GONZÁLEZ
FERNÁNDEZ, Enrique, Pensar España con
Julián Marías. Rialp, Madrid, 2012, 12 x 19, 203 pp.
Dedica este
libro Enrique González a la exposición del pensamiento de Julián Marías acerca
de España. Entiéndase, no intenta explicarlo ni esclarecerlo, sino, cediendo
una y otra vez la palabra al gran filósofo, resumir las ideas que aquel
manifestó en diversas obras, fundamentalmente en España inteligible. Realmente es a este libro al que hay que
referir el comentario, pues, insisto, nos hallamos ante un compendio más que
ante una obra original.
Marías, sobra decirlo, no era
historiador. Su pretensión era elevarse por encima de los acontecimientos para
descubrir su argumento o su sentido profundo. Para ello utiliza, en la estela
de Ortega, el evanescente método de la razón histórica. Gracias a esta puede
descubrir que España es no solo la más antigua nación de Europa, lo que vale
tanto como decir del mundo, sino que es la más europea de todas, pues surge de
un proyecto decidido. Mientras que Francia, por ejemplo, es europea porque no
pudo ser otra cosa, España lo es gracias a un esfuerzo de voluntad. No solo
eso. Además es una nación integradora y transeuropea que manifiesta su íntima
vocación en la unión de los diversos reinos de ambos hemisferios, y en la cristianización
del orbe. Elevado el pensamiento a tan altas cumbres, resulta posible, borrada
ya la percepción de detalles perturbadores, distinguir ese gran proyecto que
culminó en lo que en su tiempo fue llamado Monarquía Católica, y al que Marías
gusta referirse también como las Españas.
El filósofo no puede detenerse en nimiedades tales como que la unión de las
coronas de Castilla y Aragón fue fruto no solo del matrimonio de Isabel I y
Fernando II, sino también de la prematura muerte de Juan, el hijo que el rey
tuvo con su segunda esposa, Germana de Foix, quien, de haber sobrevivido
hubiera heredado los estados de Aragón. En mi opinión, este hecho basta para
demostrar que España no es fruto de un proyecto perseguido con determinación a
lo largo de generaciones, sino que hay un vasto espacio en el que el azar se
impone.
Hay momentos en que la
interpretación de la vocación católica de España, le lleva a posiciones que
casi rozan el marcionismo. Así cuando achaca, con Ortega, el trato dado a los
indios por los colonos ingleses a la influencia que sobre los protestantes
ejerce la lectura del Antiguo Testamento. No se para, naturalmente, a analizar
las circunstancias ecológicas, económicas y sociales en que se desarrollan los
respectivos procesos de expansión. En las Trece Colonias, campesinos ansiosos
de tierras ocupadas por pueblos que practican una agricultura de muy bajo
rendimiento; en los virreinatos, aventureros deseosos de sustituir a unas
elites indígenas que ya vivían de los excedentes producidos por una población
acostumbrada al pago de tributos y a las prestaciones personales. Desde la
luminosa esfera de la razón histórica no se perciben tan triviales detalles y
queda tan solo el Antiguo Testamento, al parecer desconocido por los católicos,
como fuerza que arrastra los arados de los colonos.
Marías halla en la historia de
España aquello que previamente ha dispuesto en ella: un argumento, un proyecto
coherente de futuro. Al actuar así, procede como todos los nacionalistas,
incluso como los que rechazan ese supuesto proyecto común para alzar otro en su lugar. Hay un problema que
no puede soslayar, el mismo que acecha a todos los que mantienen una concepción
metafísica de la nación: las múltiples ocasiones en que ese proyecto parece
haber sido abandonado. Para salvar el edificio se hace preciso recurrir a
influencias extrañas, ajenas al pensar patrio y que, por desconocimiento e
incluso envidia, han mostrado una imagen desfigurada del país, que ha llegado a
seducir a no pocos españoles, apartándolos de su misión e introduciendo la duda
y el desánimo: en suma, arrastrándolos a la traición.
En vano buscaremos en el libro de
González una argumentación que explique en
qué consiste y cómo se aplica esa razón histórica que conduce a tan deslumbrantes
resultados. En su lugar, solo hallaremos glosa entusiasta y admiración rendida
hacia la obra de su maestro. Algo quizá loable, pero poco sólido.
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