La acogida del existencialismo en la
teología, tal y como había llevado a cabo Bultmann, no había dejado incólume la
teología. Como he recordado ya, en mi curso de cristología había intentado
reaccionar a la reducción existencialista y aquí y allá -sobre todo, en el curso sobre Dios que había impartido inmediatamente después- había intentado
ponerle contrapesos extraídos del pensamiento marxista que, precisamente por
sus orígenes judeo-mesiánicos, conserva elementos cristianos. Pero la
destrucción de la teología que tenía lugar a través de su politización en
dirección al mesianismo marxista era incomparablemente más radical, justamente
porque se basaba en la esperanza bíblica, pero la destrozaba porque conservaba
el fervor religioso eliminando, sin embargo, a Dios y sustituyéndolo por la
acción política del hombre. Queda la esperanza, pero el puesto de Dios es
reemplazado por el partido y, por tanto, el totalitarismo de un culto ateo que
está dispuesto a sacrificar toda humanidad a su falso Dios. He visto sin velos
el rostro cruel de esta devoción atea, el terror psicológico, el desenfreno con
que se llegaba a renunciar a cualquier reflexión moral, considerada como un
residuo burgués, allí donde la cuestión era el fin ideológico. Todo esto es de
por sí suficientemente alarmante, pero llega a ser un reto inevitable para los
teólogos cuando se lleva adelante la ideología en nombre de la fe y se usa la
Iglesia como su instrumento.
RATZINGER,
Joseph. Mi vida. Madrid, Encuentro,
2005.p. 136-137.
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