A la
muerte de Herodes el Grande (4 a. C.), su reino, de hecho un protectorado
romano, fue repartido entre tres de sus hijos por Augusto. A Arquelao le
correspondieron Judea, Samaria e Idumea; a Herodes Antipas, Galilea y Perea, y
a Filipo, Traconítide, Gaulanítide, Batanea y Auranítide. Los destinos de cada uno fueron diversos.
Arquelao, a quien su padre había preferido sobre sus hermanos, pues en su
testamente le otorgó el título de rey, hubo de enfrentarse a una dura
oposición. Ya en el Pésaj del año 4 a. C., recién accedido al poder, una
multitud de peregrinos reclamó el castigo de los consejeros de Herodes y la
destitución del sumo sacerdote. La intervención de las tropas ocasionó, según
Josefo, tres mil muertos[1],
pero no por ello cesó la revuelta, que continuó mientras Arquelao visitaba Roma
para recibir de manos de Augusto la confirmación en el trono. Los disturbios se
extendieron a Galilea, donde fueron arrasadas Séforis y Emaús, en tanto que el
propio templo de Jerusalén fue asaltado y saqueado por fuerzas romanas. Josefo
transmite la imagen de una situación anárquica en la que diferentes bandas
desarrollaban un combate de guerrillas sin que entre ellas existiera ninguna
coordinación:
Por aquel entonces Judea estaba llena de
ladrones. Cualquiera que pudiera reunir un grupo se constituía en rey[2].
El
legado de Siria, Publio Quintilio Varo[3],
consiguió restablecer el orden mediante una severísima represión, en el curso
de la cual dos mil judíos fueron crucificados[4].
Arquelao, tras regresar a Judea con el título de etnarca, pero no de rey, se
casó con Glafira, viuda de su medio hermano Alejandro[5]
e hija del rey de Capadocia. Este hecho aumentó su impopularidad, lo que le
llevó a endurecer la política represiva. Finalmente, de manera insólita, un
grupo de notables judíos y samaritanos actuando conjuntamente envió una
embajada a Roma para presentar sus quejas ante Augusto[6].
En respuesta, este depuso a Arquelao y lo desterró a Vienne en la Galia (6 d.
C.).
Desde
entonces, Judea quedó convertida en provincia romana bajo la administración de
un prefecto[7] del
orden ecuestre, excepto durante un breve período (41 – 44 d. C.) en que, con el
emperador Claudio, reinó Herodes Agripa[8].
A
Filipo le habían correspondido los territorios del norte de Transjordania en
los que la población judía no era muy numerosa y donde parece haber gobernado apaciblemente.
A su muerte (34 d. C.) la zona fue incorporada a la provincia romana de Siria.
Su acción más destacada quizá fuera la edificación de la ciudad de Cesarea
(llamada de Filipo para distinguirla de Cesarea Marítima, sede del gobierno
romano). En ella sitúa el Evangelio de Mateo las palabras de Jesús:
Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré
mi Iglesia[9].
Mayor
relieve, al menos para los cristianos, tiene la figura de Herodes Antipas, a
quien dedicaré la siguiente entrega.
[1] JOSEFO, Flavio, Antigüedades de los judíos, XVII, IX, 2
[3] El mismo que en 9 d. C. moriría
en el desastre de Teuteburgo derrotado por los germanos.
[5] Uno de los hijos que Herodes
había hecho matar. Glafira tenía hijos del matrimonio anterior, por lo que
Arquelao no podía invocar el levirato.
[7] Desde la vuelta a la
administración directa por Roma a la muerte de Herodes Agripa, el gobierno pasó
a un procurador, asimismo ecuestre. Es un asunto que no tiene mayor
importancia, salvo por el hecho de que Josefo utiliza de manera anacrónica el
título de procurador para referirse a los gobernadores de la época de Augusto y
Tiberio, entre ellos, a Poncio Pilato, como también hace el Evangelio de Mateo.
[8] Nieto de Herodes el Grande e
hijo de Aristóbulo, a quien aquel había hecho matar.
[9] Mt, 16, 18
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