...San Agustín buscó apasionadamente la verdad: lo hizo desde el inicio y después durante toda su vida. La primera etapa en su camino de conversión se realizó precisamente en el acercamiento progresivo al cristianismo. En realidad, había recibido de su madre, Santa Mónica, a la que siempre estuvo muy unido, una educación cristiana y, a pesar de que en su juventud había llevado una vida desordenada, siempre sintió una profunda atracción por Cristo, habiendo bebido con la leche materna, como él mismo subraya (cf. Confesiones, III, 4, 8), el amor al nombre del Señor.
Pero también la filosofía, sobre todo la platónica, había contribuido a acercarlo más a Cristo, manifestándole la existencia del Logos, la razón creadora. Los libros de los filósofos le indicaban que existe la razón, de la que procede todo el mundo, pero no le decían como alcanzar este Logos, que parecía tan lejano. Solo la lectura de las cartas de San Pablo, en la fe de la Iglesia católica. le reveló plenamente la verdad. San Agustín sintetizó esta experiencia en un de las páginas más famosas de las Confesiones, cuenta que, en el tormento de sus reflexiones, habiéndose retirado a un jardín, escuchó de repente una voz infantil que repetía una cantinela que nunca antes había escuchado: "tolle, lege; tolle, lege", "toma, lee; toma, lee" (VIII, 12, 29). Entonces se acordó de la conversión de San Antonio, padre del monaquismo, y solícitamente volvió a tomar el códice de San Pablo que poco antes tenía en sus manos: lo abrió y la mirada se fijó en el pasaje de la carta a los Romanos donde el Apóstol exhorta a abandonar las obras de la carne y a revestirse de Cristo (Rm 13, 13-14).
Había comprendido que esas palabras, en aquel momento, se dirigían personalmente a él, procedían de Dios a través del Apóstol y le indicaban que debía hacer en ese momento. Así sintió cómo se disipaban las tinieblas de la duda y quedaba libre para entregarse totalmente a Cristo: "Habías convertido a ti mi ser" comenta (Confesiones, VIII, 12, 30). Esta fue la conversión primera y decisiva....
Fragmento del Discurso de Benedicto XVI en la Audiencia del miércoles 27 de febrero de 2008
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