30 mayo 2012

El Espíritu Santo, santificador de la Iglesia


Consumada la obra que el Padre encomendó realizar al Hijo sobre la tierra (cf. Io 17,4), fue enviado el Espíritu Santo el día de Pentecostés a fin de santificar indefinidamente la Iglesia y para que de este modo los fieles tengan acceso al Padre por medio de Cristo en un mismo Espíritu (cf. Eph 2,18). Él es el Espíritu de vida o la fuente de agua que salta hasta la vida eterna (cf. Io 4,14; 7,38-39), por quien el Padre vivifica a los hombres, muertos por el pecado, hasta que resucite sus cuerpos mortales en Cristo (cf. Rom 8, 10-11). El Espíritu habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles como en un templo (Cf. 1 Cor 3, 16; 6, 19), y en ellos ora y da testimonio de su adopción como hijos (Cf. Gal 4,6; Rom 8, 15-16 y 26). Guía la Iglesia a toda la verdad (Cf. Io 16, 13), la unifica en comunión y ministerio, la provee y gobierna con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus frutos (Cf. Eph 4, 11-12; Cor 12, 4; Gal 5, 22). Con la fuerza del Evangelio rejuvenece la Iglesia, la renueva incesantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo.1. En efecto, el Espíritu y la Esposa dicen al Señor Jesús: ¡Ven! (cf. Apoc 22, 17). Y así toda la Iglesia aparece como “un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”2.

Constitución Lumen Gentium Vaticano II

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1. San Irineo
2. San Cipriano

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