09 noviembre 2012

Religión y ética en Miguel de Cervantes (y 4)

Francisco Javier Bernad Morales

Parece, a menos que aparezcan documentos hasta ahora desconocidos, imposible establecer si Cervantes llegó a leer la obra de Erasmo, siquiera fuera en parte, o si la influencia de sus ideas le llegó de manera indirecta. El erasmismo había alcanzado una gran difusión en España en las primeras décadas del siglo XVI. Así, en la biblioteca de Fernando Colón, hijo del almirante, se han catalogado doscientas obras de Erasmo[1].  Alfonso de Valdés, secretario de cartas latinas de Carlos V, mantenía correspondencia con el humanista holandés y era uno de sus entusiastas seguidores. En el Diálogo de las cosas ocurridas en Roma, justifica el saqueo de la ciudad en 1527 por las tropas del emperador. Casi al azar, entresaco una pregunta dirigida por Lactancio, el personaje que encarna las opiniones de Valdés, al arcediano escandalizado por lo ocurrido:

¿No sabéis que en toda la cristiandad no hay tierras peor gobernadas que las de la Iglesia?[2]

En resumen, puede decirse que el papa ha recibido el justo castigo por entrometerse en los asuntos temporales. Quien escribe no es un personaje marginal, sino alguien muy próximo al círculo más íntimo del emperador, un protegido del gran canciller Mercurino Gattinara.

En los años siguientes, la situación cambiaría de manera radical. El fracaso de los intentos, auspiciados por los erasmistas, de una solución pactada del conflicto luterano, condujo a una radicalización de las posturas, lo que en España tuvo una de sus primeras manifestaciones en el proceso contra Juan de Vergara, un humanista de familia conversa que había trabajado en la edición de la Biblia Políglota Complutense y a la sazón ostentaba la cátedra de Filosofía en la universidad de Alcalá de Henares. Había tratado a Erasmo en Flandes y desde España había mantenido correspondencia con él, quien a su vez había alabado sus escritos. La primera denuncia, en la que se le acusaba de luteranismo, se produjo en 1530. No parece que se le diera en principio mucha importancia, pero muy poco después se le sumó otra, según la cual, habría criticado, lo cual era cierto, la traducción de la Biblia realizada por San Jerónimo, conocida como Vulgata, toda vez que mantenía algunas divergencias con los textos hebreos. Es más, se añade que daba más importancia al estudio de la Escritura que al rezo de las horas canónicas[3]. Ante la presión inquisitorial, Vergara abjura en 1535 de los escritos tenidos como heréticos y finalmente, en 1537, recupera la libertad.

Si me he entretenido en el proceso de Juan de Vergara es porque marca un punto de inflexión en la actitud espiritual de nuestro país. Unos veinte años más tarde (1559), la Inquisición se atreve a encarcelar incluso al arzobispo de Toledo, Bartolomé Carranza, tenido igualmente por erasmista. Es un hecho insólito que provoca un grave conflicto entre la monarquía católica y el papado. Finalmente, tras varios años de encarcelamiento, Felipe II accede a que el caso sea juzgado en Roma. Una vez allí, el papa Pío V, quien asiste a varias sesiones del juicio, decide absolverlo, pero el temor a provocar un enfrentamiento con España, cuya protección militar le era necesaria, le lleva a dilatar la resolución hasta llegar a un acuerdo. Este se alcanzará ya en tiempos de su sucesor, Gregorio XIII, quien adopta una decisión un tanto confusa en que, pese a condenar como heréticas algunas proposiciones de Carranza, ordena su liberación (1576).

En los años centrales del siglo XVI, los libros de Erasmo quedan prohibidos en España. De ahí se suele deducir que fueron inaccesibles a Cervantes, y que su influencia le llegaría de manera indirecta a través de la enseñanza oral de su maestro Juan López de Hoyos, catedrático del Estudio de la Villa de Madrid y párroco de San Andrés. No obstante, estos libros continuaron circulando de manera clandestina, por lo que no podemos descartar un conocimiento directo, máxime si tenemos en cuenta que nuestro autor vivió algunos años en Italia, donde la censura, incluso en territorio papal, era menos rígida que en España.



[1] Así lo asegura José Luis Abellán en el prólogo a VALDÉS, Alfonso de, Diálogo de las cosas ocurridas en Roma, Madrid,  Editora Nacional, 1975, p. 10.
[2] VALDÉS, Alfonso de, op. cit. p. 81
[3] BATAILLON, Marcel, Erasmo y España, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1983, p. 441.

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