18 mayo 2012

Catequesis y clase de Religión

Carmen Sáez Gutiérrez

Mañana se celebrará la última ceremonia de Primera Comunión de este año en la parroquia. De esta forma todos los niños culminan el ciclo de tres años de catequesis de Iniciación Cristiana, al recibir este sacramento. Sin duda, se trata de algo trascendental que recordarán durante toda su vida. Es una fiesta para todos. Pero, en este momento, llegado el fin de una etapa, queremos hacer memoria de algunos aspectos que se han abordado con los niños. A veces expresan sus dudas preguntando ¿por qué tenemos que venir a catequesis si ya damos clase de religión en el cole? O bien, al contrario: si ya venimos a catequesis aquí ¿por qué hemos de asistir a clase de Religión? Los catequistas intentamos aclarar sus dudas que, en ocasiones, no son otra cosa que un reflejo de la incertidumbre de los padres.
Mientras que en clase de Religión los niños se aproximan a la Historia de la Salvación, su relación con las culturas y al estudio de la Moral Católica al nivel que pueden comprender, en la catequesis de Iniciación Cristiana se inician en la vivencia comunitaria de la fe. Son, pues, ámbitos distintos que se complementan. Si en la primera, se trata de un conocimiento de la realidad eclesial y su proyección en el mundo, en la segunda se da un aspecto que implica más la vivencia como persona.
Desde este espacio, invitamos a las familias a aceptar las dos opciones, esto es, inscribir a los hijos tanto en la catequesis de la parroquia como en la clase de Religión del colegio o instituto.
Un profesor de Religión Católica, amigo personal y compañero, nos ha hecho llegar la carta de un diputado socialista francés, no creyente, que sin embargo alega una serie de razones por las que se niega a que su hijo eluda las clases de Religión. Por su interés la reproducimos a continuación:

Carta de un padre sin convicciones religiosas a su hijo sobre la enseñanza de la religión

Jean Jaurès ( 1859-1914)

QUERIDO HIJO, me pides un justificante que te exima de cursar la religión, un poco por tener la gloria de proce­der de distinta manera que la mayor parte de los con­discípulos, y temo que también un poco para parecer dig­no hijo de un hombre que no tiene convicciones religiosas. Este justificante, querido hijo, no te lo envío ni te lo en­viaré jamás.
No es porque desee que seas clerical, a pesar de que no hay en esto ningún peligro, ni lo hay tampoco en que profeses las creencias que te expondrá el profesor. Cuan­do tengas la edad suficiente para juzgar, serás completamente libre; pero tengo empeño decidido en que tu ins­trucción y tu educación sean completas, y no lo serían sin un estudio serio de la religión.
Te parecerá extraño este lenguaje después de haber oído tan bellas declaraciones sobre esta cuestión; son, hijo mío, declaraciones buenas para arrastrar a algunos, pero que están en pugna con él más elemental buen sentido. ¿Cómo sería completa tu instrucción sin un conocimiento suficiente de las cuestiones religiosas sobre las cuales todo el mundo discute? ¿Quisieras tú, por ignorancia voluntaria, no poder decir una palabra sobre estos asuntos sin expo­nerte a soltar un disparate?
Dejemos a un lado la política y las discusiones, y vea­mos lo que se refiere a los conocimientos indispensables que debe tener un hombre de cierta posición. Estudias mi­tología para comprender la historia y la civilización de los griegos y de los romanos, y ¿qué comprenderías de la his­toria de Europa y del mundo entero después de Jesucris­to, sin conocer la religión que cambió la faz del mundo y produjo una nueva civilización? En el arte, ¿qué serán para ti las obras maestras de la Edad Medía y de los tiempos modernos, si no conoces el motivo que las ha inspirado y las ideas religiosas que ellas contienen? En las letras, ¿puedes dejar de conocer no sólo a Bossuet, Fenelón, La­cordaire, De Maistre, Veuíllot y tantos otros que se ocupa­ron exclusivamente en cuestiones religiosas, sino también a Corneille, Racíne, Hugo, en una palabra, a todos estos grandes maestros que debieron al cristianismo sus más bellas inspiraciones? Si se trata de derecho, de filosofía o de moral, ¿puedes ignorar la expresión más clara del De­recho Natural, la filosofía más extendida, la moral más sabía y más universal? -éste es el pensamiento de Juan Jacobo Rousseau-.
Hasta en las ciencias naturales y matemáticas encon­trarás la religión: Pascal y Newton eran cristianos fervien­tes; Ampére era piadoso; Pasteur probaba la existencia de Dios y decía haber recobrado por la ciencia la fe de un bretón; Flammarion se entrega a fantasías teológicas. ¿Querrás tú condenarte a saltar páginas en todas tus lec­turas y en todos tus estudios? Hay que confesarlo: la reli­gión está íntimamente unida a todas las manifestaciones de la inteligencia humana; es la base de la civilización; y es ponerse fuera del mundo intelectual y condenarse a una manifiesta inferioridad el no querer conocer una ciencia que han estudiado y que poseen en nuestros días tantas inteligencias preclaras. Ya que hablo de educación: ¿para ser un joven bien educado, es preciso conocer y practicar las leyes de la Iglesia? Sólo te diré lo siguiente: nada hay que reprochar a los que las practican fielmente y con mu­cha frecuencia hay que llorar por los que no las toman en cuenta. No fijándome sino en la cortesía, en el simple «savoir vivre», hay que convenir en la necesidad de conocer las convicciones y los sentimientos de las personas religio­sas. Si no estamos obligados a imitarlas, debemos, por lo menos, comprenderlas, para poder guardarles el respeto, las consideraciones y la tolerancia que les son debidas. Na­die será jamás delicado, fino, ni siquiera presentable sin nociones religiosas.
Querido hijo: convéncete de lo que te digo: muchos tie­nen interés en que los demás desconozcan la religión; pero todo el mundo desea conocerla. En cuanto a la libertad de conciencia y otras cosas análogas, eso es vana palabrería que rechazan de consuno los hechos y el sentido común. Muchos anti-católicos conocen por lo menos medianamen­te la religión; otros han recibido educación religiosa; su conducta prueba que han conservado toda su libertad.
Además, no es preciso ser un genio para comprender que sólo son verdaderamente libres de no ser cristianos los que tienen facultad para serlo, pues, en caso contrario, la ignorancia les obliga a la irreligión. La cosa es muy clara: la libertad exige la facultad de poder obrar en sentido con­trario. Te sorprenderá esta carta, pero precisa, hijo mío, que un padre diga siempre la verdad a su hijo. Ningún compromiso podría excusarme de esa obligación.


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