«Caritas Christi
urget nos»
(2 Co 5, 14): es el amor de Cristo el que llena nuestros corazones
y nos impulsa a evangelizar. Hoy como ayer, él nos envía por los
caminos del mundo para proclamar su
Evangelio
a todos los pueblos de la tierra (cf. Mt 28, 19). Con su amor,
Jesucristo atrae hacia sí a los hombres de cada generación: en todo tiempo,
convoca a la Iglesia y le confía el anuncio del Evangelio, con un mandato que
es siempre nuevo. También hoy es necesario un compromiso
eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización para
redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar
la fe. El compromiso misionero de los
creyentes saca fuerza y vigor del
descubrimiento cotidiano de su amor, que nunca puede faltar. La fe, en efecto, crece cuando se vive como
experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y
gozo.
Nos hace fecundos, ensancha el corazón en la esperanza y permite dar un
testimonio fecundo: en efecto, abre el corazón y la mente de los que escuchan
para acoger la invitación del Señor a aceptar su Palabra para ser sus
discípulos. Como afirma San Agustín, los creyentes «se fortalecen creyendo»[12]. El Obispo de
Hipona tenía motivos para expresarse de esta manera. Como sabemos, su vida fue
una búsqueda continua de la belleza de la fe hasta que su corazón encontró
descanso en Dios.[13] Sus numerosos
escritos, en los que explica la importancia de creer y la verdad de la fe,
permanecen aún como un patrimonio de riqueza sin igual, consintiendo todavía a
tantas personas que buscan a Dios encontrar el sendero justo para acceder a la «puerta
de la fe».
Así, la
fe sólo crece y se fortalece creyendo; no hay otra posibilidad para poseer la
certeza sobre la propia vida que abandonarse, en un in crescendo continuo, en las manos de un amor que se experimenta
siempre como más grande porque tiene su origen en Dios.
De la Carta apostólica Porta Fidei. Capítulo 7.
No hay comentarios:
Publicar un comentario