Francisco Javier
Bernad Morales
En Hechos
(8, 26-40) se narra un curioso
acontecimiento que tiene como protagonista al apóstol Felipe. Cuando este, por
mandato de un ángel, se dirige al camino que lleva de Jerusalén a Gaza
encuentra a un eunuco de la reina Candace de Etiopía que, mientras regresa en
su carruaje de adorar al Señor, lee el libro de Isaías. Ambos entablan una
conversación durante la cual Felipe le explica que la profecía de Isaías se
refiere a Jesús de Nazaret. El episodio concluye con el bautismo del etíope.
El texto es tan significativo por lo que dice
de una manera explícita como por lo que da a entender. Pero antes de analizarlo
parece conveniente hacer dos precisiones. En primer lugar, el término eunuco no
implica necesariamente, aunque tampoco lo excluye, que se trate de un varón
castrado, ya que con cierta frecuencia se aplicaba a altos funcionarios como
este que, según se afirma, se encargaba del erario real. Debemos recordar que
también en la historia de José se califica de eunuco a Putifar (Gn 39,
1). De otro lado, Candace no parece ser un nombre propio, sino un título
real etíope como atestiguan fuentes extrabíblicas, entre ellas Estrabón y
Plinio el Viejo.
En cualquier caso, nos hallamos ante un
personaje importante del reino de Etiopía, judío de religión. Por primera y
creo que única vez en el Nuevo Testamento, vemos a alguien de allende las
fronteras del imperio Romano. Esto nos impulsa a algunas reflexiones. Quizá,
sin ser conscientes de ello, muchos cristianos compartimos aún en gran medida
con los antiguos romanos la convicción de que en el exterior del imperio solo hay bárbaros y que la de Roma
es la única historia digna de ese nombre.
Aunque la conversión de un individuo no
implique la formación de una comunidad cristiana, es cierto que nuestra
religión tiene en Etiopía raíces muy antiguas y que se asienta en gran parte
sobre un sustrato judío que ha permanecido vivo hasta nuestros días, cuando
entre 1979 y 1991 la mayor parte de los falashas[1]
se trasladaron a Israel. Según la tradición etíope, el judaísmo en el país se
remontaría a los tiempos en que la reina de Saba visitó al rey Salomón, con
quien habría tenido un hijo. Se trata, claro está, de una leyenda, aunque quizá
a través de ella nos lleguen ecos de un remoto pasado. Aunque generalmente el
legendario reino de Saba no se sitúa en Etiopía, sino en Yemen, debemos tener
presente que las relaciones entre ambas riberas del mar Rojo fueron muy
intensas ya en la antigüedad. Sean cuales fueren los orígenes del judaísmo
etíope y la repercusión del bautismo del funcionario de Candace[2],
lo que sí esta atestiguado es que en el siglo IV, el reino de Aksum adoptó el
cristianismo y mantuvo desde entonces una estrecha relación con la iglesia de
Alejandría.
La iglesia Copta Etíope es monofisita y
rechaza, por tanto, las resoluciones del concilio de Calcedonia (451) y sucesivos. Además, de entre todas las
confesiones cristianas, es la que mantiene un canon más amplio de la Escritura,
ya que incluye no solo como las iglesias Ortodoxas el Salmo 151, la Oración de Manasés, los libros III y IV de Esdras y III y IV de los Macabeos, sino también
el libro de Enoc.
[1] El término falasha es amárico y tiene en esa lengua cierto matiz despectivo.
Parece más apropiado referirse a ellos como Beta
Israel.
[2] En
realidad, el funcionario etíope bautizado por el apóstol Felipe podría proceder
del reino de Kush, en Nubia, donde también floreció el cristianismo hasta la
conquista islámica.
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