30 septiembre 2011
Mensaje del papa Benedicto XVI en Alemania
26 septiembre 2011
El árbol de la vida, dirigida por Terrence Malick
25 septiembre 2011
Nuestro blog: un lugar de encuentro
23 septiembre 2011
Los samaritanos (III)
Francisco Javier Bernad Morales
Como se cuenta en los libros de los Reyes y de las Crónicas, a la muerte de Salomón, las tribus del norte rechazaron como monarca a su hijo Roboam y eligieron en su lugar a Jeroboam (I Re 12 y II Cr 10). El reino del Norte, conocido como reino de Israel, cuya capital estableció el rey Omri en la ciudad de Samaria, susbsistió hasta su conquista por los asirios, quienes deportaron a sus habitantes (721 a C.). En su lugar repoblaron en territorio con gentes prodecentes de Kutah y otros lugares de Mesopotamia (II Re, 17,24). Ahora podemos entender que cuando Flavio Josefo se refiere a los habitantes de este territorio con el término cuteos, lo hace con intención de subrayar su carácter extranjero y negar así que tuvieran alguna relación con los samaritanos antiguos. Según el relato de II Reyes, los nuevos habitantes elevaron altares a sus dioses, por cuyo motivo el Señor envió contra ellos leones que los pusieron en tal peligro que el rey de Asiria ordenó el regreso de un sacerdote judío para que los instruyera en el culto de Yahveh. El episodio concluye con una dura condena de los samaritanos:
Así, pues, reverenciaron a Yahveh y también sirvieron a sus propios dioses, con arreglo al uso de las gentes de donde los habían trasladado. Hasta el día presente han venido obrando según las costumbres antiguas, sin reverenciar a Yahveh y sin obrar conforme a sus propios ritos y ordenanzas, y según la ley y el mandato que Yaveh había prescrito a los hijos de Jacob, a quien puso por nombre Israel (II Re 17, 33,34).
Hay testimonios, sin embargo, de que la deportación no fue completa. Así en II Crónicas se cuenta que el rey Ezequías de Judá invitó a los habitantes de Israel, incluidos Efraím y Manasés1, a que celebrasen la Pascua en Jerusalén (II Cr 30, 1). La idea de que quedan judíos en el antiguo reino del Norte se expresa poco más adelante de manera inequívoca.
Partieron, pues, los correos con las cartas de parte del rey y de sus príncipes, por todo Israel y Judá, conforme a la orden real diciendo: “Israelitas, volved a Yahveh, Dios de Abraham, Isaac e Israel, y Él se tornará al residuo que de vosotros ha escapado de la mano de los reyes de Asiria...” (II Cr 30, 6).
En Flavio Josefo encontramos, asimismo, una exhortación de Josías a los israelitas que no han sido reducidos al cautiverio por los asirios, para que abandonen a los dioses extraños y sean fieles al Dios de sus antepasados (Antigüedades judías, libro X, cap. IV, 5).
Podemos aventurar a la vista de lo expuesto, que no todos los habitantes del reino del Norte fueron expulsados por los asirios. Aparte de que con toda probabilidad muchos buscarían refugio en el reino del Sur, la deportación debió afectar fundamentalmente a la élite política y sacerdotal, así como a los artesanos cuyo trabajo fuera especialmente útil a los conquistadores. Quedaría, pues, un remanente escasamente instruido, que, pese a las invitaciones de Ezequías y de Josías, se mezclaría con los nuevos pobladores llegados de Mesopotamia y adoptaría en parte sus usos y creencias. Sin embargo, aunque sugerente, esta idea no despeja todas las dificultades, pues si bien explica el rechazo de Zorobabel, y su consideración como extraños al pueblo de Israel, no aclara cómo la religión samaritana, tal como se deduce de los Evangelios y permanece en la actualidad2, mantiene, al igual que la judía, un riguroso monoteísmo, en lugar de consistir en un sincretismo con elementos paganos.
En el siguiente artículo intentaré profundizar en el sentido de los textos desde la convicción de que estos nos permiten afinar la respuesta.
______________________
1Efraím y Manasés eran las más fuertes tribus del reino del Norte.
2Aún existe un pequeño grupo samaritano en Israel.
21 septiembre 2011
El testamento del padre Christian de Chergé
19 septiembre 2011
Reflexión cristiana sobre la sexualidad
15 septiembre 2011
Los samaritanos (II)
Francisco Javier Bernad Morales
Pienso que lo más adecuado para entender la hostilidad entre judíos y samaritanos es situarnos en el momento en que el rey persa Ciro, tras conquistar Babilonia, permite a los primeros regresar a Jerusalén, bajo el mando de Sesbasar, príncipe de Judá (538 a.C.). Aunque ahora solo nos interesan los retornados, no podemos olvidar que fueron muchos los que decidieron permanecer en Mesopontamia, y que allí se desarrolló durante siglos, incluso milenios, una rica cultura judía, cuyo más resplandeciente fruto fue el Talmud de Babilonia.
A los recién llegados debió ofrecérseles un panorama desolador: un país apenas poblado, una ciudad destruida y el magnífico templo edificado por Salomón arrasado. Pero animados por el fervor religioso y por la alegría de encontrarse de nuevo en la Tierra Prometida emprendieron de inmediato la reconstrucción, bajo la dirección de Zorobabel1. En este momento, se presentaron, según el libro de Esdras, unos enemigos de Judá y Benjamín, a quienes más adelante se identifica como samaritanos, y se ofrecieron a colaborar en el trabajo:
“Permitid cooperemos con vosotros en la construcción, ya que al igual que vosotros, seguimos a vuestro Dios y a él ofrecemos sacrificios desde los tiempos de Esar-Hadón2, rey de Asiria, que nos trajo aquí” (Esd 4,2).
Zorobabel rechazó su ayuda, ya que, como respondió, tal obra le estaba reservada de manera exclusiva a su pueblo. Flavio Josefo, que compartía con el resto de los judíos la animosidad hacia los samaritanos, a quienes por razones que más adelante explicaré, suele llamar cuteos, indica que Zorobabel únicamente se negó a que participaran en la edificación, pero sí admitió que, una vez concluida esta, adoraran allí a Yahveh, Dios único (Antigüedades judías, libro XI, cap. IV, 3-9).
A partir de este momento, comienzan las intrigas samaritanas ante las autoridades persas a fin de obstaculizar las obras (Esd 4, 6-33 y Neh 3, 33-38). Josefo, que a este respecto sigue estrechamente a Esdras y Nehemías, aunque al abarcar un período más largo, narra también ulteriores conflictos, asegura, refiriéndose ya a la época de Alejandro Magno, que los samaritanos pretendían ser judíos cuando la suerte favorecía a estos, pero negaban todo parentesco, cuando les era adversa (Antigüedades judías, libro XI, cap.VII, 6).
Para nuestro objetivo, debemos tener presente que los judíos consideraron extranjeros a los samaritanos y que estos, pese a adorar al Dios único, reconocieron, al menos en su primera comparecencia ante Zorobabel, no pertenecer al pueblo de Israel.
En el siguiente artículo intentaré arrojar alguna luz sobre el origen de los samaritanos y la naturaleza de su relación con el pueblo judío.
2Como suele ocurrir con los nombres semíticos, lo podemos encontrar transcrito de diferentes maneras, siendo Asaradón y Assarhaddon las más frecuentes.