19 marzo 2013

La dinastía asmonea (II)

Francisco Javier Bernad Morales

El ascenso de los asmoneos fue posible por la progresiva debilidad de los reinos seléucida y lágida y se vio acompañado por la creciente intervención romana en la zona. Juan Hircano (134-104 a. C.)[1] ensanchó sus dominios al conquistar Galilea, Samaria, donde destruyó el santuario del monte Gerizim, e Idumea, a cuyos habitantes obligó a convertirse al judaísmo. Sus campañas se inspiraban en la ocupación de Canaán tal como aparece relatada en el libro de Josué y con ellas aspiraba a recuperar todos los territorios que habían formado parte del reino de David. Causa, pues, cierta sorpresa que impusiera a sus hijos los nombres griegos de Aristóbulo, Antígono y Alejandro, algo que sugiere un avanzado grado de helenización. Con él comenzó también, según Josefo[2], la persecución de los fariseos y la alianza de la dinastía con los saduceos. Ambas sectas diferían en importantes aspectos, pues mientras que los primeros sostenían que junto a la ley escrita, debía observarse también la oral, transmitida por la tradición, los segundos únicamente admitían aquella. Otro punto de discordia era la resurrección, admitida por los fariseos y rechazada por los saduceos. A los distintos puntos de vista en materia religiosa, se suma la diferente extracción social de ambos grupo: los fariseos, procedentes de ambientes populares, y los saduceos, de familias aristocráticas.

Aristóbulo (104-103 a. C.), hijo de Juan Hircano, fue el primer asmoneo en adoptar el título de rey. Considerado por Josefo admirador de los griegos[3], sin embargo, cuando conquistó Iturea  hizo que sus habitantes se convirtieran al judaísmo. Poco después, una sospecha motivada por una falsa acusación le llevó a asesinar a su hermano Antígono. Muerto de manera prematura, le sucedió el menor de sus hermanos, Alejandro Janeo.

Gobernó este entre el 103 y el 76 a. C. y con él el reino alcanzó su máxima extensión al incorporar Gaulanítide y otras zonas de Transjordania, así como Gaza y un amplio sector de costa al sur del monte Carmelo. Estos éxitos quedan empañados por el conflicto que lo enfrentó con los seguidores de los fariseos. Cuenta Josefo[4] que durante una celebración en el templo con motivo de Sucot (fiesta de los Tabernáculos) en que oficiaba como sumo sacerdote, algunos de los presentes descontentos por la escasa atención que prestaba a la ceremonia, le arrojaron limones. Alejandro, airado, habría ordenado a la guardia reprimir a los alborotadores, causando seis mil víctimas. Obviamente, podemos pensar que la cifra es exagerada como a menudo ocurre con los autores antiguos, pero no cabe duda de la brutalidad de la acción. Esta resalta aún más a la luz de los hechos subsiguientes, ya que fue el inicio de una auténtica guerra civil, en el curso de la cual el monarca se comportó con una crueldad espeluznante:

En un banquete que dio en presencia de todos, con sus concubinas, ordenó que unos ochocientos de ellos [prisioneros judíos partidarios de los fariseos] fueran crucificados y estando todavía vivos hizo degollar frente a ellos a sus esposas e hijos[5].

En su lecho de muerte, causada según Josefo por los excesos con la bebida, entregó el poder a su esposa Salomé Alejandra (76–67 a. C.), en detrimento de sus hijos Hircano y Aristóbulo. La reina, consciente del apoyo popular a los fariseos, se aproximó a ellos, que aprovecharon la situación para pedir el castigo de los autores de las matanzas anteriores. Estos, por su parte, buscaron la protección de Aristóbulo, descontento al haber sido postergado por su madre.  Finalmente, aprovechando que la reina había caído gravemente enferma, se proclamó rey, pero aquella al sentirse morir designó como sucesor a su otro hijo, Hircano, quien había sido anteriormente nombrado sumo sacerdote.

Siguió una guerra entre ambos hermanos, en el curso de la cual los dos solicitaron el reconocimiento de Pompeyo, quien acababa de conquistar Siria. Este, en el 63 a. C., envió a Roma a Aristóbulo II y sus dos hijos, Alejandro y Antígono, y confirmó a Hircano II como sumo sacerdote, con lo que de hecho el reino se convirtió en un protectorado romano. Poco después  (60 a. C.) Aristóbulo y Alejandro, que habían conseguido escapar, fueron asesinados por orden de Pompeyo. Por su parte, el poder de Hircano II, desposeído del título de rey, fue tan solo nominal, pues el mando efectivo quedó en manos del idumeo Antípatro, jefe del ejército y fiel aliado de Roma.




[1] En este y los siguientes, los años entre paréntesis corresponden a los de reinado
[2] JOSEFO, Flavio, Antigüedades de los judíos, XIII, X, 6
[3] Ibidem, XIII, XI, 3
[4] Ibidem, XIII, XIII, 5
[5] Ibidem, XIII, XIV, 2

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