El 10 de diciembre de 1948 la Asamblea General de las
Naciones Unidas aprobó la Declaración Universal de Derechos Humanos. En ella se
establecen los derechos básicos e inalienables de que todos, sin excepción,
debemos disfrutar. Ahora bien, aunque allí se establece que todos nacemos
libres e iguales en dignidad, es obvio que, pese al tiempo transcurrido desde
aquel día, a los buenos propósitos y a innegables avances, todavía hasta
conseguir su efectiva implantación queda por recorrer un largo camino no exento
de sobresaltos y retrocesos. Cuando millones de personas ven sus expectativas
vitales cercenadas por la miseria o padecen opresión por motivos políticos,
sexuales, étnicos o religiosos; cuando cerramos nuestras puertas a refugiados e
inmigrantes; cuando tantos jóvenes ven obstaculizada su emancipación debido a
la precariedad del mercado laboral y a los inasequibles precios de la vivienda;
cuando una irresponsable apetencia de ganancias dificulta que se adopten
medidas efectivas para limitar un cambio climático que compromete gravemente
nuestro porvenir; cuando la pandemia se ceba especialmente en quienes apenas
tienen acceso a la vacunación o a un sistema sanitario eficaz, resalta
patentemente que los derechos humanos no son algo conseguido que podamos celebrar solemnemente con discursos
autosatisfechos, sino algo por cuya consecución debemos luchar sin descanso
cada día, y que solo se harán efectivos cuando seamos capaces de garantizar a
todos unas dignas condiciones de vida. Por eso, nos unimos al Papa Francisco en
las oraciones que cierran la encíclica Fratelli Tutti:
Oración al Creador
Señor y Padre de la humanidad,
que creaste a todos los seres humanos
con la misma dignidad,
infunde en nuestros corazones
un espíritu fraternal.
Inspíranos un sueño de reencuentro,
de diálogo, de justicia y de paz.
Impúlsanos a crear sociedades más sanas
y un mundo más digno,
sin hambre, sin pobreza,
sin violencia, sin guerras.
Que nuestro corazón se abra
a todos los pueblos y naciones de la tierra,
para reconocer el bien y la belleza
que sembraste en cada uno,
para estrechar lazos de unidad,
de proyectos comunes,
de esperanzas compartidas. Amén.
Oración cristiana ecuménica
Dios nuestro, Trinidad de amor,
desde la fuerza comunitaria
de tu intimidad divina derrama en nosotros
el río del amor fraterno.
Danos ese amor que se reflejaba
en los gestos de Jesús,
en su familia de Nazaret y
en la primera comunidad cristiana.
Concede a los cristianos
que vivamos el Evangelio
y podamos reconocer a Cristo
en cada ser humano,
para verlo crucificado en las angustias
de los abandonados y olvidados de este mundo
y resucitado en cada hermano que se levanta.
Ve, Espíritu Santo,
muéstranos tu hermosura
reflejada en todos los pueblos de la tierra,
para descubrir que todos son importantes,
que todos son necesarios,
que son rostros diferentes
de la misma humanidad que amas. Amén.
Declaración
Universal de Derechos Humanos