León I, llamado Magno, fue papa en una época extraordinariamente difícil (440-461). En 452 se reunió en Mantua con Atila, a quien convenció para que no avanzara sobre Roma, pero no pudo evitar que en 455 la ciudad fuera saqueada por los vándalos de Genserico. Durante su pontificado se reunió el Concilio de Calcedonia (451), en el que se definió, frente al monofisismo, el dogma de la doble naturaleza, humana y divina de Cristo.
A continuación, reproducimos uno de sus sermones.
De los sermones de san León Magno, papa (Sermón 1 en la
Natividad del Señor, 1-3: PI. 54,190-193).
Reconoce, cristiano, tu dignidad
Hoy, queridos hermanos, ha nacido nuestro Salvador; alegrémonos. No
puede haber lugar para la tristeza, cuando acaba de nacer la vida; la misma que
acaba con el temor de la mortalidad, y nos infunde la alegría de la eternidad
prometida.
Nadie tiene por qué sentirse
alejado de la participación de semejante gozo, a todos es común la razón para
el júbilo: porque nuestro Señor, destructor del pecado y de la muerte, como no
ha encontrado a nadie libre de culpa, ha venido para liberarnos a todos.
Alégrese el santo, puesto que se acerca a la victoria; regocíjese el pecador,
puesto que se le invita al perdón; anímese el gentil, ya que se le llama a la
vida.
Pues el Hijo de Dios, al cumplirse la plenitud de los tiempos,
establecidos por los inescrutables y supremos designios divinos, asumió la
naturaleza del género humano para reconciliarla con su Creador, de modo que el
demonio, autor de la muerte, se viera vencido por la misma naturaleza gracias a
la cual había vencido.
Por eso, cuando nace el Señor, los ángeles cantan jubilosos: Gloria a
Dios en el cielo, y anuncian: y en la tierra paz a los hombres que ama el
Señor. Pues están viendo cómo la Jerusalén celestial se construye con gentes de
todo el mundo; ¿cómo, pues, no habrá de alegrarse la humildad de los hombres
con tan sublime acción de la piedad divina, cuando tanto se entusiasma la
sublimidad de los ángeles?
Demos, por tanto, queridos hermanos, gracias a Dios Padre por medio de
su Hijo, en el Espíritu Santo, puesto que se apiadó de nosotros a causa de la
inmensa misericordia con que nos amó; estando nosotros muertos por los pecados;
nos ha hecho vivir con Cristo, para que gracias a él fuésemos una nueva
criatura, una nueva creación.
Despojémonos, por tanto, del hombre viejo con todas sus obras y, ya
que hemos recibido la participación de la generación de Cristo, renunciemos a
las obras de la carne.
Reconoce, cristiano, tu dignidad y, puesto que has sido hecho
partícipe de la naturaleza divina, no pienses en volver con un comportamiento
indigno a las antiguas vilezas. Piensa de qué cabeza y de qué cuerpo eres
miembro. No olvides que fuiste liberado del poder de las tinieblas y trasladado
a la luz y al reino de Dios.
Gracias al sacramento del bautismo te has convertido en templo del
Espíritu Santo; no se te ocurra ahuyentar con tus malas acciones a tan noble
huésped, ni volver a someterte a la servidumbre del demonio: porque tu precio
es la sangre de Cristo.
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