Carmen Sáez Gutiérrez
Se trata de una película que no deja indiferente a nadie, tanto por el contenido como por su forma. Retrata el viaje interior de un hombre desde su infancia hasta la edad adulta, una infancia que está marcada por la pérdida de un hermano y por una complicada y ambigua relación con el padre. La muerte del hermano a los diecinueve años es vivida de forma trágica en la familia y suscita preguntas en una madre creyente, que no hallan respuesta. Es el silencio de Dios que no permite reconocerle en determinados acontecimientos. Ante esta situación, aparece un predicador que trata de dar respuesta con otra pregunta: ¿Por qué sentimos la presencia de Dios cuando algo se nos concede y no lo hacemos cuando se nos arrebata? El mensaje quiere llegar a lo más profundo del ser humano y lo hace con poco diálogo, pero con un derroche de imágenes, todas ellas muy bellas, acompañadas de una magnífica banda sonora, pero con un ritmo lento en exceso, de manera que la película se hace un poco pesada. De cualquier manera, la presencia del sufrimiento en nuestras vidas, el sentido que pueda tener y la relación de todo ello con Dios es algo vale la pena desentrañar, aunque no siempre se acierte en las formas.
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