Las victorias husitas provocaron que en la
Iglesia Católica llegara a plantearse la posibilidad de intentar un acuerdo con
los herejes, quienes fueron invitados formalmente a debatir sus posiciones en
el concilio de Basilea. No se trataba de que comparecieran ante él en calidad
de acusados, como ocurriera veinte años atrás con Jan Hus y Jerónimo de Praga,
sino como representantes del reino de Bohemia.
Previamente, en una reunión celebrada en Cheb (mayo de 1432) se abordó
la cuestión de la seguridad de la delegación y se planteó la manera de dirimir
las discrepancias, llegando a discutirse la posibilidad de un arbitraje.
Finalmente esta propuesta no salió adelante y en su lugar se estableció que
fueran las prácticas de la iglesia primitiva y la posición de los doctores de
la Iglesia, las que se tomaran como guía para resolver los puntos de
desacuerdo. En estas condiciones, los husitas,
encabezados por Procopio, pudieron defender ante el concilio los cuatro artículos de Praga.
Las discusiones transcurrieron sin incidentes aunque, como era de esperar, no
desembocaron en ningún acuerdo doctrinal, pues ninguna de las partes cedió en
sus posiciones. Permitieron, sin embargo, que se establecieran lazos de
comunicación entre determinados padres conciliares y algunos miembros de la
delegación checa, que, en vista de lo sucedido después, pudieron llevar a los
primeros la convicción de que no sería complicado minar la unidad husita. En un
encuentro posterior celebrado en Praga, los delegados del concilio estrecharon
lazos con el sector más conservador, en especial con nobles y burgueses ricos.
Finalmente, se produjo el enfrentamiento abierto entre este y las fuerzas de
Procopio, quien fue derrotado y muerto por una coalición de utraquistas y
católicos, en la batalla de Lipany (30 de mayo de 1434).
La proclamación en julio de 1436 en presencia
del emperador Segismundo, de los Compactata,
marcó la integración en la Iglesia Católica de la facción husita moderada. Se
trataba de una versión modificada de los cuatro artículos de Praga, por la que
se permitía tan solo en Bohemia y Moravia, la comunión de los fieles bajo las
dos especies. Quedaba olvidada toda reivindicación social. Subsistieron, sin
embargo, núcleos husitas contrarios al compromiso y que, un siglo más tarde,
engrosaron las filas de la Reforma.
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