrar aún en Obispo de Hipona una
fuente inagotable de inspiración teológica. Junto a todo ello Agustín, como
amigo del diálogo paciente y sereno, leal y fraterno que nos lleva a la
reconciliación pacífica, debe ser el camino preferido y adecuado hacia la
unidad visible entre cristianos hoy. Lo que dijo san Agustín a los donatistas en
su tiempo es válido hoy porque los cristianos: “
Somos hermanos, invocamos al mismo
Dios, creemos en un solo Cristo, oímos el mismo Evangelio, cantamos el
mismo salmo, respondemos con un solo amén, prorrumpimos un solo aleluya,
Celebramos una sola Pascua, ¿por qué tú estás fuera y yo dentro?”
Es una pregunta de indiscutible actualidad, ya que apunta al corazón mismo del
problema ecuménico que intenta a superar el escándalo de la división de los
cristianos, siguiendo la oración de Cristo con su deseo ardiente: “
Que todos sean uno para que el mundo crea”
(Jn 17,21).
Por NOLASCO PASKAL MSEMWA