Del comentario de San Agustín, obispo, sobre la carta a los
Gálatas.
El motivo por el cual el Apóstol escribe a los gálatas es su
deseo de que entiendan que la gracia de Dios hace que no estén ya sujetos a la
ley. En efecto, después de haberles sido anunciada la gracia del Evangelio, no
faltaron algunos, provenientes de la circuncisión, que, aunque cristianos, no
habían llegado a comprender toda la gratuidad del don de Dios y querían
continuar bajo el yugo de la ley; ley que el Señor Dios había impuesto a los
que estaban bajo la servidumbre del pecado y no de la justicia, esto es, ley
justa en sí misma que Dios había dado a unos hombres injustos, no para quitar
sus pecados, sino para ponerlos de manifiesto; porque lo único que quita el
pecado es el don gratuito de la fe, que actúa por el amor. Ellos pretendían que
los gálatas, beneficiarios ya de este don gratuito, se sometieran al yugo de la
ley, asegurándoles que de nada les serviría el Evangelio si no se circuncidaban
y no observaban las demás prescripciones rituales del judaísmo.
Ello fue causa de que empezaran a sospechar que el apóstol
Pablo, que les había predicado el Evangelio, quizá no estaba acorde en su
doctrina con los demás apóstoles, ya que éstos obligaban a los gentiles a las
prácticas judaicas. El apóstol Pedro había cedido ante el escándalo de aquellos
hombres, hasta llegar a la simulación, como si él pensara también que en nada
aprovechaba el Evangelio a los gentiles si no cumplían los preceptos de la ley;
de esta simulación le hizo volver atrás el apóstol Pablo, como explica él mismo
en esta carta.
La misma cuestión es tratada en la carta a los Romanos. No
obstante, parece que hay alguna diferencia entre una y otra, ya que en la carta
a los Romanos dirime la misma cuestión y pone fin a las diferencias que habían
surgido entre los cristianos procedentes del judaísmo y los procedentes de la
gentilidad; mientras que en esta carta a los Gálatas escribe a aquellos que ya
estaban perturbados por la autoridad de los que procedían del judaísmo y que
los obligaban a la observancia de la ley. Influenciados por ellos, empezaban a
creer que la predicación del apóstol Pablo no era auténtica, porque no quería
que se circuncidaran. Por esto, Pablo empieza con estas palabras: Me sorprende
que tan pronto hayáis abandonado al que os llamó a la gracia de Cristo, y os
hayáis pasado a otro evangelio.
Con este exordio, insinúa, en breves palabras, el meollo de
la cuestión. Aunque también lo hace en el mismo saludo inicial, cuando afirma
de sí mismo que es enviado no de hombres nombrado apóstol no por un hombre,
afirmación que no encontramos en ninguna otra de sus cartas. Con esto demuestra
suficientemente que los que inducían a tales errores lo hacían no de parte de
Dios, sino de parte de los hombres; y que, por lo que atañe a la autoridad de
la predicación evangélica, ha de ser considerado igual que los demás apóstoles,
ya que él tiene la certeza de que es apóstol no de parte de los hombres ni por
mediación de hombre alguno, sino por Jesucristo y por Dios Padre.
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