Conocemos
con el nombre de asmoneos a los dirigentes judíos que gobernaron Israel en los
tiempos que median entre la muerte de Simón, el último de los Macabeos (134 a.
C.), y la entronización de Herodes el Grande por Marco Antonio (40 a. c.). Las Antigüedades
de los judíos de Flavio Josefo constituyen la principal fuente
historiográfica para el estudio de este período, aunque para sus precedentes,
la sublevación contra el intento de helenización forzosa impulsado por el
monarca seléucida Antíoco IV Epífanes, disponemos también de los libros I y II
de los Macabeos.
Antes
de ocuparnos de los acontecimientos de la época y a fin de situarlos de manera
correcta, parece conveniente recordar, siquiera sea de manera sucinta, algunos
hechos anteriores. Como es sabido, un decreto de Ciro el Grande puso fin al
exilio judío en Babilonia (siglo VI a. C.). Fueron muchos los que regresaron y
bajo la dirección de Esdras y Nehemías, no sin grandes dificultades,
reconstruyeron el templo y las murallas de Jerusalén. Se inicia así un período
de relativa tranquilidad en que, bajo una tolerante supervisión persa, Judea
goza de una amplia autonomía para organizarse de acuerdo con sus principios
religiosos. La conquista de la región por Alejandro Magno (332 a. C.) no alteró
la situación de manera sustancial, ya que el nuevo monarca mantuvo la actitud
respetuosa de los anteriores dominadores. A su muerte, repartido el Imperio
entre sus generales, la tierra de Israel quedó en manos de Seleuco y de sus
sucesores, aunque expuesta a las apetencias de los ptolomeos. La
intensificación de la presencia helénica puso además a los jóvenes judíos en
contacto con hábitos y concepciones culturales que a algunos les resultaron
atractivas, hasta el punto de que intentaron adoptarlas. Así, según Josefo, un
hijo del sumo sacerdote Onías, que adoptó el nombre de Menelao, buscó refugió
junto al rey Antíoco IV Epífanes y le mostró su deseo de seguir el modo de vida
griego, al tiempo que solicitaba permiso para construir un gimnasio en
Jerusalén[1].
Poco después Antíoco, tras una victoriosa intervención en Egipto a cuyos frutos
hubo de renunciar ante las advertencias romanas, entró en Jerusalén donde
realizó una gran matanza y se apoderó de cuantiosas riquezas. Dos años más
tarde, saqueó de nuevo la ciudad, incluido el templo, que profanó con
sacrificios impíos, a la par que hacía quemar los rollos de la Torá y prohibía
la circuncisión y el resto de las prácticas judías (167 a. C.). Tras una larga
época de tolerancia, se imponía la asimilación, por medio de una persecución de
inusitada crueldad[2].
Como
reacción se produjo una sublevación encabezada por el sacerdote Matatías y sus
hijos. Los rebeldes, bajo el mando de Judas Macabeo iniciaron una campaña
guerrillera que les llevó a conquistar Jerusalén, aunque la ciudadela continuó por
algún tiempo en manos griegas. De manera
inmediata, se procedió a la purificación del templo, durante la cual el Talmud
sitúa el milagro que dio origen a la fiesta de Januca.
Tras la
muerte de Judas (160 a. C.), la dirección del movimiento pasó a sus hermanos
Jonatán (160-142 a. C.) y Simón (142-134 a. C.), que gobernaron sucesivamente
con el título de sumo sacerdote. Con ellos, aumentó la extensión del territorio
liberado al tiempo que se emprendía una campaña diplomática que llevó a la
firma de un tratado de alianza con Roma.
Finalmente, en el 142 a. C. los seléucidas reconocieron de hecho la
independencia de Judea al renunciar a todo intento de cobro de tributos.
Tras el
asesinato de Simón por su yerno Ptolomeo, quien de esta forma esperaba
reemplazarle en el poder, uno de sus hijos (otros dos habían sido muertos junto
a su padre), Juan Hircano, se proclamó sumo sacerdote. Con él se inicia la
dinastía asmonea e Israel comienza a adquirir la fisonomía que tendrá al
nacimiento de Jesús de Nazaret.
[1] JOSEFO, Flavio, Antigúedades de los judíos, XII, 5. El
episodio aparece también narrado en II Macabeos 4, 7 ss., aunque aquí quien hace la petición no es Menelao, sino el sumo sacerdote Jasón. Obsérvese que ambos adoptaron nombres griegos.
[2] I y II de los Macabeos, así como Josefo, que
posiblemente los utilizara como fuentes, relatan que colgaban a los niños del
cuello de sus padres crucificados y que daban muerte a las madres que habían
hecho circuncidar a sus hijos.
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