En los asuntos que atañen al honor conyugal,
en tantas ocasiones inspiración de sangrientas tragedias en nuestro teatro
barroco, muestra Cervantes la misma actitud abierta y tolerante que hemos
señalado en relación a la limpieza de sangre. Así, en la novelita del Curioso impertinente, intercalada en el
Quijote (I, XXXIII-XXXV), Anselmo, al morir, deja una carta en que perdona a su
esposa y se culpa a sí mismo por haberla empujado al adulterio. Tampoco el
anciano Carrizales de El celoso extremeño,
toma venganza contra su joven esposa, pese a haberla sorprendido en brazos de
otro hombre. Al contrario, disculpa la conducta de una muchacha a la que han
obligado a casar con un hombre viejo.
El problema del matrimonio de conveniencia
también está presente en el episodio de las bodas de Camacho. El padre de
Quiteria desprecia a Basilio, de quien su hija está enamorada, y concierta su
boda con el rico Camacho. Un ardid, sin embargo, permitirá la unión de Basilio
con Quiteria, lo que, desata la ira de Camacho y de sus amigos, quienes
intentan vengarse. Interviene entonces Don Quijote con palabras inspiradas en
las que dirige el profeta Natán a David, cuando le reprocha haber asesinado a
Urías para unirse a Betsabé (2 Samuel, 12):
-Quiteria sea de Basilio y
Basilio de Quiteria, por justa y favorable disposición de los cielos. Camacho
es rico y podrá comprar su gusto cuando, donde y como quisiere. Basilio no
tiene más de esta oveja, y no se la ha de quitar alguno, por poderoso que sea,
que a los dos que Dios junta no podrá separar el hombre, y el que lo intentare,
primero ha de pasar por la punta de esta lanza (II, XXI).
Pero las ideas de Cervantes van más allá,
pues alcanzan a la defensa de la libertad de las mujeres para elegir un género
de vida distinto del matrimonial y del religioso. Algo insólito en su época.
Marcela, cuando aparece en el entierro de Grisóstomo, muerto de mal de amores a
consecuencia de su rechazo, reivindica con energía, frente a los amigos del
difunto quienes la culpan por sus desdenes del fallecimiento, tanto su
inocencia como su derecho a no corresponder a un amor no solicitado y a llevar
una vida independiente. Como les dice: el verdadero amor “ha de ser voluntario
y no forzoso” (I, XIV). Don Quijote, consecuente con las actuaciones ya
mencionadas, interviene en su favor:
-Ninguna persona, de cualquier
estado y condición que sea, se atreva a seguir a la hermosa Marcela, so pena de
caer en la furiosa indignación mía. Ella ha mostrado con claras y suficientes
razones la poca o ninguna culpa que ha tenido en la muerte de Grisóstomo… (I,
XIV).
Hay siempre en Cervantes una mirada
misericordiosa y comprensiva hacia los humildes y perseguidos. Su retrato del
hampa sevillano en Rinconete y Cortadillo
no está exento de una simpatía irónicamente matizada. Al aproximarse a
Barcelona, Don Quijote topa con la cuadrilla del bandolero Roque Guinart[1]
(II, LX), quien se muestra bajo una apariencia muy favorable, que recuerda las
imágenes populares de Robin Hood y parece anticipar los bandidos generosos del
romanticismo.
En contraste, si hay unos personajes que
salen inequívocamente malparados en El Quijote, son los de más alto rango, los duques,
esa pareja de nobles ociosos que distraen su aburrimiento burlándose de un
hidalgo y de un campesino que, aunque inferiores en poder y fortuna, son
infinitamente superiores a ellos en auténtica nobleza. Esa que no deriva del
linaje y que se manifiesta en el espíritu, ya que, como dice Don Quijote (I,
IV) y repite Sancho (I, XLVII): cada uno es hijo de sus obras.
Amor y libertad[2]
son los dos ejes en torno a los cuales gira la concepción ética cervantina.
Precisamente, como señala Bataillon[3],
en 1632 la Inquisición ordenó eliminar una frase cuya doctrina pareció dudosa:
“las obras de caridad que se hacen tibia y flojamente no tienen mérito ni valen
nada” (II, XXXVI). Parece que en el pensamiento del autor, lo que comúnmente se
tiene por obras de caridad no son tales si no están inspiradas por el amor. Es
una proposición que, por más que en su momento despertara recelos, se mantiene
rigurosamente dentro de la ortodoxia, en tanto que la caridad es la virtud
consistente en amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros
mismos. Cualquier otra motivación torna, por tanto, las obras en espurias.
[1] Se trata de un personaje real,
Perot Rocaguinarda, indultado en 1611 a cambio de que marchara a Nápoles como
oficial de los tercios.
[2] “La libertad, Sancho, es uno de
los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos” (II, LVIII)
[3] BATAILLON, Marcel, Erasmo y España, Madrid, Fondo de
Cultura Económica, 1983, p. 784.
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