Presentamos un
extracto del mensaje del Santo Padre
Francisco para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado que celebramos hoy en toda la Iglesia. Lo
acompañamos de una imagen del Santo Niño de Cebú, símbolo de la evangelización y
tarea misionera de los PP. Agustinos de la Provincia del Santísimo Nombre de Filipinas, que conducen
nuestra parroquia, cuya festividad se celebra también en el día de hoy.
"... Emigrantes y refugiados no son peones sobre el tablero de la
humanidad. Se trata de niños, mujeres y hombres que abandonan o son obligados a
abandonar sus casas por muchas razones, que comparten el mismo deseo legítimo
de conocer, de tener, pero sobre todo de ser “algo más”. Es impresionante el
número de personas que emigra de un continente a otro, así como de aquellos que
se desplazan dentro de sus propios países y de las propias zonas geográficas.
Los flujos migratorios contemporáneos constituyen el más vasto movimiento de
personas, incluso de pueblos, de todos los tiempos. La Iglesia, en camino con
los emigrantes y los refugiados, se compromete a comprender las causas de las
migraciones, pero también a trabajar para superar sus efectos negativos y
valorizar los positivos en las comunidades de origen, tránsito y destino de los
movimientos migratorios.
Al mismo tiempo que animamos el progreso hacia un mundo
mejor, no podemos dejar de denunciar por desgracia el escándalo de la pobreza
en sus diversas dimensiones. Violencia, explotación, discriminación,
marginación, planteamientos restrictivos de las libertades fundamentales, tanto
de los individuos como de los colectivos, son algunos de los principales elementos
de pobreza que se deben superar. Precisamente estos aspectos caracterizan
muchas veces los movimientos migratorios, unen migración y pobreza. Para huir
de situaciones de miseria o de persecución, buscando mejores posibilidades o
salvar su vida, millones de personas comienzan un viaje migratorio y, mientras
esperan cumplir sus expectativas, encuentran frecuentemente desconfianza,
cerrazón y exclusión, y son golpeados por otras desventuras, con frecuencia muy
graves y que hieren su dignidad humana.
La realidad de las migraciones, con las dimensiones que
alcanza en nuestra época de globalización, pide ser afrontada y gestionada de
un modo nuevo, equitativo y eficaz, que exige en primer lugar una cooperación
internacional y un espíritu de profunda solidaridad y compasión. Es importante
la colaboración a varios niveles, con la adopción, por parte de todos, de los
instrumentos normativos que tutelen y promuevan a la persona humana. El Papa
Benedicto XVI trazó las coordenadas afirmando que: «Esta política hay que desarrollarla
partiendo de una estrecha colaboración entre los países de procedencia y de
destino de los emigrantes; ha de ir acompañada de adecuadas normativas
internacionales capaces de armonizar los diversos ordenamientos legislativos,
con vistas a salvaguardar las exigencias y los derechos de las personas y de
las familias emigrantes, así como las de las sociedades de destino» (Cart.
enc.Caritas in veritate, 19 junio 2009, 62). Trabajar juntos por un mundo mejor
exige la ayuda recíproca entre los países, con disponibilidad y confianza, sin
levantar barreras infranqueables. Una buena sinergia animará a los gobernantes
a afrontar los desequilibrios socioeconómicos y la globalización sin reglas,
que están entre las causas de las migraciones, en las que las personas no son
tanto protagonistas como víctimas. Ningún país puede afrontar por sí solo las
dificultades unidas a este fenómeno que, siendo tan amplio, afecta en este
momento a todos los continentes en el doble movimiento de inmigración y
emigración.
Es importante subrayar además cómo esta colaboración
comienza ya con el esfuerzo que cada país debería hacer para crear mejores
condiciones económicas y sociales en su patria, de modo que la emigración no
sea la única opción para quien busca paz, justicia, seguridad y pleno respeto
de la dignidad humana. Crear oportunidades de trabajo en las economías locales,
evitará también la separación de las familias y garantizará condiciones de
estabilidad y serenidad para los individuos y las colectividades.
Por último, mirando a la realidad de los emigrantes y
refugiados, quisiera subrayar un tercer elemento en la construcción de un mundo
mejor, y es el de la superación de los prejuicios y preconcepciones en la
evaluación de las migraciones. De hecho, la llegada de emigrantes, de prófugos,
de los que piden asilo o de refugiados, suscita en las poblaciones locales con
frecuencia sospechas y hostilidad. Nace el miedo de que se produzcan
convulsiones en la paz social, que se corra el riesgo de perder la identidad o
cultura, que se alimente la competencia en el mercado laboral o, incluso, que
se introduzcan nuevos factores de criminalidad. Los medios de comunicación
social, en este campo, tienen un papel de gran responsabilidad: a ellos
compete, en efecto, desenmascarar estereotipos y ofrecer informaciones
correctas, en las que habrá que denunciar los errores de algunos, pero también
describir la honestidad, rectitud y grandeza de ánimo de la mayoría. En esto se
necesita por parte de todos un cambio de actitud hacia los inmigrantes y los
refugiados, el paso de una actitud defensiva y recelosa, de desinterés o de
marginación –que, al final, corresponde a la “cultura del rechazo”- a una
actitud que ponga como fundamento la “cultura del encuentro”, la única capaz de
construir un mundo más justo y fraterno, un mundo mejor. También los medios de
comunicación están llamados a entrar en esta “conversión de las actitudes” y a
favorecer este cambio de comportamiento hacia los emigrantes y refugiados..."
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