17 marzo 2013

La dinastía asmonea (I)

Francisco Javier Bernad Morales

Conocemos con el nombre de asmoneos a los dirigentes judíos que gobernaron Israel en los tiempos que median entre la muerte de Simón, el último de los Macabeos (134 a. C.), y la entronización de Herodes el Grande por Marco Antonio (40 a. c.).  Las Antigüedades de los judíos de Flavio Josefo constituyen la principal fuente historiográfica para el estudio de este período, aunque para sus precedentes, la sublevación contra el intento de helenización forzosa impulsado por el monarca seléucida Antíoco IV Epífanes, disponemos también de los libros I y II de los Macabeos.
Antes de ocuparnos de los acontecimientos de la época y a fin de situarlos de manera correcta, parece conveniente recordar, siquiera sea de manera sucinta, algunos hechos anteriores. Como es sabido, un decreto de Ciro el Grande puso fin al exilio judío en Babilonia (siglo VI a. C.). Fueron muchos los que regresaron y bajo la dirección de Esdras y Nehemías, no sin grandes dificultades, reconstruyeron el templo y las murallas de Jerusalén. Se inicia así un período de relativa tranquilidad en que, bajo una tolerante supervisión persa, Judea goza de una amplia autonomía para organizarse de acuerdo con sus principios religiosos. La conquista de la región por Alejandro Magno (332 a. C.) no alteró la situación de manera sustancial, ya que el nuevo monarca mantuvo la actitud respetuosa de los anteriores dominadores. A su muerte, repartido el Imperio entre sus generales, la tierra de Israel quedó en manos de Seleuco y de sus sucesores, aunque expuesta a las apetencias de los ptolomeos. La intensificación de la presencia helénica puso además a los jóvenes judíos en contacto con hábitos y concepciones culturales que a algunos les resultaron atractivas, hasta el punto de que intentaron adoptarlas. Así, según Josefo, un hijo del sumo sacerdote Onías, que adoptó el nombre de Menelao, buscó refugió junto al rey Antíoco IV Epífanes y le mostró su deseo de seguir el modo de vida griego, al tiempo que solicitaba permiso para construir un gimnasio en Jerusalén[1]. Poco después Antíoco, tras una victoriosa intervención en Egipto a cuyos frutos hubo de renunciar ante las advertencias romanas, entró en Jerusalén donde realizó una gran matanza y se apoderó de cuantiosas riquezas. Dos años más tarde, saqueó de nuevo la ciudad, incluido el templo, que profanó con sacrificios impíos, a la par que hacía quemar los rollos de la Torá y prohibía la circuncisión y el resto de las prácticas judías (167 a. C.). Tras una larga época de tolerancia, se imponía la asimilación, por medio de una persecución de inusitada crueldad[2].
Como reacción se produjo una sublevación encabezada por el sacerdote Matatías y sus hijos. Los rebeldes, bajo el mando de Judas Macabeo iniciaron una campaña guerrillera que les llevó a conquistar Jerusalén, aunque la ciudadela continuó por algún tiempo  en manos griegas. De manera inmediata, se procedió a la purificación del templo, durante la cual el Talmud sitúa el milagro que dio origen a la fiesta de Januca.
Tras la muerte de Judas (160 a. C.), la dirección del movimiento pasó a sus hermanos Jonatán (160-142 a. C.) y Simón (142-134 a. C.), que gobernaron sucesivamente con el título de sumo sacerdote. Con ellos, aumentó la extensión del territorio liberado al tiempo que se emprendía una campaña diplomática que llevó a la firma de un tratado de alianza con Roma.  Finalmente, en el 142 a. C. los seléucidas reconocieron de hecho la independencia de Judea al renunciar a todo intento de cobro de tributos.
Tras el asesinato de Simón por su yerno Ptolomeo, quien de esta forma esperaba reemplazarle en el poder, uno de sus hijos (otros dos habían sido muertos junto a su padre), Juan Hircano, se proclamó sumo sacerdote. Con él se inicia la dinastía asmonea e Israel comienza a adquirir la fisonomía que tendrá al nacimiento de Jesús de Nazaret.




[1] JOSEFO, Flavio, Antigúedades de los judíos, XII, 5. El episodio aparece también narrado en II Macabeos 4, 7 ss., aunque aquí quien hace la petición no es Menelao, sino el sumo sacerdote Jasón. Obsérvese que ambos adoptaron nombres griegos.
[2] I y II de los Macabeos, así como Josefo, que posiblemente los utilizara como fuentes, relatan que colgaban a los niños del cuello de sus padres crucificados y que daban muerte a las madres que habían hecho circuncidar a sus hijos.

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