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02 octubre 2013

Agustín Bea, una figura clave en el ecumenismo

Francisco Javier Bernad Morales

Tengo en mis manos la tesina del padre Nolasco Msemwa, sacerdote de nuestra parroquia, dedicada a la figura del cardenal Bea (1881-1968) y en particular al estudio de su contribución al ecumenismo en el marco de la profunda renovación desarrollada por el Concilio Vaticano II[1].  Con ella como guía intentaré acercar al lector a este personaje singular, un auténtico sabio, que consagró su vida al estudio de la Biblia y al diálogo no solo con los otros cristianos, aquellos que no pertenecen a la Iglesia Católica, sino también con los adeptos a otras religiones. Hombre de mente abierta, supo apreciar en ellas una riqueza espiritual que hasta entonces los católicos, encerrados en una actitud defensiva frente al mundo, apenas habían vislumbrado, o que incluso habían negado con la soberbia de quien posee una verdad que los demás no pueden sino aceptar.

Fueron estas cualidades las que llevaron a Juan XXIII a nombrarlo cardenal en 1959 y al año siguiente, director del Secretariado para la Unión de los Cristianos. En este mismo año, el Papa le encargó también la preparación de un borrador sobre las relaciones con los judíos. Así, este jesuita alemán de familia humilde, tras desarrollar una brillante carrera intelectual que le había llevado a presidir durante veinticinco años el Pontificio Instituto Bíblico, se convertía  en uno de los principales actores del Concilio.

Analiza Nolasco Msemwa de manera detenida el papel desempeñado por Bea en la elaboración de algunos importantes documentos del Concilio, tales como las constituciones Dei  Verbum, sobre la Divina Revelación, Gaudium et spes, sobre el mundo actual, el decreto Unitatis redintegratio, sobre el ecumenismo, o las declaraciones Nostra aetate, sobre las relaciones con las religiones no cristianas, y Dignitatis humanae, sobre la libertad religiosa. Fue una labor ingente, plagada de dificultades debidas sobre todo a la oposición de los sectores más conservadores agrupados en torno al cardenal Ottaviani. En ella, Bea se mostró no tan solo como un erudito profundo conocedor de la Escritura, dispuesto a escuchar las opiniones ajenas, sino también como un hombre tenaz y combativo. Sus posiciones escandalizaron a muchos tradicionalistas que llegaron a acusarle en la prensa de masón, hereje y enemigo de la Iglesia, pero las presiones no hicieron mella en él, que siguió adelante con la tarea encomendada, mostrando así el acierto de Juan XXIII al elegirlo.





[1] MSEMWA, Nolasco, La contribución del cardenal Agustín Bea para la unidad de los cristianos a la luz del Concilio Vaticano II, Universidad Pontificia Comillas-Madrid, Facultad de Teología, mayo 2013.

20 abril 2013

El ecumenismo

Vaticano II


Como quiera que hoy, en muchas  partes del mundo, por inspiración del Espíritu Santo, se hacen muchos esfuerzos con la oración, la palabra y la acción para llegar a aquella plenitud de unidad que Jesucristo quiere, este santo Sínodo exhorta a todos los católicos a que, reconociendo los signos de los tiempos, participen diligentemente en la labor ecuménica.
Por "Movimiento ecuménico" se entienden las actividades e iniciativas que, según las variadas necesidades de la Iglesia y las características de la época, se suscitan y se ordenan a favorecer la unidad de los cristianos. Tales son, en primer lugar, todos los esfuerzos para eliminar palabras, juicios y acciones que no respondan, según la justicia y la verdad, a la condición de los hermanos separados, y que, por lo mismo, hacen más difíciles las relaciones mutuas con ellos; en segundo lugar, en las reuniones de los cristianos de diversas Iglesias o Comunidades organizadas con espíritu religioso, el diálogo entablado entre peritos bien preparados, en el que cada uno explica con mayor profundidad la doctrina de su Comunión y presenta con claridad sus características. Porque, por medio de este diálogo, todos adquieren un conocimiento más auténtico y un aprecio más justo de la doctrina y de la vida de cada Comunión; además, consiguen también las Comunidades una mayor colaboración en aquellas obligaciones que en pro del bien común exige toda conciencia cristiana, y, en cuanto es posible, se reúnen en la oración unánime. Finalmente, todos examinan su fidelidad a la voluntad de Cristo sobre la Iglesia y, como es debido, emprenden animosamente la tarea de renovación y de reforma.
Todas estas cosas, cuando son realizadas prudente y pacientemente por los fieles de la Iglesia católica bajo la vigilancia de los pastores, contribuyen al bien de la justicia y de la verdad, de la concordia y de la colaboración, del espíritu fraterno y de la unión; para que por este camino, poco a poco, superados los obstáculos que impiden la perfecta comunión eclesiástica, todos los cristianos se congreguen, en la única celebración de la Eucaristía, para aquella unidad de una y única Iglesia que Cristo concedió desde el principio a su Iglesia, y que creemos que subsiste indefectible en la Iglesia católica y esperamos que crezca cada día hasta la consumación de los siglos.

Decreto "Unitatis redintegratio". Vaticano II,. BAC, 1971. p 542.