17 noviembre 2013

El cisma de Occidente (y IV)

Francisco Javier Bernad Morales

En julio de 1415 renunció Gregorio XII, pero no así Benedicto XIII que, pese a haber quedado totalmente abandonado después de que los reinos ibéricos le retiraran la obediencia (diciembre de 1415), refugiado en Peñíscola, se consideró hasta su muerte (1423) único pontífice legítimo. Ante su obstinación, el 26 de julio de 1417 el concilio procedió a deponerlo. Se abría así, con la sede de Roma vacante, el camino para que el cónclave eligiera un nuevo papa. En tanto llegaba ese momento, la Iglesia quedaba en una situación de interregno, que los padres conciliares consideraron oportuna para emprender una profunda renovación de su gobierno. En este sentido, el 30 de octubre se aprobó el decreto Frequens, que establecía que el concilio se reuniría de nuevo en 1423 y en 1430 y, a partir de entonces, cada diez años.

Tras esto, el cónclave eligió como papa al romano Odón Colonna, quien adoptó el nombre de Martín V. Concluía así la división que había desgarrado a la Iglesia Católica desde  1378, pero además, al menos eso parecía, el pontífice perdía su poder absoluto al erigirse junto a él el concilio como contrapeso. Pronto los hechos mostrarían, sin embargo, lo efímero del nuevo modelo de organización. El papado en los años siguientes recuperó las posiciones perdidas y logró imponer su autoridad frente a las doctrinas conciliaristas en un proceso en el que no faltaron graves enfrentamientos como los producidos durante el concilio de Basilea (1431-1445), que el papa Eugenio IV intentó en vano disolver[1]. Fracasado en este empeño, ordenó el traslado del concilio a Ferrara, algo que según los decretos aprobados en el de Constanza, no estaba facultado para hacer. Se produjo de esta manera una división entre los padres conciliares, pues mientras una minoría acudió a la nueva sede, el resto permaneció en Basilea, donde declaró hereje a Eugenio y eligió a Félix V[2].

Por otro lado, en estos tiempos de crisis de la autoridad pontificia había aparecido un nuevo tipo de herejía, que, en algún sentido, cabría calificar de moderna, pues muchos de sus planteamientos anuncian las doctrinas de Lutero y el resto de los reformadores del siglo XVI. El concilio de Constanza condenó tanto la obra del inglés Wyclif, ya fallecido, como la del bohemo Jan Hus[3].





[1] En diciembre de 1431 promulgó la bula de disolución, pero los reunidos en Basilea se negaron a acatarla y continuaron las sesiones. El 15 de diciembre de 1433 Eugenio IV presionado por el emperador y numerosos reyes cristianos, así como por la desobediencia del concilio, anuló la bula.
[2] Antipapa.
[3] Tras la condena, los huesos de Wyclif fueron exhumados y quemados, así como sus libros. En cuanto a Hus, declarado hereje por el concilio, fue apresado por el emperador Segismundo, quien le había dado un salvoconducto para que acudiera a exponer su doctrina, y ejecutado en la hoguera.

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