Mons. Carlos Osoro, Arzobispo de Madrid
Nos estamos preparando para la Resurrección de Jesús. Casi
seis semanas anticipando en nuestra vida de oración la experiencia creyente de
los momentos más importantes de su vida. Un tiempo de penitencia y oración que nos
permite comprender que sin la ayuda de Dios y de la gracia no somos dignos del
sacrificio de Jesús. «Cada día libramos un combate similar al que Jesús libró
en el desierto de Judea, donde durante cuarenta días fue tentado por el
diablo. Se trata de un combate espiritual dirigido contra el pecado, contra
Satanás. Es un combate que implica a toda la persona y que exige una vigilancia
atenta y constante»1
La Cuaresma nos llama a restaurar el amor, tanto en la
Iglesia como en el mundo. Restaurar un amor que implica el compromiso a favor
de los hambrientos, los desheredados, los prisioneros y todos aquéllos que
Cristo mencionó al describir el Juicio Final 2 y en los cuáles Él mismo habita;
un amor que nos exige reconocer a Cristo y amarlo en los más humildes, sin
excluir a nuestros enemigos, pues el amor al enemigo forma parte de la esencia
del cristianismo. Un amor que se explica en la misericordia.
Sin misericordia no hay verdadero perdón. Porque «la
misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia (…) y el
perdón es una fuerza que resucita a una vida nueva e infunde valor para mirar
el futuro con esperanza»3. Procuremos en esta Cuaresma mirar más intensamente a
Dios para pedirle perdón. Así podremos perdonar también nosotros. Dejemos de relativizarlo
todo y dediquémosle un espacio en nuestros corazones y en nuestro entorno personal,
familiar y profesional. Hagámosle un rincón para que en cada uno de nosotros
todos tengan su rincón. Estamos llamados a la comunión eclesial y tenemos que
llevar, con nuestro ejemplo, nuestra fe y nuestras obras, a todo el mundo a
Dios.
¿Cómo debemos pedir perdón? Como hizo el buen ladrón: «Jesús
acuérdate de mí cuando llegues a tu reino»4 ¿Lo hacemos así? ¿Pedimos lo que
pidió el ladrón arrepentido? Porque él tuvo que decirle al otro, que también
estaba crucificado junto a Jesús, pero no quería ver quién era Jesús, « ¿es que
no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque
nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha
hecho»5. La ceniza que recibimos sobre nuestras cabezas el miércoles en que
comienza la Cuaresma, debería servimos de recordatorio.
«La Cuaresma de este Año Jubilar sea vivida con mayor
intensidad»6 nos pide el papa Francisco. Son días para meditar y para eliminar
servidumbres: dependencias, malos gestos, palabras inadecuadas; días para
conversar con Dios y compartir con Él cómo estamos saciando a los hambrientos,
acompañando a los afligidos, saliendo de las tinieblas y alzando la luz como
nos dice el profeta Isaías. Días para dejamos acoger por el amor de Dios en el
sacramento de la reconciliación, pues «el Padre acoge a cuantos están en busca
de su perdón»7. Días para recordar el valor penitencial de la limosna.
De esta manera estaremos todos llamados a interiorizar el
llamamiento de la misericordia. Y a comprender que se trata del momento
oportuno para cambiar de vida y dejarse tocar el corazón 8.
«Honra a Dios con tus riquezas»9 con tus actuaciones de cada
día, con el amor que pones en las cosas más sencillas, con las miradas
indulgentes y con tus palabras. Aprovechemos estos días para hablar con Él en
el sagrario, largamente, sin prisas para escuchar su Palabra. Así prepararemos
el corazón para sufrir con Él y también para esperar que nos llame a compartir
con Él la Vida Eterna.
1. Youcat 88, Benedicto XVi 01.03.2006
2. Cf. Mt 25,35-45
3. Francisco, Misericordiae Vultus, n. 10
4. Cf. Lc 23,42
5. Cf. Lc 23,40
6. Francisco, Misericordiae Vultus, n-17
7. Francisco, Misericordiae Vultus, n. 18
8. Francisco, Misericordiae Vultus, n. 19
9. Cf. Prov 3,9