En un
par de ocasiones me he referido de pasada a Marción en este blog, pero caigo en
la cuenta de que no he aclarado apenas nada sobre él, como si hubiera dado por
supuesto que resultaba familiar a los lectores. Se trata de una omisión que
intentaré remediar en las siguientes líneas.
En
realidad, como a menudo ocurre con los personajes de la Antigüedad, las
noticias que nos han llegado sobre él son fragmentarias e impiden reconstruir
su biografía. En cuanto a su doctrina, podemos conocerla tan solo por los datos
de quienes, como Tertuliano, escribieron para refutarla. Griego, nacido en
Sínope, en la costa meridional del mar Negro, parece haber amasado una
considerable fortuna como naviero. En el año 140, siendo emperador Antonino
Pío, lo vemos en Roma, donde ingresa en la comunidad cristiana a la que hace un
generoso donativo, pero antes de que transcurran cuatro años, esta lo expulsa
devolviéndole el dinero[1].
Las razones del desencuentro están
claras. Marción ha desarrollado una teología en la que diferencia entre el Dios
supremo y el ser creador. Aunque a menudo esta idea es clasificada dentro del
gnosticismo, no cabe considerarla propiamente tal, pues no se trata de una
confrontación entre dos potencias opuestas, una del bien y otra del mal. Realmente,
solo hay un Dios bueno, pero la creación no es obra suya, sino de un demiurgo
malvado, esto es, de un ser imperfecto e inferior, al que propiamente no cabe
considerar divino, el cual se habría manifestado en el Antiguo Testamento, el Tanaj judío. El verdadero Dios solo se
muestra a los hombres, llevado de su bondad, en Cristo.
Marción
piensa que entre ambas partes de la Biblia hay una contraposición radical, al
estar la primera inspirada por el demiurgo y la segunda por Dios. En
consecuencia, procede a expurgar del Nuevo Testamento todo aquello que
considera falsificaciones, es decir, los elementos que establecen un nexo con
el libro judío. De esta forma, solo admite en su canon el Evangelio de Lucas
con mutilaciones, y diez epístolas de San Pablo. Dado que la creación es la
despreciable obra del demiurgo, Marción exige a sus seguidores que se aparten
en lo posible de ella, mediante la observancia de un riguroso ascetismo.
Tras su
ruptura con la comunidad cristiana de Roma, Marción marchó a la parte oriental
del Imperio, donde su predicación alcanzó cierto éxito, pues todavía a
comienzos del siglo V, un obispo del norte de Siria menciona la existencia de
aldeas marcionitas[2].
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