En vano oiríamos predicar cosas verdaderas si la fe no revistiese de
piedad nuestro corazón antes de que la
razón crítica nos haga ver que son falsas esas ficciones que abrigamos. La
razón nos avisa desde fuera, mientras la verdad nos ilumina interiormente. La
fe desempeña el papel que a ella le toca, y, gracias a esa preparación, la
razón subsiguiente encuentra alguna de las verdades que buscaba. Luego a la
razón falsa hay que interponerle, sin duda alguna, no sólo la razón verdadera,
que nos hace entender lo que creemos, sino también la fe misma que tenemos en
lo que no entendemos. Mejor es creer lo que es verdadero, aunque todavía no lo
veas, que pensar que ves lo verdadero cuando es falso. También la fe tiene sus
ojos; por ellos ve en cierto modo que es verdadero lo que todavía no ve, y por
ellos ve con certidumbre que todavía no ve lo que cree. En cambio, quién a
través de la verdadera razón comprende lo que tan sólo creía, ha de ser
antepuesto a quien desea aún comprender lo que cree.
Finalmente, quién ni siquiera desea entender y opina que basta creer
las cosas que debemos entender, no sabe aún para qué sirve la fe, ya que la fe
piadosa no quiere estar sin la esperanza y sin la caridad. El creyente debe creer
lo que todavía no ve, pero esperando y amando la futura visión.
Cartas 120,2.8
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