25 julio 2012

La Septuaginta


Francisco Javier Bernad Morales

La Septuaginta, también conocida como Biblia de los LXX, es la versión griega de la Sagrada Escritura realizada en Egipto en los siglos III y II a C. Un antiguo documento que ha llegado hasta nosotros y que ya fue ampliamente parafraseado por Flavio Josefo (Antigüedades judías, libro XII, cap. 2), la Carta de Aristeas, pretende que el propio rey Ptolomeo II Filadelfo, informado por Demetrio de Falero[1] del valor de los escritos judíos, habría solicitado del sumo sacerdote Eleazar el envío de un equipo de sabios con el fin de que los tradujeran y así disponer de una copia en la biblioteca de Alejandría.  Eleazar habría seleccionado a seis hombres de cada tribu, setenta y dos, pues, en total, virtuosos y versados tanto en las letras judías como en las griegas, los cuales, en el brevísimo plazo de setenta y dos días habrían concluido la tarea encomendada por el rey[2].
La carta parece ser una falsificación datable hacia el 200 a.C. escrita probablemente por un judío alejandrino helenizado que con ella pretendía dotar de prestigio a la traducción. Conviene recordar que Alejandría contaba en aquella época con una población judía muy numerosa, que utilizaba el griego en la vida diaria y una parte de la cual debía tener dificultades para entender el hebreo. Sería esta comunidad la autora y destinataria de la Septuaginta, aunque, naturalmente, también pudo quedar alguna copia en la biblioteca de Alejandría.
En cualquier caso, la traducción no tuvo trascendencia en el judaísmo posterior, que continuó utilizando la escritura en hebreo. Fue, sin embargo, de gran importancia desde los primeros tiempos del cristianismo, cuando este comenzó a extenderse entre los gentiles. Su destino es, en este sentido, similar al de otras expresiones del judaísmo helenizado, tales como la obra exegética de Filón de Alejandría.
La expansión del cristianismo en la parte occidental del Imperio, hizo necesaria la traducción de las Escrituras al latín, por lo que pronto comenzaron a circular versiones en esta lengua, que tomaban la Septuaginta como base para el Antiguo Testamento. Esta Biblia, poco rigurosa y carente de unidad, que hemos dado en llamar Vetus latina, se utilizó hasta que fue desplazada por la traducción de San Jerónimo, conocida como Vulgata.
La Septuaginta presenta algunas diferencias notables respecto del Tanaj[3], tales como la adición de cierto número de libros no incluidos en el canon judío. Son los que los católicos denominamos deuterocanónicos: Tobit, Judit,  algunos capítulos del libro de Ester, Sabiduría, Sirácida (Eclesiástico), Baruc, Carta de Jeremías, algunas adiciones al libro de Daniel, I y II de los Macabeos.  Estos textos se integraron en la Vulgata y forman parte del canon católico. No se incluyen, sin embargo, en el canon de las iglesias protestantes, que siguen el Tanaj y los consideran apócrifos.
Las iglesias ortodoxas añaden a los libros del canon católico el Salmo 151, la Oración de Manasés, III y IV de Esdras y III y IV de los Macabeos.  Por último, la iglesia Ortodoxa Etíope considera canónico, además de los anteriores, el libro de Enoc.


[1] Primer director de la Biblioteca de Alejandría.
[2] Una traducción precedida de una excelente introducción en PÒRTULAS, Jaume, “La carta de Aristeas”, Revista de Historia de la Traducción, 1, 2007. http://www.traduccionliteraria.org/1611/art/portulas.htm (disponible en Internet en julio de 2012).
[3] Biblia judía. Obviamente la denominación cristiana de Antiguo Testamento es radicalmente rechazada en el judaísmo.

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