31 julio 2012

El Matrimonio

Benedicto XVI

 …La familia, fundada sobre el matrimonio entre el hombre y la mujer, está también llamada al igual que la Iglesia a ser imagen del Dios Único en Tres Personas. Al principio, en efecto, “creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: “Creced, multiplicaos” “. Dios creó al ser humano hombre y mujer, con la misma dignidad, pero también con características propias y complementarias, para que los dos fueran un don el uno para el otro, se valorarán recíprocamente y realizarán una comunidad de amor y de vida. El amor es lo que hace de la persona humana la auténtica imagen de la Trinidad, imagen de Dios. Queridos esposos, viviendo el matrimonio no os dais cualquier cosa o actividad, sino la vida entera. Y vuestro amor es fecundo, en primer lugar, para vosotros mismos, porque deseáis y realizáis el bien el uno al otro, experimentando la alegría del recibir y del dar. Es fecundo también en la procreación, generosa y responsable, de los hijos, en el cuidado esmerado de ellos y en la educación metódica y sabia. Es fecundo, en fin, para la sociedad, porque la vida familiar es la primera e insustituible escuela de virtudes sociales, como el respeto de las personas, la gratuidad, la confianza, la responsabilidad, la solidaridad, la cooperación….

 VII Encuentro Mundial de las Familias- Homilía Misa. Domingo 3, 6, 2012)

30 julio 2012

La salud, derecho de todos III

Con el fin de seguir llamando la atención sobre la campaña de este año de Manos Unidas que tiene como lema: La salud, derecho de todos, presentamos este vídeo hecho por las Escolapias de Carabanchel relativo al mismo tema.



29 julio 2012

Jesús mío



John Henry Newman (Londres, 1801 – Birmingham, 1890) nació en el seno de una acomodada familia anglicana, cuya situación económica empeoró notablemente en el período de las guerras napoleónicas. Desde la niñez fue educado en el gusto por la lectura de la Biblia, pero no fue hasta  los quince años cuando experimentó una primera conversión bajo la influencia del ministro calvinista Walter Meyers, a quien califica como “excelente varón”, al evocar en 1864, ya sacerdote católico, aquellos años de formación (NEWMAN, J. H. Apologia pro vita sua, Madrid, Ciudadela, 2009, p. 37). Del calvinismo comenzó a separarlo poco después la admiración por Thomas Scott, en quien estimaba el celo por la búsqueda de la verdad. En  tanto, descubrió también a los Padres de la Iglesia y se interesó sobre todo por San Agustín y San Ambrosio. Al cumplir los veinte años de edad, estaba firmemente convencido de que el Papa era el anticristo de que hablan Daniel, San Pablo y San Juan (Apologia, p. 40). Es a partir de 1825 ya presbítero de la iglesia de Inglaterra y párroco en Oxford cuando, al descubrir el valor de la tradición y de la sucesión apostólica, comienza a aproximarse lentamente, durante mucho tiempo sin ser siquiera consciente de ello, al catolicismo.
Totalmente emancipado de la influencia calvinista, se adhiere al Movimiento de Oxford, un grupo ligado a la High Church[1], que pretendía una recuperación de las tradiciones eclesiásticas marginadas en un mundo progresivamente secularizado. La profundización en el estudio de los Padres de la Iglesia y de la tradición llevó finalmente a Newman hasta la iglesia Católica, de la que fue ordenado sacerdote en 1847, y en la que el papa León XIII le elevó a la dignidad cardenalicia (1879). Su ejemplo fue seguido por otros miembros del Movimiento de Oxford, entre ellos Henry Edward Manning, que también sería cardenal.
A continuación, insertamos una de sus oraciones.

Jesús mío, ayúdame a esparcir tu fragancia dondequiera que yo vaya, inunda mi alma con tu Espíritu y tu Vida; penetra en todo mi ser y toma posesión de tal manera, que mi vida no sea en adelante sino una irradiación de la tuya.
Quédate en mi corazón con una unión tan íntima, que las almas que tengan contacto con la mía, puedan sentir en mí tu presencia y que, al mirarme, olviden que yo existo y no piensen sino en Ti.
Quédate conmigo. Así podré convertirme en luz para los otros.
Esa luz, oh Jesús, vendrá de Ti; ni uno solo de sus rayos será mío: yo te serviré apenas de instrumento para que Tú ilumines a las almas a través de mí.
Déjame alabarte en la forma que es más agradable, llevando mi lámpara encendida para disipar las sombras en el camino de otras almas.
Déjame predicar tu Nombre con palabras o sin ellas... con mi ejemplo, con la fuerza de tu atracción, con la sobrenatural influencia evidentemente del amor que mi corazón siente por Ti.



[1] La iglesia de Inglaterra había surgido en el siglo XVI al negarse el rey Enrique VIII a reconocer la autoridad del Papa. En un principio se trató de un simple cisma en que se mantuvo la identidad de fe. Sin embargo, durante los reinados de Educardo VI y de Isabel I se admitieron ciertos principios calvinistas, lo que llevó a la aparición de dos tendencias: la Low Church, próxima al calvinismo, y la High Church, fiel a la ortodoxia católica.


28 julio 2012

Criadas y Señoras


Carmen Sáez

Criadas y Señoras, cuyo título original es The Help, es una excelente producción cinematográfica del director Tate Taylor, basada en la obra homónima de Kathryn Stocket.
De no haber sido por la insistencia casi machacona de mi hija Laura, el hecho de ver la película hubiera sido solamente un proyecto deseado, pero irrealizado. Siempre hay tantas cosas que hacer… Pero, afortunadamente, seguí su consejo, con la plena convicción de que de los hijos se aprende mucho y, aprovechando este periodo estival, más descargado de ocupaciones, la he visto, ya en DVD, pues en las pantallas se proyectó este otoño-invierno.
La historia se sitúa en Mississipi, al sur de los Estados Unidos, en la década de los años 60. Una joven de veintitrés años que regresa a casa tras haber finalizado sus estudios universitarios, echa en falta a quien había sido su cuidadora durante su infancia, una criada negra, ya mayor, que había sido despedida por sus padres sin que ella hubiera tenido noticia de ello. A partir de ahí, a pesar de estar inmersa en la clase social acomodada que podía permitirse disponer del servicio de mujeres negras, se rebela contra la situación injusta y discriminatoria que vivían. Estas sirvientas veían como después de criar a los hijos de los blancos, estos volvían a reproducir los mismos patrones que sus padres y repetían las mismas discriminaciones e injusticias. Pero ella decide cambiar la historia y toma una iniciativa arriesgada y valiente: escribir las historias personales de las criadas, narradas por ellas mismas, para publicarlas posteriormente. En su empeño por reflejar la injusticia social que vivían estas mujeres encuentra varias dificultades, entre ellas, el miedo que tenían a hablar, a narrar los hechos.
En la película se dan muchas situaciones paradójicas. Sin duda, la más llamativa, a mi modo de ver, es la acción caritativa que realizaban las señoras, que consistía en recaudar fondos para los lejanos niños de África, mientras maltrataban psicosocialmente a sus más cercanas empleadas.
Es una película para ver. Cualquier intento de comentar sobre ella es una mera aproximación a la realidad cinematográfica. Además la interpretación es excelente, el ambiente está muy bien contextualizado y la dirección es decididamente acertada.

27 julio 2012

Paul Tillich


Paul Tillich (1886-1965) fue uno de los grandes teólogos del siglo XX. Ordenado ministro de la iglesia luterana en 1912, abandonó Alemania en 1933, después de que los nazis le expulsaran de la universidad de Frankfurt. Vivió desde entonces en los Estados Unidos, donde impartió clase en la Unión Teológica de Nueva York y en las universidades de Harvard y de Chicago. De su extensa obra, destaca especialmente la compleja y voluminosa Teología sistemática, en la que trabajó a lo largo de casi cuarenta años.
Se han escrito multitud de estudios sobre sus ideas, pero de entre ellos queremos destacar el que, con el titulo de La Iglesia en el pensamiento de Paul Tillich, le dedicó el que fuera durante años nuestro muy querido párroco, Alfonso Garrido, un hombre justo y sabio, cuyo recuerdo iluminará siempre nuestras vidas.
En el párrafo que reproducimos, Tillich nos llama enérgicamente la atención sobre la trascendencia divina:
Constituye un ultraje a la santidad divina tratar a Dios como un compañero con el que colaboramos o como un poder superior al que influimos con nuestros ritos o plegarias. La Santidad de Dios hace imposible su inserción en el contexto de las correlaciones yo-mundo y sujeto-objeto. Dios mismo es el fondo y el sentido de esta correlación, no un elemento suyo. La santidad de Dios requiere que, en relación con Él, abandonemos la totalidad de las relaciones finitas y entremos en una relación que, en el sentido categorial de la palabra, no es en modo alguno una relación. Podemos introducir todas nuestras relaciones en la esfera de lo santo; podemos consagrar lo finito, con todas sus relaciones internas y externas, a través de la experiencia de lo santo; pero, para hacerlo, hemos de trascender primero todas esas relaciones. La teología, que por su naturaleza está siempre en peligro de insertar a Dios en la relación cognoscitiva de la estructura sujeto-objeto del ser, cuando se juzga a sí misma debería acentuar vigorosamente la santidad de Dios y su índole inaccesible. (TILLICH, Paul, Teología sistemática, Salamanca, Sígueme, 2001, vol. 1, p. 348).

26 julio 2012

El “verdadero” significado de la Escritura


San Agustín

El núcleo de todo lo que hemos dicho desde que hemos empezado a tratar de las “cosas” divinas es esto: comprender que la plenitud y el fin de la ley y de todas las divinas Escrituras es el amor por aquello que se nos ordena de gozar y por aquello que junto a nosotros puede gozar del objeto que amamos; por lo que se refiere al amor a nosotros mismos, no hay necesidad de mandatos (…).
Por tanto, el que cree haber comprendido las divinas Escrituras, o una parte de ellas, si mediante tal comprensión no consigue levantar el edificio de este doble amor, de Dios y del prójimo, todavía no las ha comprendido”.


La doctrina cristiana I, 35

25 julio 2012

La Septuaginta


Francisco Javier Bernad Morales

La Septuaginta, también conocida como Biblia de los LXX, es la versión griega de la Sagrada Escritura realizada en Egipto en los siglos III y II a C. Un antiguo documento que ha llegado hasta nosotros y que ya fue ampliamente parafraseado por Flavio Josefo (Antigüedades judías, libro XII, cap. 2), la Carta de Aristeas, pretende que el propio rey Ptolomeo II Filadelfo, informado por Demetrio de Falero[1] del valor de los escritos judíos, habría solicitado del sumo sacerdote Eleazar el envío de un equipo de sabios con el fin de que los tradujeran y así disponer de una copia en la biblioteca de Alejandría.  Eleazar habría seleccionado a seis hombres de cada tribu, setenta y dos, pues, en total, virtuosos y versados tanto en las letras judías como en las griegas, los cuales, en el brevísimo plazo de setenta y dos días habrían concluido la tarea encomendada por el rey[2].
La carta parece ser una falsificación datable hacia el 200 a.C. escrita probablemente por un judío alejandrino helenizado que con ella pretendía dotar de prestigio a la traducción. Conviene recordar que Alejandría contaba en aquella época con una población judía muy numerosa, que utilizaba el griego en la vida diaria y una parte de la cual debía tener dificultades para entender el hebreo. Sería esta comunidad la autora y destinataria de la Septuaginta, aunque, naturalmente, también pudo quedar alguna copia en la biblioteca de Alejandría.
En cualquier caso, la traducción no tuvo trascendencia en el judaísmo posterior, que continuó utilizando la escritura en hebreo. Fue, sin embargo, de gran importancia desde los primeros tiempos del cristianismo, cuando este comenzó a extenderse entre los gentiles. Su destino es, en este sentido, similar al de otras expresiones del judaísmo helenizado, tales como la obra exegética de Filón de Alejandría.
La expansión del cristianismo en la parte occidental del Imperio, hizo necesaria la traducción de las Escrituras al latín, por lo que pronto comenzaron a circular versiones en esta lengua, que tomaban la Septuaginta como base para el Antiguo Testamento. Esta Biblia, poco rigurosa y carente de unidad, que hemos dado en llamar Vetus latina, se utilizó hasta que fue desplazada por la traducción de San Jerónimo, conocida como Vulgata.
La Septuaginta presenta algunas diferencias notables respecto del Tanaj[3], tales como la adición de cierto número de libros no incluidos en el canon judío. Son los que los católicos denominamos deuterocanónicos: Tobit, Judit,  algunos capítulos del libro de Ester, Sabiduría, Sirácida (Eclesiástico), Baruc, Carta de Jeremías, algunas adiciones al libro de Daniel, I y II de los Macabeos.  Estos textos se integraron en la Vulgata y forman parte del canon católico. No se incluyen, sin embargo, en el canon de las iglesias protestantes, que siguen el Tanaj y los consideran apócrifos.
Las iglesias ortodoxas añaden a los libros del canon católico el Salmo 151, la Oración de Manasés, III y IV de Esdras y III y IV de los Macabeos.  Por último, la iglesia Ortodoxa Etíope considera canónico, además de los anteriores, el libro de Enoc.


[1] Primer director de la Biblioteca de Alejandría.
[2] Una traducción precedida de una excelente introducción en PÒRTULAS, Jaume, “La carta de Aristeas”, Revista de Historia de la Traducción, 1, 2007. http://www.traduccionliteraria.org/1611/art/portulas.htm (disponible en Internet en julio de 2012).
[3] Biblia judía. Obviamente la denominación cristiana de Antiguo Testamento es radicalmente rechazada en el judaísmo.

24 julio 2012

La mochila


Esta oración de Patxi Loidi queremos dedicársela en especial a los jóvenes de nuestra parroquia que durante estos días se encuentran realizando la generosa misión de hospitaleros en un pueblito de León, acogiendo a los peregrinos del Camino de Santiago. A ellos y también, cómo no, a los caminantes,y a los sacerdotes acompañantes, P.Ángel Andújar, P. Pablo Tirado y P. Nolasco Msemwa, les queremos hacer llegar esta plegaria. Esperamos que les reafirme en su opción ante la vida y que nunca abandonen esta gran aventura.

Para estar contigo,
hay que tomar la mochila
y andar.
Tú siempre estás andando.
El que se sienta te pierde.
No hay más remedio que levantarse.

¿Dónde tienes la mochila?
¿Has cogido la tienda?
¡Vamos!
Tu voz es caliente y segura.

Otra vez andando
campo a través.
Atrás aquel lugar tranquilo
donde pusimos la tienda ayer.

Hoy la pondremos en otro lugar
que mañana quedará atrás.

Tú en cabeza,
Más cargado que nadie,
Ladeando piedras y saltando arroyos.
Hay que seguirte.

Casa,
seguridad,
verdad eterna
bondad absoluta…
Estas palabras no están en tu diccionario.

Tu usas otras palabras.
Mañana.
Tierra prometida,
desierto,
andar,
pobres,
tiendas de campaña…

¿Hacia dónde salimos mañana?

La oración está tomada del libro de Patxi Loidi Mar adentro. Plegarias para orar. Ed. Sal terrae. Santander, 2009, p. 81.


23 julio 2012

“Dadles vosotros de comer” (Mc 6, 37)



J. José Omella Omella, Obispo de Calahorra y La Calzada-Logroño y Consiliario de Manos Unidas

Si dura, difícil y penosa es la crisis económica que sufren los países de la Unión Europea, y en especial España, penosa, dura y muy difícil es la situación de muchos países del Tercer Mundo donde muchas personas mueren cada día de hambre. La crisis que sufren estos países no es de los últimos años; ellos la sufren siempre, desde que nacen hasta que mueren. Carecen de comida, de medicinas, de los recursos más elementales para salir adelante… Manos Unidas, con las aportaciones de personas e instituciones generosas, lleva a los países en vías de desarrollo esa gota de agua de esperanza a través de proyectos agrícolas, sanitarios, educativos, de promoción de la mujer, que harán que esos pueblos salgan de la pobreza en la que están instalados desgraciadamente y lleguen a ser protagonistas de su propio desarrollo. Manos Unidas a través de su trabajo, está cumpliendo la invitación de Jesús, el Hijo de Dios, cuando dice en el relato de la multiplicación de los panes y de los peces: “dadles vosotros de comer”…*

*Memoria 2011. Manos Unidas

22 julio 2012

De la vida en el cielo. Oda XIII

Fray Luis de León

   Alma región luciente,
prado de bienandanza, que ni al hielo
ni con rayo ardiente
fallece, fértil suelo,
producidor eterno de consuelo;
   de púrpura y de nieve
florida, la cabeza coronado,
a dulces pastos mueve
sin honda ni cayado
el buen Pastor en ti su hato amado.
   Él va, y en pos dichosas
le siguen sus ovejas do las pace
con inmortales rosas,
con flor que siempre nace,
y cuanto más se goza más renace.
   Ya dentro a la montaña
del alto bien las guía; ya en la vena
del gozo fiel las baña,
y les da mesa llena,
Pastor y pasto él solo y suerte buena.
   Y de su esfera cuando
la cumbre toca altísimo subido
el sol, él sesteando
de su hato ceñido
con dulce son deleita el santo oído.
   Toca el rabel sonoro,
y el inmortal dulzor al alma pasa,
con que envilece el oro,
y ardiendo se traspasa
y lanza en aquel bien libre de tasa.
   ¡Oh son! ¡Oh voz! ¡Siquiera
pequeña parte alguna decendiese
en mi sentido, y fuera
de sí el alma pusiese
y toda en ti, oh Amor, la convirtiese!
   Conocería dónde
sesteas, dulce Esposo, y desatada
desta prisión adonde
padece, a tu manada
viviera junta, sin vagar errada.

20 julio 2012

Felices los que provocan la esperanza

Antonio Alonso
Felices los que provocan la esperanza porque no se encontrarán con calles ciegas. Felices los que no aceptan el miedo, porque al otro lado del miedo está el futuro. Felices los que esperan cuando la desilusión crece a su lado, porque su ilusión dará vigor a los que siguen caminando.
Sí,
provocadores de la esperanza.
comadronas de fe,
en la mañana,
en la fuerza del hombre,
en la ayuda de Dios,
en la mano del amigo,
en la gente de cualquier país y toda raza.
Hacer nacer una esperanza cada vez que el alba resbala sobre el rocío mañanero. Decir sí a las horas venideras, a pesar de todo. Dar pasos hacia adelante. Y para provocarla hay que soñar con ella. Hacerla posible en la imaginación. decirse muchas veces a sí mismo.
siempre es posible más,
siempre más alto,
siempre queda algo por hacer,
siempre hay un corazón que espera,
siempre...
Y es que sucede así.
El que espera anda con los ojos abiertos.
Por eso encuentra lo que busca.
Esperar no es vender sueños baratos, sino crear condiciones para que algo sea. Dar a acicates para resistir el viaje. Impulsar el mañana cuando el hoy termina.
Y mantener esa esperanza con paciencia.
Mantenerla. Que hacerla nacer es fácil, pero no tanto conservarla. Mantenerla,
para no cansarse la rutina diaria,
para creer en ella cuando "se está viendo" lo contrario,
para despegar contra toda esperanza,
para correr con paciencia,
para no defender murallas sino abrir puertas y tomar la brújula,
para darse la mano y defenderse;que las ilusiones y las desilusiones no pasan siempre por el mismo paralelo...
Sabiendo que habrá que vencer muchos miedos. Y no dejarse sobornar por embaucadores. Y creer en el más allá de cada uno.
Porque cada uno tiene su propio "más allá" y así debe aceptarse, y prevenir la angustia y el miedo del hermano, porque el miedo es libre, como siempre se ha dicho. Pero creando estímulos para confiar en el paso siguiente a fin de poder dar el nombre de hoy a lo que aún es mañana.
Ante el miedo no os asustaréis.
Pero ante el miedo tampoco os crearéis complejos. Porque solo "pasan" del miedo
los estúpidos ante una auténtica dificultad,
los aventureros ante el peligro razonable,
los calculadores ante el riesgo que supone andar.
Vosotros seréis de los que no tiemblan a solas ni alardean en público, de los que no crearéis pánico ni haréis de agoreros impenitentes. Simplemente seréis los que esperáis porque creéis. Y entonces...
Solo entonces sabréis que provocar esperanzas os alejará de encontraros en vías ciegas. Y no habrá ya muros imposibles.
Porque la esperanza hace saltar las vallas.
está por encima de la rutina y los intereses,
sale de la prisión de lo ya hecho y de la copia,
deja huellas por si hace falta retornar,
inventa soluciones para los imposibles,
hace caminos y "ve" atajos que nadie más adivina,
sabe que "más allá" del muro y de las nubes de la noche y la tormenta,
renacen los días y hay panorama sin estrenar para que siga caminando.
Felices vosotros.
Todo irá caminando a su vera.


ALONSO ALONSO, Antonio.Bienaventuranzas y lamentos para tiempos difíciles Colección Nueva Alianza..nº 96 Ediciones Sígueme, Salamanca, 1986 

16 julio 2012

En el día de la Virgen del Carmen


Carmen Sáez Gutiérrez

En el día de la Virgen del Carmen,  advocación mariana conocida como estrella de los mares, luz que guiaba a los marineros  a fin de llevarlos a buen puerto, venciendo los obstáculos que presentaba la navegación, vamos a orar para que Ella, también a nosotros, nos ayude a superar las dificultades de la vida, sobre todo en estos momentos críticos para todos,  y oriente nuestros pasos para llegar al encuentro verdadero y definitivo con Dios, a la plenitud del encuentro con el Padre. Que en nuestra eterna búsqueda hasta descansar en Él, como decía San Agustín, nos fortalezca; que seamos capaces de encontrar a Dios en nuestra ruta, en una tarea permanente, y no demos nunca por finalizado el proceso, que jamás nos conformemos con lo hallado y continuemos abriendo los ojos de nuestra sensibilidad para acoger nuevas expresiones del amor divino tanto en el hermano como en el resto de la Creación.

Como homenaje a nuestra Madre, presentamos un vídeo de la salve Estrella de los mares, en una versión del Coro Manín de Lastres.


14 julio 2012

Abre nuestros ojos


Madre Teresa de Calcuta

Abre nuestros ojos, Señor, para que podamos
verte a Ti en nuestros hermanos y hermanas.
Abre nuestros oídos, Señor, para que podamos
oir las invocaciones de quien tiene hambre, frío,
miedo, y de quien se siente oprimido.
Abre nuestros corazones, Señor, para que
aprendamos a amarnos los unos a los otros
como Tú nos amas.
Danos tu Espíritu, oh Señor,
para que nos volvamos un solo corazón
y una sola alma en tu nombre. Amén.

12 julio 2012

¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?


Lope de Vega

¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?
¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
¡Cuántas veces el ángel me decía:
«Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía»!
¡Y cuántas, hermosura soberana,
«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana!

10 julio 2012

Por caminos de progreso

Francisco Javier Bernad Morales

Menudearon de manera singular en el siglo XIX los descubridores de las más profundas leyes de la naturaleza y de la historia, aunque justo es reconocer que pocos dejaron una progenie intelectual y política tan numerosa como los creadores del socialismo científico. Esta relativa falta de éxito, de la que quizá la Humanidad haya salido beneficiada, no es óbice para que le dediquemos algunas líneas a uno de los más ilustres, siquiera sea para situar en una adecuada perspectiva al materialismo histórico.

      Con modestia inequívocamente filosófica y francesa inicia Comte su Discurso sobre el espíritu positivo. La astronomía, hasta entonces considerada según parece un saber demasiado aislado de los demás, no debe constituir en el futuro, sino un elemento indispensable en un nuevo sistema de filosofía creado —no podía ser de otra manera— por el autor. Este sistema, culminación de los avances científicos de los últimos siglos y cuya instauración universal debe ser la finalidad esencial de la enseñanza[1], se distingue por:

“… una continua preponderancia, a la vez lógica y científica, del punto de vista histórico o social, para caracterizarla mejor, debo en primer término recordar sumariamente la gran ley que yo he establecido en mi Sistema de filosofía positiva, sobre la completa evolución intelectual de la Humanidad, ley a la que, por lo demás, tendrán que recurrir con frecuencia nuestros estudios astronómicos”[2].


Se trata naturalmente de la “ley de la evolución intelectual de la Humanidad o ley de los tres estados”[3].


Digamos someramente que Comte ha descubierto  que todas las especulaciones humanas pasan de manera inevitable por tres estados: teológico, metafísico y positivo. Buscan en el primero los seres humanos esclarecer las cuestiones que resultan más inaccesibles a su capacidad, lo que les lleva a ocuparse de conocimientos absolutos y causas esenciales. Los fenómenos, tanto exteriores como interiores, se atribuyen a la acción de diversos entes invisibles dotados de vida. En el estado metafísico persiste el gusto por la búsqueda de saberes absolutos, pero los seres sobrenaturales quedan relegados por abstracciones personificadas. Es el momento en que, como satiriza Molière, se puede creer seriamente que el opio posee una virtud “dormitiva”. Durante esta fase:

“ya no es la pura imaginación quien domina, ni es todavía la verdadera observación, sino que interviene en gran medida el razonamiento y se prepara confusamente al ejercicio verdaderamente científico”[4].

Finalmente, la razón humana alcanza el estado positivo:

“la revolución fundamental que caracteriza la virilidad de nuestra inteligencia consiste esencialmente en sustituir en todo la inaccesible determinación de las causas propiamente dichas, por la simple averiguación de las leyes, o sea de las relaciones constantes que existen entre los fenómenos observados”[5].

Hasta aquí, fuera de la petulancia con que se enuncian, las observaciones de Comte no parecen desatinadas y nada hay en ellas que se relacione con el pensamiento utópico tal como venimos caracterizándolo. El esquema de Comte es lineal. En él cada estado representa una fase claramente superior al anterior sin ninguna línea o afán de retorno a una pretérita Edad de Oro. Ni siquiera su tríada obedece a la concepción hegeliana tan cara a Engels, pues el estado positivo no integra a los anteriores en una síntesis superadora, sino que los deja definitivamente atrás, olvidados en el desván de las supersticiones inservibles. La idea de que la sociedad, al igual que la naturaleza, está regida por leyes inexorables, vincula, sin embargo, las concepciones del creador del positivismo con las del filósofo alemán. Ambos consideran que el futuro, y por tanto el presente, se hallan en algún modo contenidos en el pasado, son necesarios desarrollos de éste:

“El espíritu positivo, en virtud de su naturaleza eminentemente relativa, es el único que puede considerar convenientemente todas las grandes épocas históricas como fases determinadas de una misma evolución fundamental, en la que cada una resulta de la precedente y prepara la siguiente según leyes invariables que fijan su participación especial en el común progreso, de tal manera que sea posible siempre, sin inconsecuencia ni parcialidad, hacer una exacta justicia filosófica a todas las cooperaciones, cualesquiera que sean. Pues hoy se puede asegurar que la doctrina que haya explicado el pasado en su conjunto obtendrá, inevitablemente, mediante esta sola prueba, la presidencia mental del futuro”[6].

Dejando de lado la obviedad de considerar cada fase como fruto de la anterior y preparación de la siguiente, fijémonos en la desmesurada tarea que se propone y en el premio que se otorga si es capaz de llevarla a buen término: la explicación del pasado en su conjunto y la presidencia mental del futuro. Aunque tan sobrehumana empresa no parece que estuviera reservada a las un tanto endebles fuerzas de Auguste Comte, no han faltado, sino más bien sobrado, pensadores y políticos que han creído, algunos incluso de buena fe, que Marx y Engels habían sido capaces de llevarla a cabo. La incertidumbre, y con ella la angustia que nos produce, es un fruto de las insuficiencias de nuestro conocimiento y, por tanto, desaparecerá a medida que disminuya nuestra ignorancia. Siempre ha habido gente que ha creído que el destino estaba escrito y que, mediante la observación de los astros o por otros métodos no menos extravagantes, era posible conocerlo. En el científico siglo XIX, el conocimiento de la astronomía había llegado tan lejos que pocas mentes cultivadas podían creer seriamente que los planetas y las constelaciones influyeran realmente en los acontecimientos humanos. Volvieron entonces sus ojos a la historia. Pensaron que si cuando jugamos al billar, si conocemos la posición, la masa de las bolas y su elasticidad, el coeficiente de rozamiento y las irregularidades del tablero, la fuerza y el ángulo con que golpea el taco y algunas otras variables que quizá en este momento se me escapen, podremos prever el lugar que ocupará cada bola después de cada jugada; igualmente, conocidos los hechos históricos y las leyes que los gobiernan, el futuro dejará de parecernos incierto y azaroso.  Los monstruos surgidos del sueño de la razón continúan asolando el mundo.
           
            Escribo ahora sentado en una confortable habitación en una casa de la sierra madrileña. Si me levanto y recorro los escasos metros que me separan de la terraza, contemplo un cuidado jardín cerrado por un seto de aligustre. Mi vista se detiene en el risueño espectáculo de las flores del cerezo y luego reposa en la austeridad de los cedros y de los abetos, antes de fijarse en los rosales que, con esta primavera recién iniciada, muestran brotes vigorosos cubiertos de hojas rojizas. El cielo está azul y el aire es cálido, pero las cercanas cumbres de La Peñota, Siete Picos y La Maliciosa aún muestran la nieve caída días atrás. Algo tan trivial como que yo me encuentre ahora aquí y no en otro lugar es el resultado de miles o millones de decisiones y azares que en su inmensa mayoría nada tienen que ver conmigo. Alguien decidió urbanizar este paraje y dispuso del dinero necesario para hacerlo; un ayuntamiento dio los permisos necesarios; mis suegros compraron la casa. No sé hasta donde remontarme. Posiblemente si mis padres no se hubieran trasladado a un nuevo domicilio, yo no hubiera conocido a la que ahora es mi mujer. Si ochenta años atrás, un abuelo a quien no llegué a conocer no hubiera abandonado Elche para instalarse en Madrid, yo ni siquiera habría nacido. Al reflexionar sobre lo extremadamente improbable de mi presencia aquí en este momento, siento tal vértigo que puedo verme tentado de creer que todo el universo se ha confabulado de alguna manera para llegar a este instante. Tonterías, dirá alguno, lo que realmente interesa, a lo que se refieren Comte y Engels, no es el destino individual, sino el colectivo.

“Para el espíritu positivo el hombre propiamente dicho no existe, sólo puede existir la Humanidad”[7].

A la Humanidad poco le importa que yo disfrute de unos días de vacaciones en la montaña o que me asfixie en el interior de un pozo. Puede que esto sea enteramente razonable, pero debo señalar, por más que sepa que se trata de un rasgo de egoísmo, que a mí sí que me importa. Examinemos, no obstante, un destino que puede ser más trascendente que el mío.

            En la tarde del 18 de julio de 1936, despega un avión, el Dragon Rapide, de Las Palmas. Traslada al general Franco que marcha a ponerse al frente de la sublevación contra la República de las tropas destacadas en Marruecos. Si nos situamos en ese momento podemos creer que el futuro es incierto. Un fallo mecánico, un error del piloto, un fenómeno atmosférico imprevisto, bien pueden ocasionar un accidente, como el que por las mismas fechas cuesta la vida al general Sanjurjo, o meses después, al también general Mola. Si eso ocurre, la guerra, con toda probabilidad, no se detendrá, pero sí variará su curso. No morirán las mismas personas, no se desarrollarán los mismos combates y, sobre todo, no desembocará en los cuarenta años de dictadura del general Franco. Por más que repugne a los deterministas, los individuos existen y toman decisiones cuyas consecuencias tienen un alcance que, a priori, no se puede delimitar. También hay un lugar para el azar, para la casualidad. ¿Podemos acaso creer que si conocemos la situación de todas las partículas del universo y la naturaleza, dirección, intensidad y cualesquiera otras características de las fuerzas que las interrelacionan, sabremos que pasado mañana el presidente de los Estados Unidos, pongamos por caso, seducirá a una jovencita y mantendrá con ella una relación que, a más de desacreditarle, desembocará en una grave crisis institucional en el país más poderoso de la tierra? ¿Tenemos algún derecho a imaginar que la derrota de Marco Antonio era inevitable o que, en cualquier caso, la historia no habría cambiado de haber sido Octavio el vencido? También Aníbal, tras Cannas, podría haber conquistado Roma. Son infinitos los acontecimientos que pudieran haber ocurrido, pero nosotros somos el resultado de los que efectivamente ocurrieron. La perspectiva desde la que contemplamos el universo nos hace suponer que todo se ha encadenado de manera necesaria para llegar al estado presente, y de aquí deducimos que la historia se encamina hacia un fin determinado.


[1]  COMTE, Auguste. Discurso sobre el espíritu positivo. Buenos Aires. Aguilar. 1980. p. 40.
[2]  Ibidem.
[3]  Ibidem. p. 41.
[4]  Ibidem. p. 50.
[5]  Ibidem. p. 54.
[6]  Ibidem. p. 114.
[7]  Ibidem. p. 131.

08 julio 2012

Piedad. Hermana Marie Keyrouz

Otra hermosa interpretación de la monja maronita Marie Keyrouz.

06 julio 2012

La sala número seis


Francisco Javier Bernad Morales

En estos primeros días de vacaciones, cansado aún por el ajetreo de final de curso y sin ánimo para enfrentarme a lecturas más profundas, he dado en despejar la mente retomando viejas narraciones ya casi olvidadas. Así, ha vuelto a mis manos un pequeño volumen de Chéjov, un conjunto de relatos, el más largo de los cuales, La sala número seis, alcanza una extensión que permite calificarlo como novela corta. Su brevedad no es óbice para que en ella se muevan personajes perfectamente caracterizados, capaces de transmitir no solo el ambiente de una época, sino también interrogantes perennes del alma humana. El clima opresivo de la pequeña ciudad provinciana alejada de las principales vías de comunicación, en la que los espíritus sensibles perecen ahogados por una omnipresente mediocridad, recuerda el de esa Vetusta en que la vida de Ana Ozores se marchita sin siquiera florecer.
Allí llega Andrei  Efímich para hacerse cargo del hospital, un viejo edificio abandonado a la suciedad, en el que los enfermos apenas son atendidos. El nuevo médico es un hombre joven que se toma en serio su trabajo y comprende de inmediato las deficiencias y se propone corregirlas. Pero la inercia es demasiado fuerte o quizá Andrei carece de energía para hacerle frente. Poco a poco el ímpetu le abandona y acaba por cumplir con sus obligaciones de una manera rutinaria. Solo se siente vivir cuando en la tarde retorna a su casa, atendida por una vieja sirvienta, y se entrega a la lectura mientras bebe una cerveza o un vaso de vodka.  Como es un intelectual, precisa de una filosofía para justificar su rendición. De esta manera llega a elaborar para uso personal una versión del estoicismo, con la que disfraza de ataraxia lo que no es más que abandono ante fuerzas contra las que no es capaz de luchar.
Pero casualmente un día entra en la sala número seis, el lugar más sombrío y sucio del hospital, aquel en el que están recluidos los enfermos mentales, atendidos tan solo por un enfermero brutal que no entiende otra forma de imponer lo que él considera orden, que el uso de la fuerza física. Entre los encerrados halla a Iván Dmítrich, un hombre culto de origen noble aquejado de manía persecutoria, convencido de que en cualquier momento podrían acusarle de algún delito y condenarle sin que tuviera ocasión de defenderse. Había llegado así a recelar de todo y vivir en un estado de continuo sobresalto, hasta el punto de abandonar el trabajo y rehuir todo trato humano, lo que le condujo finalmente a ser ingresado en el hospital. Es una aprensión que acecha en cualquier lugar y en cualquier época, pero que, por el momento en que fue escrito el relato, parece representar una crítica a la agobiante presencia policial en la vida rusa después del asesinato del zar reformista Alejandro II (1881). Tras el atentado, se había desencadenado una vasta campaña prolongada durante largos años, encaminada a terminar con el movimiento revolucionario, a la par que se sucedían pogromos inducidos desde el gobierno. El temor de Iván Dmítrich es absurdamente exagerado, pero no carece de fundamento.
Andrei encuentra en Iván a esa persona con la que hablar de temas elevados que durante tanto tiempo ha echado en falta. Sus visitas a la sala número seis se hacen más y más frecuentes. En ellas, el demente comienza a resquebrajar la coraza con que se ha revestido el doctor: “Desprecia el sufrimiento, pero si le cogieran un dedo con la puerta, ¡pondría el grito en el cielo!”
Es cierto. La superioridad desde la que el doctor cree observar sentimientos y pasiones no es más que un autoengaño tras  el que oculta la indiferencia que ha llegado a sentir ante el dolor ajeno. Pronto la asiduidad de su trato con Iván Dmítrich levanta sospechas, que poco a poco dejan lugar a una certeza por todos compartida: el doctor ha perdido el juicio Se inicia así proceso de degradación que le conducirá primero a la pérdida de su empleo y luego a la reclusión en la sala número seis. Al fin, al verse encerrado entre los locos, reclama la libertad con un grito de rebeldía inmediatamente secundado por su amigo. Pero ya de nada sirve. El enfermero termina con la protesta a puñetazos y Andrei Efímich muere al día siguiente.

03 julio 2012

Presentamos hoy un vídeo sobre la misión agustina en Tolé, Panamá. Esperamos que sea de interés para todos.


01 julio 2012

Lejos de tu rostro no sabría existir

Mística sufí persa

El sufismo es la expresión mística del islam.


Solo tu Amor me da vida; 

a nada aspira mi corazón que no seas tú.
Habré perdido reposo y
si no consigo tu gracia y tu favor.
¡Por tu bondad te lo ruego!
¡Muéstrame tu faz!
No conozco otro remedio para mi dolor.
Accede a mi demanda: ven a mí.
Lejos de tu rostro no sabría existir...
Muéstrame el camino que conduce a tu puerta
pues aquí abajo estoy perdido.
Te diré lo que es amor:
es volar al cielo,
rasgar mil velos en todo momento,
renunciar a uno mismo
y, finalmente, perderse en Dios...