A ella se refiere explícitamente san Pablo en la carta a los Gálatas,
donde declara que lo que vale en Cristo es “la fe que se realiza por amor” (5,6).
A esta realización de la actitud teologal por la práctica del amor remiten
permanentemente los textos de san Juan: “Quien no ama no conoce a Dios, porque
dios es amor” (1 Jn 4,8). Este aspecto de la realización de la actitud creyente
encuentra un eco intenso en los cristianos de nuestro tiempo, debido a la
agudización de la conciencia del escándalo que supone la pobreza en el mundo
actual. Este hecho para muchos cristianos actuales, forma parte de la situación
religiosa de nuestro tiempo, y la existencia de los pobres ha pasado a formar
parte para muchos de ellos de la misma dimensión teologal de la vida cristiana,
que afecta a la comprensión de Dios y su proyecto sobre el mundo y a la
comprensión del mensaje, de la vida y la persona de Jesús. De ahí que la
relación con el pobre, bajo la forma de opción preferencial por él, haya pasado
a formar parte del núcleo mismo del ser cristiano, como parte de la realización
del hecho de creer en el Dios revelado en Jesucristo y de la pertenencia a la
Iglesia, reconocida como Iglesia de los pobres. De ahí también la progresiva
incorporación de los pobres y la opción por ellos a la realización de la
comprensión de la espiritualidad cristiana, la actitud teologal y la experiencia
de Dios. Porque, condicionada por circunstancias económicas, sociales y
políticas, la nueva conciencia cristiana en relación con la pobreza ha
redescubierto la visión bíblica de los profetas, y como ellos ha introducido la
respuesta a la injusticia que esa pobreza exige, y la lucha contra ella, en el
centro mismo de la relación con Dios: ”Defendía la causa del humilde y del
pobre, y todo le iba bien. Eso es lo que significa conocerme”, exclama Jeremía
como “oráculo del Señor” ( Jr 22, 16;cf.Is58).
Las razones de esta incorporación de la actitud para con los pobres a
la realización de la actitud teologal son muchas y están arraigadas en la
estructura misma de la actitud teologal cristiana. La más obvia sin duda es que
la comprensión cristiana de Dios como amor hace que su conocimiento se haga
realidad en el acto de amor que tiene su destinatario inmediato en el prójimo:
”Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los
hermanos”(1 Jn 3, 14). Por otra parte, los cristianos descubrimos la presencia
de Dios en Cristo, sacramento de nuestro encuentro con él, y Jesús aparece como
enviado para “anunciar la buena noticia a los pobres”, identificándose con
ellos y ligando en encuentro con él a la atención a los más pequeños: “Lo que
hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”,
“porque tuve hambre y me disteis de comer” (Mt25,35-40)(. Por eso, la
referencia al amor al prójimo y al servicio a los pobres ha sido considerado
siempre el criterio por excelencia de una actitud auténticamente cristiana y de
toda experiencia de Dios.
Desde esa visión creyente de los pobres, la relación con ellos deja de
ser la sola práctica de la misericordia, parte de la moral cristiana que se
sigue del cumplimiento de los preceptos y adquiere una dimensión teologal. Así,
la relación con los pobres pasa a formar parte de la realización efectiva de la
experiencia de la fe como el medio por excelencia de la puesta en ejercicio de
la actitud creyente.[1]
[1]
ALEIXANDRE, D., MARTÍN VELASCO, J. Y PAGOLA, J.A Fijos los ojos en Jesús. En
los umbrales de la fe. PPC, Madrid, 2012, pp 59-61.
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