Parece, a menos que aparezcan documentos
hasta ahora desconocidos, imposible establecer si Cervantes llegó a leer la
obra de Erasmo, siquiera fuera en parte, o si la influencia de sus ideas le llegó
de manera indirecta. El erasmismo
había alcanzado una gran difusión en España en las primeras décadas del siglo
XVI. Así, en la biblioteca de Fernando Colón, hijo del almirante, se han
catalogado doscientas obras de Erasmo[1]. Alfonso de Valdés, secretario de cartas
latinas de Carlos V, mantenía correspondencia con el humanista holandés y era
uno de sus entusiastas seguidores. En el Diálogo
de las cosas ocurridas en Roma, justifica el saqueo de la ciudad en 1527 por
las tropas del emperador. Casi al azar, entresaco una pregunta dirigida por
Lactancio, el personaje que encarna las opiniones de Valdés, al arcediano escandalizado
por lo ocurrido:
¿No sabéis que en
toda la cristiandad no hay tierras peor gobernadas que las de la Iglesia?[2]
En resumen, puede decirse que el papa ha
recibido el justo castigo por entrometerse en los asuntos temporales. Quien
escribe no es un personaje marginal, sino alguien muy próximo al círculo más
íntimo del emperador, un protegido del gran canciller Mercurino Gattinara.
En los años siguientes, la situación
cambiaría de manera radical. El fracaso de los intentos, auspiciados por los
erasmistas, de una solución pactada del conflicto luterano, condujo a una
radicalización de las posturas, lo que en España tuvo una de sus primeras
manifestaciones en el proceso contra Juan de Vergara, un humanista de familia
conversa que había trabajado en la edición de la Biblia Políglota Complutense y
a la sazón ostentaba la cátedra de Filosofía en la universidad de Alcalá de
Henares. Había tratado a Erasmo en Flandes y desde España había mantenido
correspondencia con él, quien a su vez había alabado sus escritos. La primera
denuncia, en la que se le acusaba de luteranismo, se produjo en 1530. No parece
que se le diera en principio mucha importancia, pero muy poco después se le
sumó otra, según la cual, habría criticado, lo cual era cierto, la traducción
de la Biblia realizada por San Jerónimo, conocida como Vulgata, toda vez que mantenía algunas divergencias con los textos
hebreos. Es más, se añade que daba más importancia al estudio de la Escritura
que al rezo de las horas canónicas[3].
Ante la presión inquisitorial, Vergara abjura en 1535 de los escritos tenidos
como heréticos y finalmente, en 1537, recupera la libertad.
Si me he entretenido en el proceso de Juan de
Vergara es porque marca un punto de inflexión en la actitud espiritual de
nuestro país. Unos veinte años más tarde (1559), la Inquisición se atreve a encarcelar
incluso al arzobispo de Toledo, Bartolomé Carranza, tenido igualmente por
erasmista. Es un hecho insólito que provoca un grave conflicto entre la
monarquía católica y el papado. Finalmente, tras varios años de
encarcelamiento, Felipe II accede a que el caso sea juzgado en Roma. Una vez
allí, el papa Pío V, quien asiste a varias sesiones del juicio, decide
absolverlo, pero el temor a provocar un enfrentamiento con España, cuya
protección militar le era necesaria, le lleva a dilatar la resolución hasta
llegar a un acuerdo. Este se alcanzará ya en tiempos de su sucesor, Gregorio
XIII, quien adopta una decisión un tanto confusa en que, pese a condenar como
heréticas algunas proposiciones de Carranza, ordena su liberación (1576).
En los años centrales del siglo XVI, los
libros de Erasmo quedan prohibidos en España. De ahí se suele deducir que fueron
inaccesibles a Cervantes, y que su influencia le llegaría de manera indirecta a
través de la enseñanza oral de su maestro Juan López de Hoyos, catedrático del Estudio
de la Villa de Madrid y párroco de San Andrés. No obstante, estos libros
continuaron circulando de manera clandestina, por lo que no podemos descartar
un conocimiento directo, máxime si tenemos en cuenta que nuestro autor vivió
algunos años en Italia, donde la censura, incluso en territorio papal, era
menos rígida que en España.
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