10 abril 2013

En Gratuidad

Darío Molla Llacer, S.J.


“Tu fe te ha salvado, vete en paz”: esta frase que Jesús utiliza reiteradamente después de muchas de sus acciones y signos sanantes y liberadores, es una perfecta síntesis de la gratuidad que es el signo mayor, la característica más señalada de una acción social hecha al modo del evangelio. Las dos afirmaciones que componen esta frase apuntan dos rasgos básicos básicos de esta gratuidad: con respecto al propio Jesús, la no exigencia de ningún tipo de condición o compensación por su ayuda; con respecto a la persona sanada, la potenciación y puesta de relieve de sus posibilidades más hondas, la afirmación, en suma, de su dignidad.
Es importante que profundicemos también nosotros en las dimensiones de esa gratuidad que dignifica y que da a la acción social su auténtica categoría de humanidad.
En un primer sentido, el primero que pensamos al hablar de gratuidad, está el no cobrar, en compensación de nuestra ayuda, de aquel a quien ayudamos. Otra cosa es cobrar de nuestro trabajo de aquellos que nos contratan. Obviamente, y en acción social, no pensamos en cobrar nuestra ayuda en dinero, sino de otras formas menos “materiales”, pero no menos onerosas de gratificación y que tienen que ver, básicamente, con compensaciones de tipo afectivo. Se trata de no cobrar ni cuando las cosas salen bien (en forma de dependencias, fidelidades, adhesiones, silencios…), ni tampoco cuando las cosas salen mal (en este caso en forma de reproches, munusvaloraciones, descalificaciones, rencores o resentimientos…) Gratuidad significa que nuestra acción no está condicionada por la respuesta que recibimos, sino por la necesidad que detectamos.
Más allá de este sentido primero de no cobrar ni afectiva ni efectivamente, la gratuidad contiene perfiles de mayor finura. Consiste también en no buscar beneficios ni rendimientos personales de mi acción social en forma de prestigio, de imagen, de méritos que me adjudico; de no tratar nunca a las personas como “mi propiedad”: “mis pobres”, “mi gente”, “mi grupo”, adjudicándome “exclusivas” que nadie me ha dado y que incluso pueden llegar a impedir o boicotear otras acciones distintas _ y quién sabe si más beneficiosas_ a la mía…Se trata de no cambiar nunca dignidad por ayuda. La meta de una acción social limpia es ayudar sin menoscabar, sino más bien potenciando la dignidad de aquel que recibe ayuda; nada de lo que damos tiene valor, sino que más bien es perverso y dañino si lo damos a cambio de quitar dignidad.
Gratuidad es también además de tratar con la mayor dignidad posible, hacer un esfuerzo por subrayar todo lo que de bueno y positivo tienen las personas, por poco aparente que sea, y tratar siempre de partir de ello en nuestra acción. Gratuidad es subrayar posibilidades y abrir horizontes y favorecer en las personas, por indigentes que sean, todo lo que potencia su autonomía progresiva; gratuidad es dar protagonismo efectivo y aminorar al máximo las dependencias.
Gratuidad tiene que ver con libertad: la libertad que nosotros tenemos con respecto a nosotros mismos y la libertad que somos capaces de generar en quien se acerca a nosotros.

MOLLA LLACER, DARÍO. La espiritualidad en la acción social. Con Él. Suplemento Vida Nueva. Nº 7. Etapa II. Año 2013.

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