Obispo de Getafe
Todos tenemos una idea básica del bien común. Por bien común
se entiende la suma de aquellas condiciones de la vida social, mediante las
cuales, los hombres_ los grupos y cada uno de sus miembros_ pueden conseguir
con mayor plenitud y facilidad su propia perfección. Precisamente, el Estado
tiene como fin principal la consecución del bien común, del bien de los
ciudadanos.
Como toda sociedad, la comunidad política tiene como
principio fundamental ser el fin al que todos deben colaborar. Esto exige de
todos _autoridades y ciudadanos_ una actitud de activa colaboración hacia el
fin propio de la comunidad política, como bien que es común a todos: el bien común.
La Doctrina Social de la Iglesia nos habla con precisión del
bien común; algunos textos del Concilio Vaticano II y del magisterio reciente
explican su contenido y alcance.
El bien común del género humano se rige primariamente por la
ley eterna, pero en sus exigencias concretas, durante el transcurso del tiempo,
está sometido a continuos cambios. Por otra parte, la interdependencia cada vez
más estrecha y su progresiva universalización hacen que el bien común _esto es,
el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las
asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la
propia perfección_ se amplíe cada vez más e implique por ello derechos y
obligaciones que miran a todo el género humano.
La Iglesia, que tiene los mismos sujetos que el Estado,
busca el bien común; en virtud de su compromiso evangélico, se siente llamada a
estar junto a esas multitudes pobres, a discernir la justicia de sus
reclamaciones y a ayudar a hacerlas realidad sin perder de vista el bien de los
grupos en función del bien común. A ello contribuyen sus miembros, “ciudadanos de
las dos ciudades”, cada uno en su sitio, en el cumplimiento de las obligaciones
propias de su vocación y estado: fieles laicos, religiosos, sacerdotes. Anima a
practicar la solidaridad, que no es un sentimiento de vaga compasión o de superficial
enternecimiento por los males de tantas personas, cercanas o lejanas; sino la
determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir,
por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos.
El papa Francisco en la encíclica Lumen fidei nos habla de la fe y el bien común; es más: la fe es un
“bien común”. “Sí, la fe es un bien para todos, es un bien común; su luz no
luce sólo dentro de la Iglesia ni sirve únicamente para construir una ciudad
eterna en el más allá: (…)” (n.51)
A veces, para lograr el bien común hay que sacrificar algo,
cada uno tiene que ceder en algo; mejor dicho: ser generoso, servicial,
entregarse, ayudar a los demás.
En definitiva: “Ayuda a la Iglesia, ganamos todos”.
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