12 marzo 2013

XVI Jornadas Agustinianas

Francisco Javier Bernad Morales

Bajo el lema “Creo… Creemos… La Fe, puerta siempre abierta…” se han desarrollado en el colegio San Agustín de Madrid, los pasados días 9 y 10 de marzo las XVI Jornadas Agustinianas. En ellas, hemos tenido ocasión reflexionar sobre la fe y los problemas que, como cristianos, debemos afrontar para dar testimonio de ella en una sociedad profundamente secularizada. Todo ello guiados por unos conferenciantes excepcionales, que, con profundidad no reñida con la sencillez expositiva, han planteado interrogantes y esbozos de respuesta desde las perspectivas teológica, sociológica y pastoral.

Escapa a mi capacidad resumir en unas pocas líneas la riqueza de contenidos desplegada ante nosotros. Además, es preciso dejar que el tiempo permita asimilarlo e interiorizarlo. Sí quisiera, en cambio, proclamar lo que me parece un mensaje de esperanza. Las estadísticas y sobre todo nuestra experiencia personal, muestran que la práctica religiosa ha perdido terreno no solo en nuestro país, sino en toda Europa. Ante ello la primera reacción puede ser de desaliento. Constatamos que la fe ya no se da, como antaño, por supuesta. Más bien, ocurre lo contrario. Entre la masa de indiferentes, más abundantes que los ateos o los agnósticos, los hombres y mujeres religiosos nos sentimos a menudo seres extraños. Cometeríamos, sin embargo, un error si idealizáramos tiempos pasados, sin preguntarnos antes por la sinceridad de una fe impuesta por presiones políticas o sociales. Ahora los católicos debemos aprender a vivir en un mundo en que somos minoría, a no reclamar privilegios al poder. Quizá aparentemente seamos más débiles, pero en realidad precisábamos una cura de humildad, que nos hiciera afrontar la profundidad de nuestra fe. De ella sacaremos una nueva fortaleza, no nacida ya de la imbricación con las estructuras humanas de poder, sino asentada en el interior de cada uno de nosotros. Es cierto que nos enfrentamos a duros desafíos: ¿Cómo hemos de dirigirnos a gentes que no es ya que den respuestas distintas de las nuestras a los problemas existenciales, sino que ni siquiera se los plantean? Con un ateo es posible debatir, pero ¿qué hacer ante un indiferente?

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