Está a
la vista que el concepto de verdad ha caído bajo sospecha. Por supuesto, es
cierto que se ha abusado mucho de él. En nombre de la verdad se ha llegado a la
intolerancia y a la crueldad. En tal sentido se tiene temor cuando alguien dice
que tal cosa es la verdad o hasta afirma poseer la verdad. Nunca la poseemos;
en el mejor de los casos, ella nos posee a nosotros. Nadie discutirá que es
preciso ser cuidadoso o cauteloso al reivindicar la verdad. Pero descartarla sin
más como inalcanzable ejerce directamente una acción destructiva.
Gran
parte de la filosofía actual consiste realmente en decir que el hombre no es
capaz de la verdad. Pero, visto de este modo, tampoco sería capaz de la ética.
No tendría parámetro alguno. En tal caso habría que cuidar del modo en que uno
más o menos se las arregla, y el único criterio que contaría sería, en todo
caso, la opinión de la mayoría. Pero qué destructivas pueden ser las mayorías
nos lo ha demostrado la historia reciente, por ejemplo, en sistemas como el
nazismo y el marxismo, los cuales han estado particularmente en contra también
de la verdad […] es preciso tener la osadía de decir: sí, el hombre debe buscar
la verdad, es capaz de la verdad. Es evidente que la verdad necesita criterios
para ser verificada y falsada. También ha de ir acompañada de tolerancia. Pero
la verdad nos muestra entonces aquellos valores constantes que han hecho grande
a la humanidad. Por eso hay que aprender y ejercitar de nuevo la humildad de
reconocer la verdad y de permitirle constituirse en parámetro.
El
contenido central de Evangelio de Juan consiste en que la verdad no puede
imponer su dominio mediante la violencia, sino por su propio poder: Jesús
atestigua ante Pilato que es la Verdad
y el testigo de la verdad. Defiende la verdad no mediante legiones, sino que, a
través de su pasión, la hace visible y la pone también en vigencia.
BENEDICTO
XVI, Luz del mundo. Una conversación con
Peter Seewald. Barcelona, Herder, 2010, p. 63-64.
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