Fray José Souto O.S.A. (Párroco de
Nuestra Señora de la Consolación. Móstoles)
Estamos de nuevo en vísperas de Navidad. En este Año de la fe, la vida de la comunidad
encuentra un motivo renovado para la vivencia tradicional que nos traen estas
fechas y para acoger su mensaje de alegría, ilusión y espiritualidad. La
solidaridad humana y la fraternidad cristiana encuentran ocasión propicia para
la acogida, el compartir, la comunión de ideales y de bienes.
Espiritualidad
navideña.
Dios es
nuestro Padre y nos ha amado desde siempre. La encarnación es fruto de ese amor
que se convierte en providencia y la constante preocupación por sus hijos. La
intervención de Dios en la historia es una constante prueba de que nos ama y
está con nosotros y tiene su momento culminante en la Encarnación: “al llegar la plenitud de los tiempos envió
a su propio Hijo, nacido de mujer…”
La Navidad,
que celebra la Encarnación, es misterio sublime de gracia, donación, cercanía y
anonadamiento. Dios asume nuestra condición humana, se abaja para compartir
nuestra historia, se hace carne para estar con los hombres en un empeño
persistente por salvarnos. Dios ha venido a vivir nuestra vida para enseñarnos
su amor, convocarnos a la unidad y a la concordia, a la fraternidad y a la paz.
La piedad cristiana ha teñido de ternura y alegría el misterio de
la Natividad y lo ha enriquecido con tradiciones de ternura, fraternidad y
reverencia Ha convertido este tiempo de gracia y misterio, en tiempo en fiesta
entrañable. Es el tiempo de Navidad.
No temáis: os traigo una gran
alegría, para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un
Salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño
envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Lucas 2, 10, 12.
Los pastores fueron corriendo y
encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo,
contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos lo que lo oían se
admiraban de lo que les decían los pastores. Y María conservaba todas estas
cosas. Meditándolas en su corazón. Lucas 2, 16-19.
El Verbo de Dios se hizo carne y
habitó entre nosotros…
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