Hoy
recordamos a San Fulgencio de Ruspe (468-533), cuya vida se desarrolló en un
período especialmente difícil: los últimos estertores del Imperio Romano de
Occidente. Aunque formalmente la autoridad del emperador pervivió hasta que en
el 476, el hérulo Odoacro depuso a Rómulo Augústulo y remitió las insignias
imperiales a Constantinopla, hacía tiempo que se habían constituido reinos
bárbaros en Britania, las Galias,
Hispania y África. En esta última, en la ciudad de Cartago, nació San
Fulgencio. Era un territorio profundamente cristianizado que había dado a la
Iglesia figuras como San Agustín, San Alipio o San Posidio, aunque se había
desgarrado por el conflicto donatista. A este se le sumó desde la conquista
vándala (Hipona fue ocupada en el 430 y Cartago en el 439), el problema
arriano. En contraste con los visigodos de Hispania o los ostrogodos de Italia,
los vándalos desataron una violenta persecución contra la ortodoxia.
Fulgencio
era miembro de una ilustre familia romana y recibió una esmerada educación, que
le llevó a dominar a la perfección no solo el latín, sino también el griego. La
lectura de un sermón de Agustín de Hipona sobre el salmo 36, le empujó a abrazar
la vida religiosa, cuando contaba veintidós años. Vivió durante algún tiempo
refugiado en Sicilia y hacia el 500 visitó Roma. A su regreso a África, fue
nombrado obispo de la pequeña ciudad de Ruspe (Túnez). Como el resto de los
obispos católicos, hubo de exiliarse durante el reinado de Trasamundo y, aunque
se le permitió un breve retorno a Cartago, no pudo volver de manera definitiva
hasta que el advenimiento de un nuevo rey, Hilderico, suavizó la actitud
arriana frente a los católicos. El nuevo monarca era consciente de que para
mantener la estabilidad del reino le era indispensable ganarse el apoyo de la
población romana, pero sus medidas conciliadoras llegaron demasiado tarde y le
granjearon la enemistad de la nobleza. Finalmente (530) fue destronado por su
primo Gelimer, lo que motivó el envío por el emperador Justiniano de una fuerza
expedicionaria comandada por el general Belisario, que en una breve campaña
puso fin al reino vándalo (534). Fulgencio no llegó a ver la restauración del
poder imperial en su tierra, pues falleció en el año 533.
Excelente
administrador, desde su entrada en la Iglesia vivió de manera austera, ocupado
en aliviar las necesidades de los más pobres y dedicando gran parte del tiempo
a la oración y a la composición de obras doctrinales, en las que expuso las
concepciones ortodoxas sobre la Trinidad, en oposición a los arrianos, y atacó
a los pelagianos, quienes negaban el pecado original.
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