“Por el gran
amor con que Dios nos amó,
envió a su
Hijo al mundo
en una
condición pecadora como la nuestra”
¡Ay, Dios mío! La tierra entera se estremece
al conocer la condición pecadora
en la que
vino al mundo tu Hijo único,
el hijo
santísimo del Dios altísimo.
Y las venas
del mundo están a punto de reventar
ante un
misterio tan incomprensible y tan entrañable.
¡Uno como
nosotros!
Y Tú no nos
lo recuerdas
justo antes
del domingo del bautismo de Jesús,
cuando Él se
sumergió hasta el fondo de las aguas pecadoras
como un
pobre hombre cualquiera, un pecador más,
sometido a
las leyes del pecado del mundo,
impregnado
de suciedad y maldad sin tener pecado.
El hombre
más solidario de la historia,
como un
insolidario más,
un “caín”
cualquiera de sus hermanos.
El hombre
más piadoso con Dios,
como un
impío desconsiderado.
¡Estamos
desconcertados!
A la orilla
del agua en la que Tú estás metido hasta el cuello,
inclino profundamente
mi cabeza y te adoro,
Señor Jesús,
mi Señor
Y meto la
cabeza; y bebo del agua sucia que ya es tu
agua
porque tú
estás dentro de ella:
el agua de
los pecadores y de los pobres,
que son
sucios de cuerpo, y a menudo también de alma,
pero son “el
camino de Dios”,
porque Tú estás
con ellos
para
salvarnos a todos. Amén.
Mar adentro.
Plegarias para orar. Ed. Sal Terrae. Santander, 2003.p. 21
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