San Alberto Magno
Haced esto en
conmemoración mía. Dos cosas hay
destacar en estas palabras. La primera es el mandato de celebrar este
sacramento, mandato expresado en las palabras: Haced esto. La segunda es que se trata del
memorial de la muerte que sufrió el Señor por nosotros.
Dice, pues: Haced esto. No podríamos imaginarnos un
mandato más provechoso, más dulce, más saludable, más amable, más parecido a la
vida eterna. Esto es lo que vamos a demostrar punto por punto.
Lo más provechoso
en nuestra vida es lo que nos sirve para el perdón de los pecados y la plenitud
de la gracia. Él, el Padre de los espíritus, nos instruye en lo que es
provechoso para recibir su santificación. Su santificación consiste en su
sacrificio, esto es, en su ofrecimiento sacramental, cuando se ofrece al Padre
por nosotros y se ofrece a nosotros para nuestro provecho. Por ellos me consagro yo. Cristo,
que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin
mancha, podrá purificar nuestra conciencia de las obras muertas, llevándonos al
culto del Dios vivo.
Es también lo más
dulce que podemos hacer. ¿Qué puede haber más dulce que aquello en que Dios nos
muestra toda su dulzura? A tu pueblo lo alimentaste con manjar de ángeles, proporcionándole
gratuitamente, desde el cielo, pan a punto, de mil sabores, a gusto de todos;
este sustento tuyo demostraba a tus hijos tu dulzura, pues servía al deseo de
quien lo tomaba y se convertía en lo que uno quería.
Es lo más saludable
que se nos podía mandar. Este sacramento es el fruto del árbol de la vida, y el
que lo come con la devoción de una fe sincera no gustará jamás la muerte. Es árbol de vida para los que la
cogen, son dichosos los que la retienen. El que me come vivirá por mí. Es lo más amable que se nos podía
mandar. Este sacramento, en efecto, es causa de amor y de unión. La máxima
prueba de amor es darse uno mismo como alimento. Los hombres de mi campamento
dijeron: «¡Ojalá nos dejen saciarnos de su carne!»; que es como si dijera: «Tanto los
amo yo a ellos y ellos a mí, que yo deseo estar en sus entrañas y ellos desean
comerme, para, incorporados a mí, convertirse en miembros de mi cuerpo. Era
imposible un modo de unión más íntimo y verdadero entre ellos y yo».
Y es lo más
parecido a la vida eterna que se nos podía mandar. La vida eterna viene a ser
una continuación de este sacramento, en cuanto que Dios penetra con su dulzura
en los que gozan de la vida bienaventurada.
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