Mañana se celebrará la última ceremonia de
Primera Comunión de este año en la parroquia. De esta forma todos los niños
culminan el ciclo de tres años de catequesis de Iniciación Cristiana, al
recibir este sacramento. Sin duda, se trata de algo trascendental que
recordarán durante toda su vida. Es una fiesta para todos. Pero, en este
momento, llegado el fin de una etapa, queremos hacer memoria de algunos
aspectos que se han abordado con los niños. A veces expresan sus dudas preguntando
¿por qué tenemos que venir a catequesis si ya damos clase de religión en el
cole? O bien, al contrario: si ya venimos a catequesis aquí ¿por qué hemos de
asistir a clase de Religión? Los catequistas intentamos aclarar sus dudas que,
en ocasiones, no son otra cosa que un reflejo de la incertidumbre de los
padres.
Mientras que en clase de Religión los niños
se aproximan a la Historia de la Salvación, su relación con las culturas y al
estudio de la Moral Católica al nivel que pueden comprender, en la catequesis
de Iniciación Cristiana se inician en la vivencia comunitaria de la fe. Son,
pues, ámbitos distintos que se complementan. Si en la primera, se trata de un
conocimiento de la realidad eclesial y su proyección en el mundo, en la segunda
se da un aspecto que implica más la vivencia como persona.
Desde este espacio, invitamos a las familias
a aceptar las dos opciones, esto es, inscribir a los hijos tanto en la
catequesis de la parroquia como en la clase de Religión del colegio o instituto.
Un profesor de Religión Católica, amigo
personal y compañero, nos ha hecho llegar la carta de un diputado socialista
francés, no creyente, que sin embargo alega una serie de razones por las que se
niega a que su hijo eluda las clases de Religión. Por su interés la
reproducimos a continuación:
Carta de un padre
sin convicciones religiosas a su hijo sobre la enseñanza de la religión
Jean Jaurès ( 1859-1914)
QUERIDO HIJO, me pides un justificante que te
exima de cursar la religión, un poco por tener la gloria de proceder de
distinta manera que la mayor parte de los condiscípulos, y temo que también un
poco para parecer digno hijo de un hombre que no tiene convicciones
religiosas. Este justificante, querido hijo, no te lo envío ni te lo enviaré
jamás.
No es porque desee que seas clerical, a pesar
de que no hay en esto ningún peligro, ni lo hay tampoco en que profeses las
creencias que te expondrá el profesor. Cuando tengas la edad suficiente
para juzgar, serás completamente libre; pero tengo empeño decidido en que tu instrucción y tu educación sean completas, y no lo serían sin un estudio
serio de la religión.
Te parecerá extraño este lenguaje después de
haber oído tan bellas declaraciones sobre esta cuestión; son, hijo mío,
declaraciones buenas para arrastrar a algunos, pero que están en pugna con él
más elemental buen sentido. ¿Cómo sería completa tu instrucción sin un
conocimiento suficiente de las cuestiones religiosas sobre las cuales todo el
mundo discute? ¿Quisieras tú, por ignorancia voluntaria, no poder decir
una palabra sobre estos asuntos sin exponerte a soltar un disparate?
Dejemos a un lado la política y las
discusiones, y veamos lo que se refiere a los conocimientos indispensables que debe tener un hombre de cierta
posición. Estudias mitología para comprender la historia y la civilización
de los griegos y de los romanos, y ¿qué comprenderías de la historia de
Europa y del mundo entero después de Jesucristo, sin conocer la religión que
cambió la faz del mundo y produjo una nueva civilización? En el arte, ¿qué serán para ti las obras
maestras de la Edad Medía y de los tiempos modernos, si no conoces el motivo
que las ha inspirado y las ideas religiosas que ellas contienen? En las letras, ¿puedes dejar de conocer
no sólo a Bossuet, Fenelón, Lacordaire, De Maistre, Veuíllot y tantos otros
que se ocuparon exclusivamente en cuestiones religiosas, sino también a
Corneille, Racíne, Hugo, en una palabra, a todos estos grandes maestros que
debieron al cristianismo sus más bellas inspiraciones? Si se trata de derecho, de filosofía o de moral, ¿puedes ignorar la expresión más clara
del Derecho Natural, la filosofía más extendida, la moral más sabía y más
universal? -éste es el pensamiento de Juan Jacobo Rousseau-.
Hasta en las ciencias naturales y matemáticas encontrarás la religión: Pascal y
Newton eran cristianos fervientes; Ampére era piadoso; Pasteur probaba la
existencia de Dios y decía haber recobrado por la ciencia la fe de un bretón;
Flammarion se entrega a fantasías teológicas. ¿Querrás tú condenarte a
saltar páginas en todas tus lecturas y en todos tus estudios? Hay que
confesarlo: la
religión está íntimamente unida a todas las manifestaciones de la inteligencia
humana; es la base de la civilización; y es ponerse fuera del mundo intelectual
y condenarse a una manifiesta inferioridad el no querer conocer una ciencia que
han estudiado y que poseen en nuestros días tantas inteligencias preclaras. Ya que hablo de educación: ¿para ser un joven bien
educado, es preciso conocer y practicar las leyes de la Iglesia? Sólo te diré
lo siguiente: nada hay que reprochar a los que las practican fielmente y con mucha
frecuencia hay que llorar por los que no las toman en cuenta. No fijándome sino
en la cortesía, en el simple «savoir vivre», hay que convenir en la necesidad
de conocer las convicciones y los sentimientos
de las personas religiosas. Si no estamos obligados a imitarlas,
debemos, por lo menos, comprenderlas, para poder guardarles el respeto, las
consideraciones y la tolerancia que
les son debidas. Nadie será jamás delicado, fino, ni siquiera presentable sin
nociones religiosas.
Querido hijo: convéncete de lo que te digo:
muchos tienen interés en que los demás desconozcan la religión; pero todo el
mundo desea conocerla. En cuanto a la libertad
de conciencia y otras cosas análogas, eso es vana palabrería que rechazan
de consuno los hechos y el sentido común. Muchos anti-católicos conocen por lo
menos medianamente la religión; otros han recibido educación religiosa; su
conducta prueba que han conservado toda
su libertad.
Además, no es preciso ser un genio para
comprender que sólo son verdaderamente
libres de no ser cristianos los que tienen facultad para serlo, pues, en caso
contrario, la ignorancia les obliga a la irreligión. La cosa es muy clara: la libertad exige la facultad de poder
obrar en sentido contrario. Te sorprenderá esta carta, pero precisa, hijo
mío, que un padre diga siempre la verdad a su hijo. Ningún compromiso podría
excusarme de esa obligación.
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