13 marzo 2013

No me escondas la luz de tu rostro

San Ambrosio

 Ha resplandecido sobre nosotros la luz de tu rostro

Dice, en efecto: El Dios que dijo: “Brille la luz del seno de la tiniebla” ha brillado en nuestros corazones para que nosotros iluminemos, dando a conocer la gloria de Dios reflejada en Cristo. Vemos, pues, de qué manera brilla en nosotros la luz de Cristo- Él es, en efecto, el resplandor eterno de las almas, ya que para esto lo envió el Padre al mundo, para que, iluminados por su rostro, podamos esperar las cosas eternas y celestiales, nosotros que antes nos hallábamos impedidos por la oscuridad de este mundo. ¿Y qué digo de Cristo, si el mismo apóstol Pedro dijo a aquel cojo de nacimiento: Míranos? Él miró a Pedro y quedó iluminado con el don de la fe; porque no hubiese sido curado si antes no hubiese creído confiadamente. Si ya el poder de los apóstoles era tan grande, comprendemos por qué Zaqueo, al oír que pasaba el Señor Jesús, subió a un árbol, ya que era pequeño de estatura y la multitud le impedía verlo. Vio a Cristo y encontró la luz, lo vio y él, que antes se apoderaba de lo ajeno, empezó a dar lo que era suyo. ¿Por qué nos escondes tu rostro? , esto es: “Aunque nos escondes tu rostro, Señor, a pesar de todo, ha resplandecido sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor. A pesar de todo, poseemos esta luz en nuestro corazón y brilla en lo íntimo de nuestro ser; porque nadie puede subsistir, si tú le escondes tu rostro”.

                                   (De los comentarios de San Ambrosio, obispo, sobre los salmos. Salmos 43, 89-90)

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