Este personaje aparece mencionado brevemente
en los Hechos de los Apóstoles (8, 9-24).
Se trata de un samaritano bautizado por Felipe, que pretendió comprar a Pedro y
Juan el poder de imponer el Espíritu
Santo. Pedro, indignado le contestó:
¡Que tu
dinero se vaya contigo a la perdición,
porque creíste comprar con dinero el don de Dios! (Hch. 8, 9-20).
A partir de su nombre se acuñó la palabra
simonía, con la que se significa la venta de los cargos eclesiásticos, pero no
es este el aspecto que ahora quiero señalar. Simón, nos dice el texto,
practicaba la magia en la ciudad de Samaria, cuyos habitantes estaban deslumbrados
por sus portentos. No faltan en la literatura judía curaciones milagrosas, como
las atribuidas a Rabí Janina ben Dosa, quien habría sanado al hijo de Rabán
Gamaliel y al de Rabí Yohanán ben Zakkai[1].
No obstante, la referencia a la magia nos pone sobre aviso de que la acción de
Simón era muy diferente de la de Janina, pues este se limitaba a orar por los
enfermos. Más bien parece aproximarse a la de filósofos taumaturgos del mundo griego,
como Apolonio de Tiana. Es en un contexto fuertemente helenizado donde mejor se
entiende el comportamiento de Simón. Recordemos que existía una tradición
religiosa y filosófica, presente tanto en los misterios de Eleusis, como en el
pitagorismo y el platonismo, según la cual determinados conocimientos, los
denominados esotéricos, se transmitían oralmente solo a un círculo restringido
de iniciados, que quedaban obligados por juramento a no difundirlos. Simón,
tras el bautismo, se hace inseparable de Felipe, asombrado al ver las señales y
prodigios que realiza (Hch. 8,13).
Muy probablemente, de este modo, intenta introducirse en la intimidad del
Apóstol para ganar su confianza y acceder así a lo que imagina enseñanzas
secretas ocultas al común de los fieles. Obviamente, si esas eran sus
expectativas, hubo de sentirse defraudado. En ese caso, la llegada de Pedro y
de Juan pudo reavivar sus esperanzas. De ahí que les ofreciera dinero como si
se tratara de vulgares sofistas. Simón no entiende que el mensaje de Jesús de
Nazaret se dirige íntegramente a todos los seres humanos, sin hacer distinción
entre ellos, y que no contiene, por tanto, arcanos que otorguen a quien los
posee el dominio sobre la naturaleza. No son los Apóstoles quienes realizan
milagros, sino que es el Señor quien se manifiesta por su intermedio. La respuesta airada de Pedro, que no excluye
la posibilidad de perdón, se explica no solo por el hecho de que Simón le
ofreciera dinero, sino porque al hacerlo mostraba que, pese al bautismo, su espíritu permanecía
ajeno al Evangelio:
No tienes tú
porción ni parte en este punto, pues tu corazón no es recto ante Dios. Así que,
arrepiéntete de esa malicia tuya y pídele a Dios a ver si acaso se te perdona
esa quimera de tu corazón, pues veo que estás envenenado con hiel y maniatado
por la iniquidad (Hch. 8, 22,23)
[1] La curación del hijo de Gamaliel
se recoge tanto en el Talmud de
Babilonia como en el de Jerusalén, en tanto que la del hijo de Zakkai solo
aparece en el de Babilonia. En ambos casos, Rabí Janina los sana a distancia al
rezar por ellos. (Tratado de Berajot,
V. Utilizo la edición del Talmud de
Babilonia de Alef-Jojmá, Edaf, Madrid, 2004).
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