17 agosto 2012

Judeocristianismo: ebionitas y nazoreos


Francisco Javier Bernad Morales

A menudo, cuando utilizamos el término Jesucristo no somos conscientes de que no se trata simplemente de un nombre propio, sino de que en él se unen dos términos, referido el primero a Jesús de Nazaret y el segundo al Cristo. Es una proclamación de Jesús como Mesías, pues eso significa el término Cristo, que a menudo se hace de una forma tan rutinaria e inconsciente que casi ha perdido su significado originario[1]. Pero, al decir Jesucristo o Cristo, no nos limitamos a afirmar el carácter mesiánico de Jesús. En el judaísmo no han faltado personajes, entre ellos Simón Bar Kochba o Sabbatai Zevi, que han sido tomados por algunos por el Mesías esperado. Ningún judío, sin embargo, entre quienes los aclamaban, habría sostenido que eran la encarnación del Señor. Simplemente la idea les habría parecido sacrílega. Conceptos tales como la Trinidad y la preexistencia del Hijo son ajenos a la religiosidad judía, que no puede ver en ellos más que proclamas blasfemas e idolátricas.
Pero el cristianismo no surge ya formado de la predicación de Jesús de Nazaret. Durante mucho tiempo sus seguidores no constituyen una nueva religión, sino una tendencia o secta más dentro del judaísmo, del que solo se separarán lentamente. En Galilea, la región en que Jesús de Nazaret inició su misión y donde reclutó a sus primeros seguidores, persistió durante mucho tiempo un grupo, al que las fuentes cristianas denominan ebionita, que lo reconocía como Mesías, pero no le atribuía una naturaleza divina. Por lo demás, mantenían la circuncisión, guardaban el Sabbat y, en definitva, seguían las prescripciones de la Torá[2]. Mostraban, por otra parte, una fuerte hostilidad hacia Pablo de Tarso y rechazaban la virginidad de María. En este sentido, interpretaban Isaías 7, 14 como: “He aquí que la joven concebirá y dará a luz un hijo”[3].
En el siglo IV, Epifanio de Salamina menciona la existencia de otro grupo, el de los nazoreos, quienes, si bien mantienen una cristología ortodoxa, se aferran a la observancia de la Torá. Respecto a ellos, mantuvieron una controversia epistolar Jerónimo de Estridón y Agustín de Hipona[4]. Mientras que el primero rechazaba sus prácticas judías, el segundo no consideraba grave que las mantuvieran y, aunque pensaba que estaban destinadas a la desaparición, no le parecía adecuado prohibirlas.
Ya en el siglo V, dejamos de tener información sobre estos grupos, que parecen haber desaparecido. En su contra actuaron dos factores principales. De un lado la clarificación cristológica del cristianismo ortodoxo, que los dejó fuera de la Gran Iglesia, y de otro, la reestructuración del judaísmo iniciada tras la destrucción del Templo. La duodécima bendición de la Amidá introducida por el rabino Gamaliel II, en realidad una maldición contra los sectarios, se dirige, entre otros, contra ellos. Entre un cristianismo que precisa con nitidez sus concepciones cristológicas, y un judaísmo renovado entregado a la recopilación de la ley oral, no queda sitio para los judeocristianos, que se ven excluidos de ambas religiones.


[1] Por esta razón, Paul Tillich prefiere utilizar la expresión Jesús el Cristo.
[2] LÉMONON, Jean-Pierre, “Los judeocristianos: testigos olvidados”, Cuadernos Bíblicos, 135, Estella, Verbo Divino, 2007.
[3] Estas noticias proceden de Ireneo de Lyon. LÉMONON (2007) p. 20. Casi todo lo que sabemos sobre los ebionitas ha llegado a nosotros a través de los autores ortodoxos que combatían sus doctrinas.
[4] LÉMONON (2007) p. 38.

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