Miguel Ángel Cadenas
Manolo Berjón
La
historia está repleta de ejemplos donde poder y religión van, o quieren ir, de
la mano. Tiempos ha habido donde la religión quería controlar el poder, aunque
no faltan vestigios actuales: el Irán de los ayatolas. Pero nos parece un
régimen poco apetecible, y un tanto trasnochado. Lo más común al día de hoy es
que sea el poder quien pretenda controlar a la religión. Un ejemplo local: en
Iquitos. Un candidato al gobierno regional, presidente regional en funciones
para más señas, ahora que ya estamos en plena campaña electoral, recoge pasajes
de la Biblia
para presentarse en público, cual nuevo emperador, como un nuevo Mesías. ¿No es
una forma grotesca de utilizar la religión? Sus directores de campaña no solo
carecen de escrúpulos, también de imaginación.
Les
proponemos un viaje hasta inicios de la era cristiana en el imperio romano. Un
brevísimo paseo por la historia nos puede refrescar y ofrecer pistas de
actuación. Pensaban los romanos que cuando un emperador ejercía un servicio
extraordinario al mundo tal gobernante podía llegar a ser divino, divus, diva. De hecho eran deificados. Lo habitual era esperar la muerte
del gobernante para deificarlo, pero hay excepciones. En el caso de Augusto la
deificación llegó durante su vida. Y así se le levantan altares y confiesan su
nombre como a un dios. Augusto era una deidad encarnada. El emperador Augusto
era aclamado como divino, hijo de dios, dios, dios de dios, señor, redentor,
liberador y salvador del mundo. Augusto fue deificado en vida. Una vez abierta
la puerta, los siguientes emperadores no tuvieron ningún inconveniente para ser
considerados hijos de dios, dios mismo. Nótese de pasada que esta religión
romana promueve, sostiene y genera emperadores, no democracias.
Este
era el discurso oficial, de cara a la galería. La propaganda gubernamental
manejaba recursos públicos y el aparato estatal para extender estas creencias a
través de una red de templos, estatuas, monedas… que propiciaba la religión
romana. Sin duda una religión que estaba al servicio del statu quo, sosteniendo el aparato ideológico de un imperio que no
tenía escrúpulos en imponer ‘la paz de los cementerios’. Pero no todo lo hace
el dinero y el poder. Incluso dentro de la clase dirigente aparecen reservas y
burlas. A Séneca se le atribuye una sátira donde se mofa del emperador Claudio
porque ‘ha subido al cielo por comer setas venenosas’, ofrecidas por quien era
su entenado y sucesor en el trono: Nerón. Sí, Claudio se ha convertido en un
dios, ha subido al cielo, pero por comer setas venenosas, no por ser un dios.
Si este
era el discurso público y privado de los que tenían el poder, de la clase
acomodada, es conveniente que nos preguntemos por aquellos que tenían que
obedecer, por los súbditos, por los subalternos. Y es aquí donde el genio del
cristianismo se acrisola y ensaya algunas ideas que nos acompañarán por toda la
historia cristiana. Cierto es que en Rom 13, 1-7 San Pablo nos pide que
obedezcamos a las autoridades “porque la autoridad viene de Dios”. Nótese que
en esta cita nunca se dice que la autoridad es dios, como pretendían los
emperadores. Este texto suele utilizarlo el poder más vil para someter a sus
súbditos. San Pablo llega a esta afirmación porque pensaba que en un tiempo de
predicación y expansión del cristianismo es mejor estar a bien con el poder
para ejercer su ministerio de evangelización sin ningún tipo de obstáculo o
dificultad.
Sin
embargo, quienes acuden a este texto anteriormente citado no tienen en cuenta
que las comunidades cristianas del Apocalipsis consideran al emperador romano
como una Bestia (Ap. 13). Pero no vayamos más allá. Quedémonos en la carta a
los Romanos, una obra magistral de San Pablo. En Rom 1, 3-4 San Pablo nos dirá
que Jesucristo es Hijo de Dios. ¿Se imaginan cómo les sonaría a los primeros
cristianos esto de que Jesucristo es Hijo de Dios? Ellos eran conscientes, por
la propaganda oficial del imperio, que hijo de dios y dios mismo es el
emperador. Ahora los cristianos se atreven a cuestionar los fundamentos
religiosos del imperio, a trastocar todos los valores, a cuestionar el modo de
ejercer el poder.
Cuando
leemos la Biblia
los cristianos extraemos conclusiones para nuestro tiempo y con San Pablo
continuamos diciendo que el Mesías, el Hijo de Dios, Dios mismo, es Jesucristo
y ningún político de turno se puede arrogar dicha prerrogativa. Los cristianos
no estamos de acuerdo, lo demás es pura idolatría. Cierto es que la campaña
electoral hace que políticos inescrupulosos opinen que todo es posible para
alcanzar el poder, “pero no ha de ser así entre ustedes, el que quiera ser el
primero que sea el último”, que nos decía el Maestro.
Para
terminar esta nota apresurada. Augusto, Tiberio, Claudio, Nerón son algunos
nombres de emperadores que se consideraron dios, sus nombres han pasado a la
historia como tales emperadores, nada más. Por cierto, todos ellos fueron
asesinados en las luchas intestinas por el poder. Sin embargo Jesucristo, al
menos para los cristianos, es el Hijo de Dios, Dios mismo. Quienes proclamamos
que Jesucristo es Dios vemos como una gran falta de imaginación presentarse
como el Mesías, además de un gran desacierto y poca, muy poca, imaginación. Como
puede comprobar, sus “asesores espirituales” no han estudiado la Biblia. Un poco más de
aplicación y rigurosidad con un texto normativo para los cristianos le llevaría
a cometer menos excesos. Un mínimo de hermenéutica impide extraer de su
contexto una frase bíblica para aplicarlo a la actualidad, como si no hubieran
transcurrido 2000 años de historia de por medio. A esto se le llama
fundamentalismo, y parece que nuestras autoridades tienden al fundamentalismo.
P.
Miguel Ángel Cadenas
P.
Manolo Berjón
Parroquia
Santa Rita de Castilla
Río
Marañón
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