Puesto que los padres han dado la vida a los hijos, tienen la gravísima
obligación de educar a la prole, y, por tanto, hay que reconocerlos como los
primeros y principales educadores de sus hijos. Este deber de la educación familiar es de
tanta trascendencia, que, cuando falta, difícilmente puede suplirse. Es, pues,
deber de los padres crear un ambiente de familia animado por el amor, por la piedad hacia Dios y hacia los hombres, que favorezca la educación íntregra
personal y social de los hijos. La familia es, por tanto, la primera escuela de
las virtudes sociales, que todas las sociedades necesitan. Sobre todo en la
familia cristiana, enriquecida con la gracia y los deberes del sacramento del
matrimonio, importa que los hijos aprendan desde los primeros años a conocer y
a adorar a Dios y a amar al prójimo según la fe recibida en el bautismo.
Encuentren en la familia la primera experiencia de una saludable sociedad
humana y de la Iglesia. Por medio de la familia, en fin, se introducen
fácilmente en la sociedad civil y en el Pueblo de Dios. Consideren, pues, los
padres la importancia que tiene la familia verdaderamente cristiana para la
vida y el progreso del mismo Pueblo de Dios.
Declaración “Gravissimum educationis” cap. 3: Los educadores. Vaticano II
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