El núcleo de todo lo que hemos dicho desde
que hemos empezado a tratar de las “cosas” divinas es esto: comprender que la
plenitud y el fin de la ley y de todas las divinas Escrituras es el amor por
aquello que se nos ordena de gozar y por aquello que junto a nosotros puede
gozar del objeto que amamos; por lo que se refiere al amor a nosotros mismos,
no hay necesidad de mandatos (…).
Por tanto, el que cree haber comprendido las
divinas Escrituras, o una parte de ellas, si mediante tal comprensión no
consigue levantar el edificio de este doble amor, de Dios y del prójimo,
todavía no las ha comprendido”.
La
doctrina cristiana I, 35
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