02 noviembre 2013

El cisma de Occidente (II)

Francisco Javier Bernad Morales

En 1394, poco antes de la elección de Benedicto XIII, la universidad de París, a petición de la corona, había emitido un dictamen sobre los métodos a seguir para recuperar la unidad de la Iglesia. En él, tras exponer distintos procedimientos, se pronunciaba por la via cessionis, esto es, por la renuncia de ambos papas. Amparándose en esta opinión, al conocer la noticia de la muerte de Clemente VII, la corte francesa había pedido infructuosamente a los cardenales que no eligieran sucesor. El nuevo papa de Aviñón, totalmente convencido de su legitimidad, no estaba en ningún modo dispuesto a ceder, pese a las presiones recibidas por parte de los tíos y el hermano del rey Carlos VI[1]. Ante su obstinación, un concilio nacional celebrado en París en 1398, decidió negarle la obediencia. Tras ello, las tropas francesas atacaron Aviñón, donde resistió Benedicto pese al abandono de gran parte de sus cardenales. Por otra parte, el clero francés no apoyó la decisión de la corona y las universidades de Orleáns y Toulouse se opusieron a la decisión inspirada por la de París. Tampoco los restantes monarcas partidarios de Aviñón secundaron esta postura. Finalmente, ante el aislamiento y la imposibilidad de lograr una victoria militar, Francia volvió a la obediencia de Benedicto XIII (1403).

Tras eso, el papa Luna se sintió lo suficientemente fuerte como para enviar embajadores a Bonifacio IX con la supuesta finalidad de negociar una salida. Sin embargo, estos expusieron sus posiciones de manera tan dura que la entrevista terminó con insultos y el papa romano quedó, al parecer, tan afectado que su ya delicada salud experimentó un agravamiento. Murió el 1 de octubre de 1404 y le sucedió Inocencio VII.
Benedicto pensó entonces que había llegado el momento de marchar sobre Italia y ocupar Roma. 

Nominalmente su intención era alcanzar una transacción que pusiera fin al cisma, via conventionis, aunque en realidad no sopesaba más que la victoria militar. Desembarcó en Génova en mayo de 1405, pero al cabo de unos meses una epidemia de peste le obligó a retirarse, mientras que, por otra parte, la situación en Francia volvía a complicarse. La iglesia francesa, que en la crisis anterior le había apoyado frente a la corona, se mostraba descontenta por las sumas que debía abonar a Aviñón y en la corte tomaba fuerza el partido borgoñón[2]. Por influjo de este, en septiembre de 1406 el rey declaró a la iglesia francesa libre de las subvenciones establecidas indebidamente por la Curia.

En tanto, en Roma había fallecido Inocencio VII tras un breve pontificado y le había sucedido Gregorio XII (1406), quien se mostró dispuesto a renunciar si Benedicto hacía otro tanto. En esta situación se acordó el encuentro de ambos papas en Savona el 21 de septiembre de 1407. Sin embargo, llegado el momento, Gregorio se resistió a abandonar Roma, posiblemente por el temor de que la ciudad fuera ocupada por el rey de Nápoles, Ladislao. Cuando finalmente pareció decidirse a acudir a la cita, se negó a ir más allá de Lucca, lo que supuso el fracaso de la negociación.

En estas circunstancias en que la cristiandad occidental parecía hallarse en una situación sin salida, desgarrada en dos bandos inconciliables a los que no separaban cuestiones doctrinales, sino simplemente ambiciones de poder, tomó fuerza la idea de que solo un concilio podría restablecer la unidad.





[1] Carlos VI el Loco reinó entre 1380 y 1422, el período más difícil para Francia de la guerra de los Cien Años. Su estado mental lo incapacitó para el gobierno.
[2] Durante el reinado de Carlos VI se enfrentaron los borgoñones, dirigidos por el duque Juan Sin Miedo, y los armagnacs, liderados por el duque de Orléans, hermano del rey. El asesinato de este por orden del primero, debilitó a su partido y favoreció la influencia de los borgoñones, partidarios del papa de Roma. 

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