Mi
primer recuerdo relacionado con el arrianismo se remonta a los tiempos de la
niñez y consiste en un grabado que adornaba el libro de Historia de España que
estudiábamos en el colegio. En él se representaba la conversión de Recaredo,
según -eso
lo he sabido después- una pintura de Antonio Muñoz Degrain. No
estoy totalmente seguro, pero calculo que yo debía contar por entonces nueve
años, pues aún no había iniciado el Bachillerato Elemental. Desconozco los
motivos por los que aquella imagen ha permanecido en mi memoria junto con el texto al que acompañaba, en el que se
contaba el martirio de San Hermenegildo y el triunfo final del catolicismo en
la persona de su hermano.
Antonio Muñoz Degrain. La conversión de Recaredo
De lo
que no me cabe ninguna duda es de que en aquel entonces ignoraba en qué
consistía el arrianismo abandonado por el rey visigodo. Solo mucho más
adelante, ya en el Bachillerato Superior, en la asignatura de Religión tuve una
primera explicación de aquella y otras herejías, tales como monofisismo,
monotelismo, nestorianismo, etc. Para entonces ya sabía que los godos y otros
pueblos germanos, debido fundamentalmente a la predicación de Ulfilas
(311-381?), habían renunciado a las creencias paganas para abrazar esta forma
de cristianismo enfrentada a la ortodoxia. El apóstol de los godos no solo
había traducido la Biblia a su idioma, sino que para hacerlo había inventado un
alfabeto. Esto hace de él un personaje
interesante y, hasta donde nos es dado vislumbrar, enormemente atractivo.
Pero, ¿cuáles
eran las doctrinas propagadas por Ulfilas? Ya me he referido en ocasiones
anteriores al debate cristológico que agitó los primeros siglos de la Iglesia y
en cuyo transcurso se fijó la doctrina ortodoxa de Cristo como una persona con
dos naturalezas, humana y divina. Previamente, se había desarrollado una
controversia en torno a la definición de la Trinidad y especialmente a la
relación entre Padre e Hijo. Arrio (256-336) afirmaba que el Hijo es la primera
y más perfecta creación del Padre. No negaba su divinidad, sino que sostenía
que esta le había sido conferida, y que no era, por tanto, coeterno con el
Padre. Frente a esta posición, Atanasio de Alejandría mantenía la unidad de sustancia
entre Padre e Hijo y, por ende, entre las tres personas de la Trinidad. En
griego, las diferencias entre arrianos y ortodoxos se plasman en dos palabras parecidas:
homoiousios (de similar naturaleza) y
homoousios (de la misma naturaleza).
Es este el término utilizado en el símbolo aprobado por el Concilio de Nicea
(325) y ratificado por el de Constantinopla (381). Así, decimos en el Credo:
Creo en un Solo Señor
Jesucristo,
Hijo único de Dios,
nacido del Padre antes de todos los siglos:
Hijo único de Dios,
nacido del Padre antes de todos los siglos:
Dios de Dios, Luz de Luz,
Dios verdadero de Dios verdadero,
engendrado, no creado,
de la misma naturaleza del Padre,
Dios verdadero de Dios verdadero,
engendrado, no creado,
de la misma naturaleza del Padre,
por quien todo fue hecho.
El enfrentamiento entre arrianos y ortodoxos fue largo y
hubo momentos en que los primeros parecían imponerse al disfrutar del favor de
algunos emperadores, pero finalmente, quedó como religión de algunos de los
pueblos germanos establecidos en el antiguo territorio imperial. Frente a ellos, la población de origen romano
se mantuvo fiel a la ortodoxia. La conquista de los reinos vándalo (534) y
ostrogodo (553) por los ejércitos de
Justiniano, y la conversión del rey visigodo Recaredo (587) marcan el fin de la
importancia política y religiosa del arrianismo.
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