Bajo el
lema “Creo… Creemos… La Fe, puerta
siempre abierta…” se han desarrollado en el colegio San Agustín de Madrid,
los pasados días 9 y 10 de marzo las XVI Jornadas Agustinianas. En ellas, hemos
tenido ocasión reflexionar sobre la fe y los problemas que, como cristianos,
debemos afrontar para dar testimonio de ella en una sociedad profundamente
secularizada. Todo ello guiados por unos conferenciantes excepcionales, que,
con profundidad no reñida con la sencillez expositiva, han planteado
interrogantes y esbozos de respuesta desde las perspectivas teológica,
sociológica y pastoral.
Escapa
a mi capacidad resumir en unas pocas líneas la riqueza de contenidos desplegada
ante nosotros. Además, es preciso dejar que el tiempo permita asimilarlo e
interiorizarlo. Sí quisiera, en cambio, proclamar lo que me parece un mensaje
de esperanza. Las estadísticas y sobre todo nuestra experiencia personal,
muestran que la práctica religiosa ha perdido terreno no solo en nuestro país,
sino en toda Europa. Ante ello la primera reacción puede ser de desaliento.
Constatamos que la fe ya no se da, como antaño, por supuesta. Más bien, ocurre
lo contrario. Entre la masa de indiferentes, más abundantes que los ateos o los
agnósticos, los hombres y mujeres religiosos nos sentimos a menudo seres
extraños. Cometeríamos, sin embargo, un error si idealizáramos tiempos pasados,
sin preguntarnos antes por la sinceridad de una fe impuesta por presiones
políticas o sociales. Ahora los católicos debemos aprender a vivir en un mundo
en que somos minoría, a no reclamar privilegios al poder. Quizá aparentemente
seamos más débiles, pero en realidad precisábamos una cura de humildad, que nos
hiciera afrontar la profundidad de nuestra fe. De ella sacaremos una nueva
fortaleza, no nacida ya de la imbricación con las estructuras humanas de poder,
sino asentada en el interior de cada uno de nosotros. Es cierto que nos
enfrentamos a duros desafíos: ¿Cómo hemos de dirigirnos a gentes que no es ya que
den respuestas distintas de las nuestras a los problemas existenciales, sino
que ni siquiera se los plantean? Con un ateo es posible debatir, pero ¿qué
hacer ante un indiferente?
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