19 agosto 2012

Un episodio de "Vida y destino"

Francisco Javier Bernad Morales

Leí ya hace tiempo esta obra de Vasili Grossman, pero hoy siento la necesidad de hablar de ella. En realidad podría comentarla durante meses sin por ello agotar su riqueza. Hay novelas, algunas muy ambiciosas, cuyos personajes carecen de espesor, son apenas sombras que reproducen sobre una blanca pantalla el movimiento de manos ajenas. Pronuncian palabras que no podemos creer, pues claramente traslucen pensamientos prestados. Quizá llegue a interesarnos la trama, o nos sintamos deslumbrados por la maestría literaria del autor, por su manera cautivadora de escribir; pero, transcurrido un tiempo, ningún sedimento habrá quedado en nuestro espíritu. Habremos pasado un rato divertido, pero nada nuevo sabremos sobre los seres humanos y el mundo en que habitan. Pienso, por poner dos ejemplos distantes, en El Buscón de Quevedo y en la trilogía de El Ruedo Ibérico de Valle Inclán. Grotescas caricaturas ricamente engalanadas; brillantes fuegos de artificio pronto desvanecidos sin rastro en el firmamento nocturno. Otras, en cambio ─La calle de Valverde de Max Aub o La Regenta de Clarín─, se dirían pobladas por personas. Son obras cuya lectura nos hace conocer mejor a nuestros semejantes y asomarnos a lo más íntimo de nuestra conciencia. El escritor en ellas semeja un mediador del que se vale la realidad más profunda para manifestarse. Unamuno, mejor dotado para la filosofía que para la narración, pensó que Cervantes no había entendido cabalmente a Don Quijote, e incluso en Niebla imaginó que Augusto Pérez acudía a entrevistarse con su autor. Son brillantes intuiciones que arrojan luz sobre lo que quiero expresar. Lázaro de Tormes, Alonso Quijano y Sancho Panza nos hablarán eternamente, al igual que Pierre Bezuhov o Andrei Volkonsky, pues sus vidas están dotadas de profundidad. Cito a estos dos últimos, no solo porque Guerra y Paz sea una de las cumbres de la categoría a que me refiero, sino también por el obvio parentesco, en numerosas ocasiones señalado, que con ella guarda Vida y Destino.

No es mi intención realizar un análisis de esta novela, sino tan solo trazar un ligero apunte sobre uno de sus episodios y sobre los personajes que en él intervienen. Amanece el 20 de noviembre de 1942. Durante toda la noche la artillería soviética ha bombardeado las posiciones alemanas en torno a Stalingrado, como preparación de la contraofensiva que cerrará la tenaza sobre el ejército de Friedrich Paulus. Llega por fin el momento fijado para que la columna de blindados del coronel Nóvikov inicie el avance. A su lado, Guétmanov, el comisario político, le recuerda que es la hora. Sin embargo, el coronel no da la orden. El camino por el que debe lanzar los tanques se halla bajo el fuego de una batería rumana. Guétmanov se impacienta, pero Nóvikov solicita al comandante de la artillería pesada que neutralice los cañones enemigos. Pasan los minutos. El general Yeremenko recibe una llamada telefónica de Stalin en la que este le pregunta si ya se ha iniciado el ataque. Se ve obligado a contestar que aún no. En ese momento se diría que Nóvikov se enfrenta a todo el peso del Estado, a todo el Partido. Pero permanece impasible. Como disculpa, le dice a Guétmanov que no quiere perder un alto número de tanques, pero este comprende que lo que en realidad le preocupa son los hombres. El comisario político no puede reprimir una exclamación admirativa. Finalmente, la batería rumana queda silenciada y el coronel da la orden. Los T-34 emprenden la marcha victoriosa.

Al anochecer, Guétmanov felicita al coronel ante los soldados:

“─¡Te doy las gracias, Piotr Pávlovich! ─dijo─. Recibe un agradecimiento ruso, un agradecimiento soviético. Te da las gracias el comunista Guétmanov. Me quito el sombrero ante ti; gracias.”

Luego, en privado, amplía sus elogios. Entusiasmado le dice a Nóvikov que nunca podrá olvidar la manera en que retrasó el ataque, pese a todas las presiones y cómo gracias a ello no ha perdido un solo hombre ni un solo tanque.

Poco después, ya a solas, Guétmanov escribe una carta al jefe del Estado Mayor en que acusa al coronel Nóvikov de haber retrasado deliberadamente el inicio de la operación.
           
Podemos suponer que el comisario político es un simple hipócrita. Sin embargo, su admiración por el coronel parece sincera. Es posible que en él coexistan el ser humano capaz de experimentar simpatía y de ponerse en el lugar de sus semejantes, y el activista del Partido, convencido de que el triunfo de la Revolución exige el sacrificio de todo sentimiento, la aniquilación de la conciencia.

1 comentario:

  1. Sin duda alguna, lo peor que puede suceder al ser humano es perder la conciencia, de forma que quede embrutecido.

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