Paul
Tillich (1886-1965) fue uno de los grandes teólogos del siglo XX. Ordenado
ministro de la iglesia luterana en 1912, abandonó Alemania en 1933, después de
que los nazis le expulsaran de la universidad de Frankfurt. Vivió desde entonces
en los Estados Unidos, donde impartió clase en la Unión Teológica de Nueva York
y en las universidades de Harvard y de Chicago. De su extensa obra, destaca
especialmente la compleja y voluminosa Teología
sistemática, en la que trabajó a lo largo de casi cuarenta años.
Se han
escrito multitud de estudios sobre sus ideas, pero de entre ellos queremos
destacar el que, con el titulo de La
Iglesia en el pensamiento de Paul Tillich, le dedicó el que fuera durante
años nuestro muy querido párroco, Alfonso Garrido, un hombre justo y sabio,
cuyo recuerdo iluminará siempre nuestras vidas.
En el
párrafo que reproducimos, Tillich nos llama enérgicamente la atención sobre la
trascendencia divina:
Constituye un ultraje a la santidad divina
tratar a Dios como un compañero con el que colaboramos o como un poder superior
al que influimos con nuestros ritos o plegarias. La Santidad de Dios hace
imposible su inserción en el contexto de las correlaciones yo-mundo y
sujeto-objeto. Dios mismo es el fondo y el sentido de esta correlación, no un
elemento suyo. La santidad de Dios requiere que, en relación con Él,
abandonemos la totalidad de las relaciones finitas y entremos en una relación
que, en el sentido categorial de la palabra, no es en modo alguno una relación.
Podemos introducir todas nuestras relaciones en la esfera de lo santo; podemos
consagrar lo finito, con todas sus relaciones internas y externas, a través de
la experiencia de lo santo; pero, para hacerlo, hemos de trascender primero
todas esas relaciones. La teología, que por su naturaleza está siempre en
peligro de insertar a Dios en la relación cognoscitiva de la estructura
sujeto-objeto del ser, cuando se juzga a sí misma debería acentuar
vigorosamente la santidad de Dios y su índole inaccesible. (TILLICH, Paul, Teología sistemática, Salamanca,
Sígueme, 2001, vol. 1, p. 348).
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