Francisco Javier Bernad Morales
Ya en anteriores ocasiones he citado a Imre Kertész, el húngaro, superviviente de Auschwitz, premio Nobel de Literatura en 2002. Una vez más, deseo referirme a él. En esta ocasión, copiando literalmente uno de sus textos, un fragmento del Ensayo de Hamburgo, publicado por Herder, Barcelona 2002, en un volumen titulado Un instante de silencio en el paredón:
Ha pasado una época, y cierta actitud humana parece ya irrecuperable, como los años, como la juventud. ¿En qué consistía esa actitud? Era el asombro del ser humano ante la creación; la admiración fervorosa por el hecho de que esta materia que se descompone -el cuerpo humano- vive y tiene alma; ha desaparecido el asombro ante la existencia del mundo y con él, de hecho, el respeto, la devoción, la alegría, el amor por la vida. El asesinato que ha ocupado el lugar de esa época pasada -no como mal hábito, como exceso, como "caso", sino como forma de vida, como actitud "normal" que se adapta y se adopta ante la vida y los otros seres vivos-, el asesinato como modo de ver la vida, la actitud propia del asesinato suponen sin duda una transformación radical; da igual si es el síntoma de una era o un síntoma final. Podría objetarse que el exterminio de seres humanos no es precisamente un invento moderno; pero la eliminación continua de seres humanos, practicada durante años y décadas de forma sistemática y convertida así en sistema mientras transcurren a su lado la vida normal y cotidiana, la educación de los hijos, los paseos amorosos, la hora con el médico, las ambiciones profesionales y otros deseos, los anhelos civiles, las melancolías crepusculares, el crecimiento, los éxitos o los fracasos, etcétera; esto, sumado al hecho de habituarse a la situación, de acostumbrarse al miedo, junto con la resignación, la indiferencia y hasta el aburrimiento, es un invento muy reciente. Lo nuevo en él es, para ser concreto, lo siguiente:está aceptado. Se ha demostrado que la forma de vida del asesinato es posible y vivible: por tanto, puede institucionalizarse. la misión del ser humano en la tierra tal vez consista en destruir la tierra y la vida. De ser así, habrá actuado como Sísifo: por un momento se escabulló de su tarea, de su misión, se escapó de las garras de la muerte y se maravilló de aquello que debía devastar: la vida. Debemos, pues, a esta renuencia todas los formas y pensamientos de rango superior creados por el hombre: el arte, la filosofía, las religiones son el producto de ese frenazo del hombre, de su vacilación ante su auténtica tarea: el exterminio (p. 42).
Son palabras terribles en que se resume la tragedia de nuestra época, pero no hemos de creer que representen las convicciones de Kertész. Él, a pesar de esta lacerante lucidez, conserva la esperanza. Describe los males del mundo para que seamos capaces de precavernos frente a ellos. Otros, como Jean Améry, Primo Levi o Paul Celan, no pudieron a la larga soportar el peso de haber sobrevivido y terminaron por quitarse la vida, Algunos, como Kertész o Viktor Frankl encontraron motivos para seguir adelante, pese a haber sufrido en su propia alma el vértigo de un mal insondable.
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