Continuamos
con la presentación de documentos del Concilio Vaticano II. En esta ocasión
hemos elegido un párrafo del decreto Ad
gentes divinitus:
La presencia de los cristianos en los grupos
humanos ha de estar animada por la caridad con que nos amó Dios, que quiere que
también nosotros nos amemos mutuamente con la misma caridad. En realidad, la
caridad cristiana se extiende a todos sin distinción de raza, condición social
o religión; no espera lucro o agradecimiento alguno. Porque así como Dios nos
amó con amor gratuito, así los fieles han de vivir preocupados por el hombre
mismo, amándole con el mismo movimiento con que Dios lo buscó. Así, pues, como
Cristo recorría las ciudades y las aldeas curando todos los males y
enfermedades en prueba de la llegada del reino de Dios, así la Iglesia se une
por medio de sus hijos a los hombres de cualquier condición, pero especialmente
con los pobres y los afligidos, y a ellos se consagra gozosa. Participa de su
gozos y de sus dolores, conoce las aspiraciones y los enigmas de la vida y
sufre con ellos en las angustias de la muerte. A los que buscan la paz desea
responderles con espíritu fraterno, ofreciéndoles la paz y la luz que brotan
del Evangelio (II, 12).
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