18 noviembre 2013

La Iglesia con todos, al servicio de todos

Joaquín María López de Andújar
Obispo de Getafe

Todos tenemos una idea básica del bien común. Por bien común se entiende la suma de aquellas condiciones de la vida social, mediante las cuales, los hombres_ los grupos y cada uno de sus miembros_ pueden conseguir con mayor plenitud y facilidad su propia perfección. Precisamente, el Estado tiene como fin principal la consecución del bien común, del bien de los ciudadanos.
Como toda sociedad, la comunidad política tiene como principio fundamental ser el fin al que todos deben colaborar. Esto exige de todos _autoridades y ciudadanos_ una actitud de activa colaboración hacia el fin propio de la comunidad política, como bien que es común a todos: el bien común.
La Doctrina Social de la Iglesia nos habla con precisión del bien común; algunos textos del Concilio Vaticano II y del magisterio reciente explican su contenido y alcance.
El bien común del género humano se rige primariamente por la ley eterna, pero en sus exigencias concretas, durante el transcurso del tiempo, está sometido a continuos cambios. Por otra parte, la interdependencia cada vez más estrecha y su progresiva universalización hacen que el bien común _esto es, el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección_ se amplíe cada vez más e implique por ello derechos y obligaciones que miran a todo el género humano.
La Iglesia, que tiene los mismos sujetos que el Estado, busca el bien común; en virtud de su compromiso evangélico, se siente llamada a estar junto a esas multitudes pobres, a discernir la justicia de sus reclamaciones y a ayudar a hacerlas realidad sin perder de vista el bien de los grupos en función del bien común. A ello contribuyen sus miembros, “ciudadanos de las dos ciudades”, cada uno en su sitio, en el cumplimiento de las obligaciones propias de su vocación y estado: fieles laicos, religiosos, sacerdotes. Anima a practicar la solidaridad, que no es un sentimiento de vaga compasión o de superficial enternecimiento por los males de tantas personas, cercanas o lejanas; sino la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos.
El papa Francisco en la encíclica Lumen fidei nos habla de la fe y el bien común; es más: la fe es un “bien común”. “Sí, la fe es un bien para todos, es un bien común; su luz no luce sólo dentro de la Iglesia ni sirve únicamente para construir una ciudad eterna en el más allá: (…)” (n.51)
A veces, para lograr el bien común hay que sacrificar algo, cada uno tiene que ceder en algo; mejor dicho: ser generoso, servicial, entregarse, ayudar a los demás.
En definitiva: “Ayuda a la Iglesia, ganamos todos”.


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