06 febrero 2013

Marción

Francisco Javier Bernad Morales

En un par de ocasiones me he referido de pasada a Marción en este blog, pero caigo en la cuenta de que no he aclarado apenas nada sobre él, como si hubiera dado por supuesto que resultaba familiar a los lectores. Se trata de una omisión que intentaré remediar en las siguientes líneas.

En realidad, como a menudo ocurre con los personajes de la Antigüedad, las noticias que nos han llegado sobre él son fragmentarias e impiden reconstruir su biografía. En cuanto a su doctrina, podemos conocerla tan solo por los datos de quienes, como Tertuliano, escribieron para refutarla. Griego, nacido en Sínope, en la costa meridional del mar Negro, parece haber amasado una considerable fortuna como naviero. En el año 140, siendo emperador Antonino Pío, lo vemos en Roma, donde ingresa en la comunidad cristiana a la que hace un generoso donativo, pero antes de que transcurran cuatro años, esta lo expulsa devolviéndole el dinero[1].  Las razones del desencuentro están claras. Marción ha desarrollado una teología en la que diferencia entre el Dios supremo y el ser creador. Aunque a menudo esta idea es clasificada dentro del gnosticismo, no cabe considerarla propiamente tal, pues no se trata de una confrontación entre dos potencias opuestas, una del bien y otra del mal. Realmente, solo hay un Dios bueno, pero la creación no es obra suya, sino de un demiurgo malvado, esto es, de un ser imperfecto e inferior, al que propiamente no cabe considerar divino, el cual se habría manifestado en el Antiguo Testamento, el Tanaj judío. El verdadero Dios solo se muestra a los hombres, llevado de su bondad, en Cristo.

Marción piensa que entre ambas partes de la Biblia hay una contraposición radical, al estar la primera inspirada por el demiurgo y la segunda por Dios. En consecuencia, procede a expurgar del Nuevo Testamento todo aquello que considera falsificaciones, es decir, los elementos que establecen un nexo con el libro judío. De esta forma, solo admite en su canon el Evangelio de Lucas con mutilaciones, y diez epístolas de San Pablo. Dado que la creación es la despreciable obra del demiurgo, Marción exige a sus seguidores que se aparten en lo posible de ella, mediante la observancia de un riguroso ascetismo.

Tras su ruptura con la comunidad cristiana de Roma, Marción marchó a la parte oriental del Imperio, donde su predicación alcanzó cierto éxito, pues todavía a comienzos del siglo V, un obispo del norte de Siria menciona la existencia de aldeas marcionitas[2].




[1] MARKCHIES, Christoph, La gnosis, Barcelona, Herder, 2002, p. 125.
[2] Ibidem, p. 126.

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